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lunes, 24 de diciembre de 2012
El belén de la Abuela Atómica. Navidad 2012-2013
martes, 11 de diciembre de 2012
Los chupetes y los tres Reyes Magos Cuento de Navidad
Dibujo reciclado de otro cuento hecho por mi nieto Guille (10 años) |
Este cuento está dedicado a las personas a las que se les ocurrió la feliz idea de buscar un sitio adecuado para que los niños pequeños pudiesen dejar sus chupetes cuando se hicieran mayores. ¡Qué mejor lugar que un árbol para colgarlos! A estos árboles les llaman ahora Los Árbloles de los chupetes. Entre esas personas se encuentran dos seres encantadores : La gallina pintadita Carmen y Marga Lama; las dos se han esforzado mucho para llevar este proyecto a cabo.
Un abrazo para ellas y
Los chupetes y los tres Reyes Magos
Tres
siluetas se adivinaban en la lejanía. Montadas en bonitos caballos avanzaban
solemnemente seguidas por una multitud
de pajes y camellos que, cargados con
infinidad de regalos, se iban acercando según la noche se hacía más negra.
Melchor
iba delante y su voz se oía cansada:
—¡Qué gana
tengo de repartir todos los juguetes y volver a nuestro palacio! Cada vez estoy
más viejo y el cansancio de esta noche luego me dura algunos meses. Tengo que
estar varios días metido en ese menjunje de pétalos de rosas, pensamientos y
alcohol para que se me quiten los dolores de las piernas. Luego mi fiel Said me
frota con gel de aloe que es tan bueno para
curar las grietas de los pies y, así, me voy recuperando poco a poco. Si
no fuera por al amor que les tengo a los niños, y porque sabemos la ilusión que
les hace que vayamos esta noche a visitarlos, no tendría fuerza para llevar a
cabo esta empresa.
—Ttienes
razón, este trabajo es muy duro; por muy
Magos que seamos, supone un gran esfuerzo realizarlo. Antes, cuando dejábamos
los regalos, volvíamos a casa libres de peso y equipaje, pero ahora… ¿qué
opináis de la manía que les ha entrado
a los padres y a los abuelos de decirles a los niños que nos tienen que dejar
los chupetes para que nos los llevemos?
que si no, se quedarán sin regalos —añadió Gaspar. El año pasado
regresamos a casa con 150 kilos de esa goma que a los peques les da por
masticar.
—No seas
protestón, Gaspar, acuérdate que los
reciclamos e hicimos unas magníficas pelotas con los nombres de los niños que
nos regalaron sus chupetes y botaron tanto que llegaron hasta las estrellas —aclaró
Baltasar. Ahora hay muchas estrellas que llevan los nombres de los peques.
—Es una
maravilla que con nuestro poder y la goma masticada de esos chupetes hayamos
podido mandar hasta el firmamento los nombres de sus dueños. Yo creo que con
los que recojamos este año, podríamos hacer lo mismo. Así no se quedará ninguna
estrella sin nombre y por la noche los niños podrán hablar con ella y pedirle
deseos.
Hablando y
hablando, los magos llegaron a una encrucijada de caminos y entonces decidieron
separarse. Cada uno sabía que sendero debía tomar, así que, seguidos por
decenas de porteadores aceleraron la marcha para llegar a tiempo antes de que
amaneciera.
Esa noche
en todas las casas reinaba un gran
nerviosismo. Los niños habían cenado pronto y limpiado bien sus botas, habían
puesto paja para los camellos y los caballos, y para los Reyes y sus criados:
unos riquísimos trozos de turrón y tortas de Pascua. Además, en algunas casas
había también sobre la mesa un chupete o dos. Los pequeños sabían que debían dejarlos
para que se los llevasen, esa sería una señal de que se estaban haciendo
mayores. Era la única forma de convencerlos de que debían abandonar esa
costumbre de chupar y chupar cuando se hacían mayorcitos.
Después de
varias horas de intenso trabajo, al despuntar el alba, se volvieron a encontrar
en el cruce de caminos en donde se habían separado por la noche.
Todos los pajes
volvían cargados con algunos sacos llenos de chupetes, todos menos uno, que no
traía nada en su mochila.
Ilustración de Guille |
—Parece
que este año vamos a volver a hacer pelotas; habéis recogido un buen
cargamento. Pero tú, Mohamed, ¿por qué no llevas ninguno? ¿Es que se te olvido traerlos?
