Cuentos junto al Belén
Mayca, José Miguel
y Paloma, llegaron muy contentos del colegio. Les habían dado las vacaciones de
Navidad. ¡Ya podían poner el belén!
Todos los años, esa
misma tarde, su padre bajaba las cajas de la buhardilla y empezaban los preparativos.
Los niños esperaban este acontecimiento con mucha ansiedad. Su madre, que tenía mucha imaginación, había
convertido este momento en algo mágico: los niños desenvolvían las figuras mientras
ella les contaba historias según iban apareciendo los personajes del belén.
Esa tarde, lo
primero que rescató José Miguel de su embalaje fue el palacio de Herodes y la
estrella. Paloma y Mayca sacaron algunas figuritas: dos labradoras, unos
cuantos guardias y un paje.
La madre puso el palacio
al fondo de la mesa y colocó con cuidado las figuras encima del mismo. Se quedó
callada observándolo todo durante unos instantes y, casi sin proponérselo, empezaron
a acudir a su mente ideas que iban a servir para dar forma al cuento de Navidad:
—Niños, cuando
queráis, empiezo con la historia.
Los tres niños se
prepararon para escucharla en silencio:
—Yaiza, estaba
asomada a la ventana de su habitación. Oscurecía, y en el firmamento iban
encendiéndose pequeños puntos de luz. Uno de ellos empezó a iluminar el cielo con
más fuerza que el resto. Se fijó en el tamaño de la estrella. ¡Era mucho más
grande que las demás! Su belleza la maravilló. Mientras la observaba, se fue tranquilizando. El
rechazo que unos momentos antes había sentido por el mundo que la rodeaba,
desapareció.
Su
padre la había encerrado en su cuarto hasta que accediera a casarse con el
hombre que él había elegido para ella. Acababa de darle un ultimátum: o se
casaba o viviría encerrada para siempre. El afortunado novio era un riquísimo Maharajá,
tan viejo, que podía ser su abuelo. Sin embargo, sus riquezas sacarían de la
ruina a su pueblo. ¡El pueblo se moría de hambre, mientras ella se moría de
amor!
Hakim, el segundo
hijo del rey de un país amigo, había sido el elegido por el corazón la joven princesa.
Cuando se vieron por primera vez los dos jóvenes, sus miradas se cruzaron
tímidamente y ya nunca dejaron de pensar el uno en el otro. Él también
suspiraba en silencio por Yaiza.
Yaiza era una joven
muy hermosa. Tenía los ojos oscuros como la noche, pero con el brillo
fulgurante de las estrellas. Su pelo era negro y ondulado y su elegante porte reflejaba
que era una princesa de alto rango.
Esa noche, Yaiza no podía dormir; se asomó al
balcón para mirar al cielo; eso le relajaba. Vio una estrella que brillaba especialmente y sintió que una fuerza interior la movía a hacer algo
que a ella no se le hubiera ocurrido jamás.
Cogió un pergamino y una pluma de ave y escribió una nota.
Llamó a su sirvienta
Zara y se la entregó:
—Intenta dársela al
príncipe Hakim, pero procura que no te cojan los guardias. ¡Guárdatela entre
tus vestidos!
La sirvienta salió
como una flecha de la habitación de su ama y observó que los tres guardias estaban
mirando la estrella, por lo que se escurrió por detrás de ellos sin que se dieran
cuenta.
Los guardias,
después de observar el cielo durante unos instantes, volvieron a sus puestos. La
estrella había ayudado a Yaiza, Zara no había sido descubierta.
Hakim, en su habitación
leyó la nota:
—Mi padre quiere
casarme con el Maharajá de
Yaiza
“¡El amor que él
sentía por la princesa, era correspondido por ella!” —pensó.
Con el corazón rebosante de felicidad decidió
actuar inmediatamente antes de que fuera demasiado tarde. La noche se había
echado sobre la ciudad y Hakim aprovechó que estaba invitado en el palacio, para
deslizarse sigilosamente a las habitaciones de su amada. Ella ya estaba acostada,
pero se incorporó inmediatamente cuando oyó pisadas a su lado.
—Hakim, ¿cómo has
entrado? Si mi padre se entera de que estás aquí nos matará —dijo Yaiza asustada,
al ver al príncipe dentro de su habitación.
—No te preocupes,
tu sirvienta Zara, está vigilando en la puerta y nos avisará si alguien llega. ¡Tienes
que venirte conmigo! No puedes quedarte
toda la vida al lado del viejo Maharajá Sulayman.
Los niños habían
dejado de desenvolver figuras. Estaban absortos escuchando el relato que les
estaba contando. La madre se cayó durante un momento
—Mamá, aquí están
los tres Reyes Magos y todas las figuras con las que el año pasado hicimos la comitiva
—observó Paloma.
—Sí, y aquí hay palmeras,
árboles y el papel para el lago —comentó José Miguel.
—Ponedlo todo en el
belén y formad una caravana. Me va a venir bien para inspirarme.
—Venga, sigue
contando, que está muy interesante —dijo Mayca.
Su madre se quedó
mirando durante unos instantes como organizaban las figuras, hiló algo más su
historia y siguió hablando:
—Yaiza, lo tengo
todo pensado, en las afueras de la ciudad hay una caravana que viene del otro
extremo de Persia. La forman tres sabios que van siguiendo una estrella;
conocen todo sobre astrología y astronomía. Dicen que esa estrella les está indicando
algo grande. Ellos creen que va a venir un Mesías, por eso tienen que seguirla
y averiguar de qué se trata Si nos vamos con ellos podremos casarnos y vivir toda
la vida juntos.
A la princesa le
pareció una idea estupenda, pero peligrosa. Se asomó a la ventana y le lanzó a
su estrella una petición, sabía que ya la había ayudado antes:
—Estrella preciosa,
no permitas que nos descubran esta noche. No podría vivir toda la vida sin mi
amado Hakim.
¡Zara! —ordenó a su
criada—, prepara un hatillo con algunas de nuestras ropas, unas alfombras
pequeñas y todas mis joyas, nos vamos.
Zara empezó a
temblar pensando en lo que podría ocurrir si su amo se enteraba de lo que iban
a hacer, pero obedeció sin rechistar.
Tres sombras
atravesaron silenciosamente el gran patio del palacio del mandatario Akil. Como
por un milagro, los guardias estaban en sus puestos, pero profundamente dormidos,
y unas nubes negras habían oscurecido el cielo de tal manera que era imposible que
nadie pudiera ver a más de un metro de distancia. Solo se escuchaba el murmullo
de las fuentes de los jardines. Hakim, Yaiza, y Zara todavía estaban temblando
cuando intentaron abrir sigilosamente la puerta de la muralla y comprobaron que
no ofrecía ninguna resistencia.
—Vamos, rápido, la
caravana sale al amanecer —dijo Hakim
—Estoy segura de que
la estrella nos ha ayudado. Se lo pedí y sentí como ella atendía mis súplicas —susurró
Yaiza cuando se encontraron fuera del palacio.
Los niños miraban
embelesados a su madre. ¡Qué imaginación tenía!
—Mamá ¿cómo ponemos
las palmeras y el lago?
—Formad un oasis al
lado de la caravana y colocad todas las figuras de la comitiva a su alrededor. También
a los Reyes.
Pusieron el papel
de plata sujeto por piedras pequeñas de rio; las palmeras y algunas otras plantas
de plástico las colocaron formando un pequeño bosquecillo. Cuando se dieron por
satisfechos, su madre sonrió y continuó con su relato:
—Las tres sombras
aligeraron tomando el camino del oasis que había en las afueras de la ciudad.
La fresca mancha verde estaba regada por un nacimiento de agua que formaba un
lago alrededor del cual había frondosas higueras, esbeltas palmeras, y otras
plantas que crecían cerca de la humedad. Nuestros amigos se aproximaron y cuando
estaban cerca, un centinela les cortó el paso:
—¡Alto! ¿Quién va?
—Somos el príncipe
Hakim y la princesa Yaiza. Venimos a pedir asilo en vuestra caravana. Sabemos
que vais siguiendo el camino de la estrella y queremos acompañaros también. Nosotros
tres solos, no lo conseguiríamos. ¡Es muy peligroso!