—pregunto Gaspar— Se le han perdido los
chupetes y también la casaca y el turbante —siguió el Rey muy enfadado.
—Yo, Señor
—dijo preocupado el sirviente pensando
que le iban a regañar—, yo no tengo la culpa, además, si les cuento lo
que me pasó, tampoco me van a creer.
—Tú habla
y veremos si nos convences o no —le ordenó Melchor.
—Pues en Sevilla se rumoreaba que la culpa de que
los niños no nos entregasen sus chupetes
es del reino vegetal que se ha hecho amigo del reino animal; vamos, eso es lo
que por allí se oía.
—Pero, ¿qué
acertijo es ese?, no hay quién te entienda.
—Ve como
ya les decía yo que no me iban a creer. Majestad, parece ser que una flor, -reino
vegetal-, se ha hecho amiga de una gallina, -reino animal-, y las dos juntas
tienen unas ideas… ¿cómo diría yo? un
poco raras
—¿Una
gallina y una flor? —dijeron todos los que le escuchaban soltando una
carcajada.
La gallinita es de mi sobrino Quique (5 años), la margarita, mía. |
—¿Acaso
las gallinas comen goma en lugar de trigo, y las flores hablan con los animales?
—dijo en voz alta Hamed, otro de los pajes.
—Sí, sí,
vosotros reíros, pero os voy a contar lo que me ocurrió cuando llegué a
Sevilla. Empecé a repartir los juguetes y a darle de comer a los camellos con
los alimentos que los niños nos habían dejado para ellos y, enseguida, me di
cuenta de que en ninguna de las casas había chupetes para recoger. Entonces le
pregunté a un mendigo que estaba en la calle casi sin ropa, me dio tanta pena
que le di mi casaca para que se protegiese del frio y el turbante para que con
el rubí que llevaba prendido pudiese comprar todo lo que necesitaba para
subsistir.
—Oiga,
buen hombre, ¿es que aquí en Sevilla los niños no usan chupetes para dormir? No
me han dejado ninguno para llevarme —le pregunté
—Claro que
tienen chupa y algunos llevan
enganchados dos o tres en el cuello, pero desde que el reino vegetal se ha
hecho amigo del reino animal todo ha cambiado.
—Y dale
con el acertijo, ¿se quiere explicar bien de una vez? me van a volver loco—le
dije ya un poco enfadado con tanta palabrería.
—Mire, yo,
a veces, voy a un parque que está por aquí cerca, el parque de los
descubrimientos-, y he oído decir que una gallina pintadita se ha hecho amiga
de una flor y, ya se sabe qué puede salir del cerebro de un ave aconsejada
por una flor. Pues una idea un poco loca: han tenido la idea brillante de que
los niños pequeños cuelguen sus chupetes en un árbol según se vayan haciendo
mayores, así que ellas son las causantes de que no hayas encontrado ningún
chupete por la ciudad.
—¿Una
gallina pintadita? Pintadita ¿de qué?
—Ah, pues
no sé, será pintadita de colores, creo que la gallina se llama Carmen. A lo
mejor esa gallina es la que pone los huevos de Pascua, todos llenos de
colorines, porque la gallina pintadita pondrá huevos ¿no cree? —preguntó el
mendigo
—¿Y la flor? —le pregunté.
—-La flor
se llama Margarita.
—Cuando oí
todo lo que me contaba y que encima le habían puesto nombre a la gallina y a la flor, os digo de
verdad que pensé que el mendigo se estaba riendo de mí —aclaró el paje—. Me
pidió que le acompañase, que me iba a enseñar en donde estaban todos los
chupetes de la ciudad y entonces nos acercamos al parque en donde había un pequeño árbol. Vi como de él
colgaban los chupetes como si fuesen frutas maduras El mendigo me dijo que
muchos días, las mamás se acercaban con sus niños y estos con lágrimas en los
ojos dejaban sus chupetes colgados del árbol,
pero después, ellas les contaban cuentos o les leían poesías a sus pies y todos se ponían muy alegres; miraban a las ramas y se sentían protegidos por estas.