El centinela los
miró detenidamente y viendo que parecían buena gente, los llevó antes sus
jefes.
Tres hombres
estaban sentados alrededor de un fuego. Llevaban ricas túnicas y turbantes
adornados con joyas preciosas. Las sillas sobre las que descansaban estaban
cubiertas con pieles de leopardo y a sus pies tenían alfombras tan magníficas
que asombraron a la misma princesa Yaiza. Se notaba por la elegancia de sus
movimientos que eran personas ilustres.
—Melchor, esa estrella es mucho más grande que
el resto de las que hemos visto hasta ahora. No me canso de mirarla. Se me
llena el corazón de gozo cuando la contemplo.
—Es cierto Gaspar,
por eso debemos seguir el camino hasta el lugar que nos señale.
La conversación
giraba alrededor de la estrella cuando, seguidos por dos centinelas, tres
sombras llegaron hasta donde estaban los Magos:
—Majestades, aquí
traemos a estos viajeros; quieren acompañarnos a hacer el camino que marca la estrella.
Los Magos se les
quedaron mirando.
—¿Vosotros sabéis
que va a ser un viaje muy duro y difícil?
Los tres asintieron
con la cabeza.
—Sabemos que la estrella
nos ayudará —replicó Yaiza—, ya lo ha hecho desde que la vi en el cielo.
Uno de los Magos se
quedó contemplándolos mientras se mesaba la barba con la mano:
—Sabemos que además
de seguir a la estrella, queréis escapar de vuestro padre. Ayudaros nos puede
causar muchos problemas —expuso Melchor a los tres jóvenes.
Se quedaron muy
sorprendidos. ¡Nunca se explicaron, cómo se habían enterado de su fuga!
—¡Siempre habéis
dicho que no os gusta que obliguen a la gente a hacer algo en contra de su
voluntad! —replicó Baltasar a Melchor.
Hakim atemorizado
se arrodilló ante ellos y suplicó a sus majestades:
—Os ruego que no
nos entreguéis ahora. Sería la muerte para mí y la prisión para Yaiza y Zara.
La estrella iluminó
con más fuerza a los Reyes.
—¡Levántate!, no vamos
a entregaros —exclamó Gaspar—, pero vosotros no podéis acompañarnos si no estáis
bien preparados para una marcha tan larga. Seguimos a esa maravillosa estrella
y no sabemos hacia donde nos llevará.
—Viene con nosotros
un camellero que quizás os pueda vender alguno de sus animales y todo lo
necesario para emprender el camino —aclaró Melchor—. Id y comprad lo que os sea
útil para el viaje.
Los tres muchachos
les dieron las gracias y fueron a buscar rápidamente al mercader de camellos
que les habían indicado los tres Magos. La estrella desde el cielo les iluminó el
lugar en donde se encontraba descansando el buen hombre. Los muchachos le
comentaron sus pretensiones y este les ofreció dos camellos a cambio de dos
pulseras de oro que la madre de Yaiza le había regalado.
—“¡Los sirvientes
no tienen porqué ir montados! Pueden hacer el camino a pie” —pensó Yaiza.
Un camello más le iba
a costar otra pulsera ¡No quería desprenderse de ella! De pronto sin saber por qué, miró hacia la
estrella y notó que su brillo era menos intenso, parecía que se había
entristecido. Entonces, vio a su sirvienta tan frágil, que su corazón se
compadeció de la pobre Zara. ¡Todo el camino a pie! Ella no se merecía eso,
tendría su camello.
—De acuerdo toma otra
pulsera y danos otro camello más —pidió Yaiza al mercader.
Su
estrella volvió a brillar como antes.
El camellero
también les vendió una tienda y otros utensilios para protegerse del frio de la
noche en el desierto. Yaiza guardó muy bien las joyas para evitar los robos, y Zara
agradeció la generosidad de su ama. Sintió
que la miraba como a una hermana, y por primera vez en su vida se sintió
querida por ella. Se alegró de haberla acompañado en esta aventura.
Amanecía en el
oasis. Los camellos se movían nerviosos, presentían que les esperaba un largo
camino. El sol ya aparecía en el horizonte y Hakim, Yaiza y Zara, estaban muy
intranquilos.
—No estaremos
seguros hasta que nos vayamos lejos de aquí. Espero que tu padre nos busque por otro lado.
Si consigue localizarnos, moriremos.
—¡Hakim, por favor!
No digas eso. Esta locura fue idea tuya, pero estoy segura de que nuestra estrella
nos ayudará. Ella sabrá que hacer. Tengo un buen presentimiento.
Zara les
contemplaba sin decir ni una palabra. ¡Ella sí que estaba aterrorizada! Le temblaba todo el cuerpo, y hasta que no
notó movimiento en la cabecera de la caravana no empezó a tranquilizarse. Habían
recogido la tienda entre los tres, como amigos. Comieron unos cuantos dátiles y
tomaron tres cuencos de leche de cabra. Hakim alimentó a sus camellos y los
acercó al nacimiento de agua que había allí cerca para que bebieran. También
llenaron unos pellejos para el viaje y recogieron menta fresca para prepararse
un té cuando parasen a descansar.
—¡Qué bonito es el
cuento, mamá! —exclamó Mayca
—Mamá mira, han
aparecido las casitas, el pozo y el puente. También el establo.
—Colocadlo debajo
de la estrella, y las casitas y el puente situadlas de manera que estén entre
el oasis y el portal. La caravana tendrá que pasar por ahí.
En ese momento la madre
estuvo un rato mirando la estrella de su belén, ¡no sabía cómo seguir!, se le había
quedado la mente en blanco; pasaron unos segundos y, por fin, continuó:
—La caravana
comenzó el largo viaje. Avanzó por delante de muchas ciudades, atravesó puentes,
valles y montañas. Todas las noches descansaban cuando oscurecía. ¡Los camellos
tenían que reponer fuerzas y ellos también! Al cabo de tres días de marcha, Yaiza,
Hakim y Zara, se acercaron una noche a conversar con los Magos:
—Majestades,
venimos a agradecerles nuevamente su hospitalidad. Si no hubiera sido por su
ayuda, habríamos muerto en el camino. Pero hay una cosa que no me explico: ¿Cómo
mi padre no nos ha localizado todavía?
Melchor los miró y
sonrió:
—La misma noche que
llegasteis, una patrulla de soldados enviada por vuestro padre, se introdujo en
la caravana para apresaros.
—-Les invitamos a
pasar para que registrasen las tiendas, pidiendo a la estrella que no os
encontrasen. ¡No podíamos negarnos pues hubiesen sospechado de inmediato! De repente, pasó algo muy extraño. La estrella
se oscureció y la noche más negra cayó sobre todos —comentó Gaspar—. Los soldados
se asustaron y revisaron por encima las tiendas convenciéndose de que no estabais.
No os dijimos nunca nada para no preocuparos.
Zara que escuchaba muy
interesada, miró a Yaiza y esta le echó el brazo por encima del hombro y le
dijo:
—Ya podemos estar
tranquilos, el peligro ha pasado.
A partir de ese día
los tres jóvenes disfrutaron de su viaje sin el temor de sentirse perseguidos.
Ya habían conseguido despistar al Jefe Akil.
—Mamá mira, ya han
aparecido
—Situadlos dentro
del establo Se acerca el momento del nacimiento del Mesías.
La madre bebió un
poco de agua y siguió narrando su historia:
— Atravesaron
Babilonia, Siria, Líbano y por fin, alcanzaron Palestina. Desde que habían
llegado a esta tierra, la estrella brillaba de una manera especial. Parecía que
les avisaba de que el final del viaje estaba próximo. Acamparon en las afueras
de un pueblecito llamado Belén y la caravana descansó. Los tres Magos estaban
muy nerviosos; presentían que algo maravilloso estaba sucediendo allí mismo,
cerca de donde ellos estaban y era la estrella la que les estaba avisando
Mientras, en su tienda, Yaiza, Hakim y Zara tenían la misma sensación.