Después de esta ceremonia se daban cuenta de que ya se estaban haciendo mayores
y a partir de ese momento el chupete no tenía que estar en sus vidas. Si alguno
seguía llorando y diciendo:
El árbol de de mi nieto Pablo, hermano de Guille, 6 años. |
—¡Quiero
mi chupete, quiero mi chupete! significaba que todavía no era lo
suficientemente mayor como para desprenderse de él. Tendría que volver algunos
meses más tarde.
Melchor se
quedó pensativo, quería saber qué tenía que ver una gallina en todo ese
embrollo y encima aconsejada por una margarita, pero se les estaba haciendo
tarde y debían volver, ningún niño debía verlos, sino, se rompería el hechizo y
todos los juguetes desaparecerían.
—Queridos
Gaspar y Baltasar ¿qué pensáis de todo lo que nos ha contado este chiflado de Mohamed?
¿De verdad creéis que una gallina va a tener la idea de que cuelguen los chupetes en un árbol,
que sea amiga de una margarita y, además que se llame Carmen? Vamos ¡una
gallina llamada Carmen!
—Melchor,
es una pena que tengamos que volvernos enseguida, yo creo que Mohamed se ha
perdido por Sevilla o se le ha olvidado recoger los chupetes. De todas formas
tendremos los suficientes para seguir mandando nombres a las estrellas, —comentó
Baltasar—. Aunque pensándolo bien no es mala idea esa del árbol de los
chupetes. En cuanto hayamos regresado y descansado unos días, enviaremos a
alguien de confianza para que investigue y nos aclare todo este lío; con todos
los chupetes que llevamos podríamos hacer no un árbol, sino El bosque de los
chupetes.
Dejaron de
hablar y empezaron el viaje de regreso, les quedaba mucho camino por delante,
pero a los tres les había calado la idea de la flor Margarita y de la gallina
Pintadita Carmen.
En primer lugar ni nieto Guille, 10 años: Ha reciclado el dibujo de los Reyes que me hizo para otro cuento y le ha agregado el camello. También ha dibujado al paje con el carrito de chupetes.
Pablo: mi otro nieto de 6 años, nos ha obsequiado con el ärbol de los chupetes; también le ha quedado precioso.
Mi sobrino Quique, con solo 5 años, nos ha regalado La gallina pintadita. os digo de verdad que cuando le ví con qué gracia la dibujaba me quedé con la boca abierta.
Por último yo misma hice la margarita. Me entraron ganas de dibujar al ver a los niños lo bien que lo estaban haciendo. Lo pasamos estupendamente.
Les doy las gracias por ponerme el blog tan bonito.
viernes, 7 de diciembre de 2012
Ocurrió en Navidad. 2º, 3er ciclo y Secundaria.
![]() |
http://ampaceipmerida14.blogspot.com.es/2010/12/nacimientos-navidenos-en-merida.html |
Ocurrió en Navidad
Leonor se había matriculado ese
año en el Instituto de Bellas Artes; quería conseguir la titulación de maestra
de Artes plásticas, pero, para eso, debía trabajar duro. Había mucha
competencia y no se podía permitir el lujo de suspender ninguna asignatura, en
su casa no tenían ni para comer. Sus padres se habían
sacrificado mucho para que ella pudiese cumplir su sueño y no pensaba
defraudarlos.
Siempre se ingeniaba la forma de sacar algunos
dinerillos para ayudar en su manutención. Ahora se acercaba la Navidad y pensó
que en el taller de la escuela podría hacer algunas figuritas de belén para luego
venderlas en los puestos de la Plaza Mayor. Estuvo dándole vueltas a esa idea
durante unos días hasta que se decidió y fue a ver al director para pedirle permiso:
—¿Puedo pasar, don Jacinto? —dijo
un poco nerviosa, mientras empujaba la
pesada puerta de madera del despacho.
Le temblaba un poco la voz, era la primera vez
que hablaba con él. El director, un poco sorprendido por la interrupción,
levantó la cara del papel que estaba leyendo. Normalmente, los chicos no iban a
visitarle, más bien le rehuían.
—Pasa, pasa, debes
de ser nueva, no me suena tu cara.
—Sí, he empezado este año.
—Bien, ¿que deseas?, ¿tienes algún problema? —dijo
(con una voz que a Leonor le pareció muy
cordial), mientras le hacía un gesto con la mano invitándola a que se sentase.
Leonor acercó una de las viejas sillas de
terciopelo que tenía detrás y se sentó
con mucho cuidado; parecía que se iba a romper en cualquier momento.
—Perdone mi atrevimiento, pero
quiero pedirle permiso para usar el
taller de cerámica. Me gustaría hacer unas cuantas figuras para el
belén.
—Pues…, no sé si eso será
apropiado —contestó perplejo; no se hubiese imaginado que venía a verle por ese
motivo—. A lo mejor alguno de los profesores protesta. Si se estropea algo de
lo que hay allí, no se podrán dar las clases. Lo comprendes ¿verdad?
—Don Jacinto, solo quiero hacer
unas figuritas de belén, y luego cocerlas en el horno del taller. Si pudiera
usarlo, las vendería y así me ayudaría en los gastos. Me cuesta muy caro
estudiar en Madrid. Si mis padres viviesen aquí, sería distinto, pero somos de
un pueblo cercano a Cuenca y no estamos muy sobrados de dinero.
El director se la quedó mirando
muy pensativo, parecía una chica muy
responsable y le gustó su decisión y desenvoltura.
—Está bien, tienes mi permiso,
pero con la condición de que lo dejes siempre limpio para la siguiente clase.
Si tengo una sola queja de algún profesor, no podrás entrar más al taller.
Leonor no pudo ocultar su alegría
y se acercó con ganas de abrazarlo. Solo la mesa que había entre los dos
impidió que lo hiciese. Don Jacinto se
levantó y le acercó la mano.
—De acuerdo —contesto Leonor
estrechándosela—, dejaré el taller tan limpio cómo me lo encuentre.
Salió muy contenta, había
conseguido lo que quería. En el pasillo se tropezó con Enrique, un compañero de
clase. Ella pensaba que Quique era el alumno más prometedor de todos los
matriculados en su curso y él opinaba lo mismo de Leonor. Todavía no conocía a
mucha gente ya que solo había transcurrido un trimestre, por eso, al verle quiso
compartir con él lo que acababa de
conseguir.
—¡Qué alegría, Leonor! Siempre pensé que eras la mejor. Verás cómo al
final haces un trabajo estupendo.
Estuvieron un rato comentando el tipo de figuras que iba a
realizar y después se despidieron. Cuando Enrique se quedó solo recordó como
Leonor el primer día, en la hora de modelado, cogió una pequeña pella de
arcilla entre sus manos y sin ningún esfuerzo, solo con un ligero movimiento de
sus dedos la transformó en un precioso pájaro. Tanto el profesor como el resto
de sus compañeros quedaron asombrados ante su
destreza.
Durante los días siguientes, Leo tuvo mucho
trabajo entre los exámenes y la preparación de la arcilla para hacer las
figuras. Decidió modelar las del nacimiento, solamente. De todas formas, eran las
más importantes del belén y como eran
muy delicadas, requerían mucha maestría. Llegó el día elegido y estuvo toda la mañana trabajando en ellas, esa mañana modeló ocho juegos completos:
ocho ángeles, ocho vírgenes, ocho niños Jesús y el mismo número de san José, mulas y bueyes. Las dejó cociendo en el horno y cuando
comprendió que ya estarían listas volvió a por ellas. La verdad es que habían
quedado preciosas, faltaba pintarlas, pero eso podría hacerlo en casa. Las
estaba empaquetando con mucha delicadeza, cuando entró don Luis, el profesor de
modelado.
—¡Ah Leonor!, don Jacinto me ha
dicho que eche una ojeada a tus trabajos.
—Mire, aquí tiene, todavía no he
terminado de envolverlas —dijo la chica mientras le mostraba algunas de sus
figuras.
Don Luís se quedó observándolas
detenidamente. Realmente estaba sorprendido.
—Son fantásticas, creo que tienes
muchas posibilidades de ser la elegida para representar al instituto ante el Ayuntamiento. Como esta es tu primera
Navidad con nosotros no estarás enterada de que todos los años enviamos los
trabajos de tres alumnos de este centro y el alcalde elige entre ellos el Nacimiento
que se colocará en el belén del Ayuntamiento. Te comunico que el ganador tiene
una recompensa bastante sustanciosa y además una beca para el próximo curso.
—¡Caray! Menudo regalo navideño
podría hacerle a mis padres. Si se
enterasen en el pueblo de que me han
dado un premio en un concurso de belenes sería una noticia estupenda. Allí
nunca ocurre nada extraordinario.
—Cuando termines de pintarlas,
déjame un Nacimiento completo para mandarlo; los enviaré junto con los otros dos seleccionados—le
explicó don Luís.
Leonor le dio las
gracias y quedó con él en que al día siguiente le llevaría a la escuela un
juego terminado. A la mañana siguiente, después de darle al profesor lo que le
había pedido, preparó bien colocados en
cajas, siete más para llevarlas a su
amigo Paco, un paisano de su pueblo que
tenía un puesto de la Plaza Mayor. Cuando
entró en los soportales de la plaza, le inundó la alegría que allí se respiraba.
Infinidad de chiquillos, con sus padres, paseaban por el centro buscando con mucho alboroto todo lo necesario para
celebrar las fiestas. Muchas de las personas que estaban por allí, llevaban en
la cabeza diademas con cuernos de renos,
gorros de Papá Noel y algunos, los más atrevidos, pelucas doradas o
plateadas. Había puestos con artículos de broma para el día de los Inocentes,
en otros, adornos navideños, pero la mayoría de ellos ofrecían todo lo que
pidiesen los padres más exigentes para realizar un belén que, como es natural,
sería el más bonito de todos. Los abetos y el musgo colocados en medio de la plaza
le trajeron el olor de la sierra y le recordaron su ciudad encantada. Dio una
vuelta por delante de los puestos hasta que encontró a su amigo. Leonor lo
abrazó con alegría, en aquellos días ver una cara familiar después de un trimestres desconectada del
pueblo le pareció lo más reconfortante que le había ocurrido desde que llegó a
Madrid.
Después de los primeros saludos,
Leonor le comentó a Paco para qué estaba allí y le enseñó los Nacimientos que había hecho; Paco se quedó
maravillado.
—¡Eh, Marcelo! Ven a ver qué cosa
más bonita —dijo al vendedor del puesto
de al lado que, también como él, vendía figuritas
de arcilla. Entre los dos llenaban los belenes de las casas de Madrid de
lavanderas, alfareros, pescadores, soldados, casitas, puentes y castillos de
Herodes…
Todos los que
veían los Nacimientos de Leo estaban de acuerdo en que eran las figuras mejor
hechas de toda la Plaza Mayor.
—Mira —dijo a la chica—, no sé que
pagarte por ellas. Son tan buenas que si tuviéramos que venderlas por lo que valen realmente, nadie las podría
comprar.
Leonor ante la duda de su amigo le
dijo una cifra:
¿Qué te parece si las ponemos a diez euros cada una?, Son
cuarenta y siete figuras, así que serían
en total 420 euros. Me das 210 a mí y otro tanto para ti.
Paco se quedó un momento
pensativo, pero le parecieron bien las cuentas que había hecho su paisana:
—De acuerdo —dijo sacando los
doscientos diez euros.
Leonor se los guardó en el pantalón y se
despidió con un apretón de manos.
—Si haces más figuras no te
importe traérmelas, seguro que las vendo.
—Vale, no te preocupes, si hago
alguna más vendré por aquí.
Leonor se fue muy contenta, tenía
dinero para comprar regalos a sus padres y si además ganaba el premio, serían
unas Navidades inolvidables.
Nada más despedirse de Paco se
encontró con su compañero Quique que
también había ido a pasear por la Plaza Mayor.
—¡Qué casualidad Leonor!, ¿cómo llevas
la venta de tus figuras? —le preguntó su amigo.
-Acabo de venderlas todas. Se las
ha quedado un paisano de Cuenca que todos los años pone un puesto para Navidad;
también trae musgo de la sierra y lo
vende muy bien. Oye, ¿sabes lo que me ha
dicho don Luis?, que le deje un juego completo para representar a la escuela.
Cuando lo escuché, me quedé de piedra, imagínate, representar al instituto de
Bellas Artes. ¡No me lo puedo creer!
—Seguro que te llevas el premio,
eres la mejor con diferencia. ¿Quieres tomar un café? —le preguntó Quique.
—Si no te importa, otro día. Llevo
el dinero encima y quiero dejarlo pronto en casa.
Para ella doscientos euros era todo
un capital. Quique se rio y se
despidieron hasta el día siguiente. Al
poco rato, Paco había vendido todos los Nacimientos que le había llevado
Leonor.
A la mañana siguiente, estaban en
clase de dibujo artístico cuando entró don Luís con la cara desencajada; estuvo hablando
bajito con el profesor que la impartía y cuando terminaron pidió a Leonor que
lo acompañase al pasillo:
—¿Quieres salir?, tengo que
decirte algo.
La chica se dio cuenta de que
pasaba algo malo. No sabía lo que era, hasta pensó que podía tratarse de sus padres.
—No sé cómo ha podido ocurrir,
pero esta mañana, cuando he ido a embalar tus figuras para enviarlas al
concurso, me las he encontrado rotas. Los libros que había en la leja se han
volcado sobre ellas y las han destrozado. Es algo rarísimo, estaban muy bien
sujetos. Yo mismo me aseguré ayer de que no se pudiesen mover —le explicó don
Luís apesadumbrado—. No sé si vas a tener tiempo de volver a hacer otras.
—De hoy a mañana, ¡imposible! —le
contestó.
Leonor creía que estaba viviendo
una pesadilla, no podía pasarle esto, ahora que estaba tan ilusionada y con
tantas esperanzas puestas en el concurso… De repente se le habían roto todas
sus ilusiones pero se acordó de los belenes de Paco y pensó que, a lo mejor, todavía podría
solucionarse el problema.
—Llevé siete juegos iguales a
Paco, un vendedor de la Plaza Mayor; es posible que le quede alguno sin vender. ¿Me da permiso
para salir de clase e ir a buscarle? —preguntó con ansiedad.
A don Luís no le gustaba mucho la idea de que
saliese de la escuela en hora lectiva, pero ella le miraba suplicante; no podía
dejarla con esa zozobra durante toda la mañana.
—Vale, pero vuelve pronto. Mira,
mejor haces una cosa, si le queda alguno, directamente lo llevas a esta
dirección, así ganamos tiempo.
Don Luís le escribió en un papel
la calle en dónde se celebraba el concurso de belenes y Leonor echó a correr
hacia la Plaza Mayor, quería ver a Paco cuanto antes y salir de dudas. Cuando
llegó casi no podía hablar; tuvo que descansar durante unos segundos.
—Paco ¿te queda algún nacimiento
de los que te traje ayer?—le preguntó con angustia.
—Nada más irte, un chico se los
llevó todos. Dijo que este año quería regalar artesanía.
A Leo fue como si le echasen un jarro de agua
fría. Los ojos se le llenaron de lágrimas y le pidió una silla para sentarse.
—Pero niña, ¿qué te pasa? No creía
que te iba a disgustar tanto que se vendiesen tus figuras, ¿no era eso lo que
querías?
Leonor le contó a su paisano todo
lo que había ocurrido y cómo con las figuras, se habían roto sus ilusiones de
un día para otro; Paco le sonrió y le dijo:
—Venga vamos, no te preocupes, aquí está tu amigo Paco para
ayudarte; hoy es tu día de suerte. Yo tengo un juego completo, me gustó tanto
tu trabajo que me quedé con uno para mi casa. Ahora mismo vamos a por él y lo
llevamos al Ayuntamiento, ya me lo devolverás cuando pase el concurso.
Leonor no se lo podía creer, parecía
que sus problemas se iban a solucionar, así que Paco dejó el puesto a cargo de
un amigo y los dos se fueron a recoger el Nacimiento sin perder tiempo. Antes de que terminaran las clases, Leonor
estaba de vuelta con su belén entregado; Paco la había llevado en su coche y
por eso tardó menos de lo que pensaba. Cuando llegó al instituto, los chicos estaban en la hora de
modelado con don Luís.
—Cuenta —exclamó el profesor con mucha inquietud.
Leonor con la cara resplandeciente explicó todo lo sucedido. Todos los
compañeros se levantaron para felicitarla. Sin embargo, don Luís
observó una actitud muy extraña en uno de sus alumnos; aunque también le
había dado la enhorabuena a Leonor, al
volverse a su mesa dio un puñetazo sobre la misma creyendo que nadie le
observa. Esto le pareció bastante raro.
- —¿Qué te pasa, no
estás contento de que a Leonor se le haya
solucionado el problema?
—Sí, claro—, contestó de mala
gana, pero no pudo dominar su enfado y en pocos segundos su cara enrojeció al
ver que su plan había fracasado:
—¡Cómo es posible que se guardase
un juego! Yo le dije que los quería todos. Él me aseguró que me los había vendido a mí, le dije que los necesitaba para hacer unos regalos exclamó
indignado.
En ese momento a Leonor se le cayó la venda de los ojos, a
ella y a otros compañeros. Se habían dado cuenta de que no todos los que se
dicen amigos, lo son realmente. Entonces otra de las alumnas se levantó y dijo
enojada:
—Ahora caigo don Luís; ayer vimos salir a Quique de la clase en donde usted guardaba
las figuras y cuando nos vio se puso rojo como un tomate.
—A ver Quique, ¿qué estabas
haciendo ayer en mi clase sin mi permiso?
Quique se vio acorralado, se dio
cuenta de tenía que haberse callado; había sido muy impulsivo y por esta causa se iba a descubrir todo.
Intentó serenarse para enmendar su error.
—Yo solo fui a ver como le habían quedado las figuras a Leonor
después de pintarlas y al cogerlas se me cayeron los libros sobre ellas sin
querer. Pero me gustaron tanto que quise quedarme con todos los Nacimientos
para regalárselos a mi familia.
— ¿Sabes lo qué te digo? Que no me lo creo, las rompiste a propósito —le
dijo indignada Leonor con los ojos llenos de lágrimas—, por eso estabas en la
Plaza Mayor. Estabas espiándome para ver dónde las dejaba y así hacerlas
desaparecer. Yo creía que eras mi amigo pero me has decepcionado.
—¿Qué has hecho con los otros
Nacimientos? —le preguntó el profesor muy enojado, que hasta entonces había
querido guardar la calma.
Quique avergonzado de que le
hubiesen descubierto empezó a contarlo todo.
—Perdóneme, don Luis,
pero cuando las vi tan bien hechas, me di cuenta de que las mías al lado
de las suyas no tenían ninguna oportunidad. Pensé que el premio se lo iban a
dar a ella, entonces decidí romperlas. Por eso,
como yo sabía que las iba a llevar a la Plaza Mayor estuve por allí
paseando hasta que me hice el encontradizo. Cuando se fue, me acerqué al puesto y compré todos
los que el vendedor me dijo que tenía. Ya se había roto el juego que había en
la escuela, yo tenía los demás, así que como solo quedaban dos días para la
presentación, Leonor no tendría tiempo de hacer otro nuevo. En el camino me di
cuenta de que era incapaz de romper las demás, por eso, mientras me acercaba a mi casa
tiré todos los paquetes menos uno, en diferentes contenedores de basura. Ya en mi habitación,
desenvolví con cuidado las figuras, ¡eran preciosas! Parecían de verdad.
Leonor, no sé cómo se me ocurrió hacerte eso, me volví loco pero es que
necesito la beca para el próximo curso, sino no voy a poder seguir estudiando.
—Mira, no tienes excusa, siempre nos lo podías haber dicho a
los profesores y te habríamos ayudado —le reprendió don Luís muy enfadado.
—Me las vas a devolver ahora
mismo, no quiero que tengas nada mío —dijo Leonor sin parar de llorar, era el
primer gran desengaño que se había
llevado en su vida.
—Tendrás una sanción. Vamos a ver
al director inmediatamente —le dijo don Luis sacándole de la clase.
Cuando Quique abandonó la clase, Leonor sintió
pena por él. ¡Qué mal lo estaría pasando en ese momento después de lo
que había hecho!
Llegaba la Navidad y a los pocos
días recibió una noticia que le compensó de los malos ratos que había
vivido: Leonor era la ganadora del
concurso y todos sus profesores y compañeros se alegraron por ella. Su
Nacimiento fue expuesto en el Ayuntamiento junto con figuras de otros eminentes
escultores. Durante las visitas que hicieron los niños madrileños al belén hubo algunos que se empeñaban en algo que
parecía imposible:
—Papá ese nacimiento es como el
nuestro. El que encontramos en la basura.
—Pero niña, como va a ser igual,
si este debe ser de una gran escultora, no ves que lo han premiado, eso es
imposible.
Julita siguió empeñada en la idea
de que ella tenía uno como el que allí había, vamos era tan igual que estaba
segura que lo había hecho la misma persona. Lo mismo ocurrió con Luisito, con
Pilarín, con Guille y con don Norberto el basurero. Todos pensaron que en esas
Navidades el Niño Jesús les había hecho un regalo maravilloso: un nacimiento
tan bonito como el que estaba allí expuesto. Ese regalo les había hecho muy
felices.