Ya estaban dormidos,
cuando en sueños se les aparecieron unos ángeles que cantando anunciaban al
mundo que en un establo había nacido el Salvador de los Judíos ¡Era un momento
de alegría para todos! Se despertaron muy excitados y se dirigieron hacia donde
estaban los Reyes
—¡Vamos hacia la
luz! —dijeron todos y, sin haberse puesto de acuerdo previamente, se
encaminaron al lugar en donde estaba sucediendo el milagro.
Delante, iban los Magos
montados en sus camellos acompañados por sus pajes. Llevaba cada uno un regalo
para ofrecer al rey de los Judíos que, según la profecía, había venido a salvar
al mundo.
—Mamá, ¿Qué hacemos
con los pastores y los ángeles? —preguntó Paloma.
—¡Que niña más
inoportuna! No haces más que distraerla —dijo José Miguel.
—No me interrumpe —dijo
su madre—. Unos angelitos colocadlos junto al portal, y el resto al lado de los
pastores anunciando el nacimiento del Niño Jesús.
—Según se iban acercando, escucharon unos cánticos tan bonitos que no parecían salidos de gargantas humanas. Eran los ángeles que anunciaban la buena nueva. La luz que allí resplandecía era más fuerte y más cálida que la que desprendía la estrella. ¡Por fin vieron el establo a lo lejos! Cuando llegaron, había tanta gente que los Reyes y su séquito tuvieron que abrirse paso con mucha dificultad. Por fin, ¡pudieron ver lo que tanto habían ansiado!
Recostado en un pesebre, en medio de un hombre y una mujer, un pequeño niño miraba a todos los que allí estaban. Él les sonreía y ellos se sentían invadidos por una inmensa felicidad. Sus corazones se llenaban de amor y olvidaban rencores y sufrimientos. Eran conscientes de que estaban siendo testigos del suceso más importante de todos los tiempos: el nacimiento del Mesías.
Los tres Reyes
Magos y sus acompañantes cayeron de rodillas ante él y se dijeron entre ellos:
—En verdad ha nacido
un nuevo rey al que todos debemos adorar.
Después le
entregaron sus regalos: oro, incienso y mirra. Estuvieron adorándole largo rato
y después se retiraron. Durante un instante, el niño miró a Yaiza y ella pensó
que nunca en su vida había visto nada tan bonito
como la carita del recién nacido. En ese momento perdonó a su padre, y Hakim
también hizo lo mismo. Cuando el Niño se durmió todos los que allí estaban dejaron
sus regalos y se retiraron para descansar. Al día siguiente, sus Majestades entregaron
una tienda y unas alfombras para que el niño no durmiese sobre las pajas del
establo. Después de unos días maravillosos, llegó el momento de regresar a su
país. Los Reyes hablaron con Yaiza, Hakim
y Zara:
—Queridos amigos,
ha llegado la hora de volver. Nuestro objetivo se ha cumplido. ¿Qué pensáis
hacer vosotros?
—Majestades, si no
es mucha molestia, regresaremos con vuestra caravana. Tenemos la confianza de
que el corazón de Akil se ha ablandado; sabemos que quiere vernos —dijo Hakim—.
El Niño me me dijo en sueños que nos esperaba con los brazos abiertos.
—Entonces no se
hable más. ¡Os volveréis con nosotros!
—¡Una caravana
viene a lo lejos! —dijo el vigilante del palacio. ¡Avisad a Akil!
Al oír las voces,
el gran mandatario se asomó a la torre y desde allí divisó una larga fila de
camellos que se acercaba a su palacio. Pidió a su Dios que en ella volviera
Yaiza. El Niño había hecho un milagro, Akil quería que su hija regresara y fuera
feliz.
—Bueno, ahora nos
dirás que se casaron y fueron felices ¿no? —preguntó Paloma.
—Pues sí, los
cuentos de Navidad siempre terminan bien —contestó la madre.
—¡Qué pena que no
sea verdad! Me habría encantado ser Hakim —añadió pensativo José Miguel
—-Mamá, el cuento
de este año me ha gustado más los otros.
—Me lo he imaginado
Paloma; ya sé cómo te gustan los cuentos de princesas.
Desde lejos se oyó
la voz de su padre:
—¡La cena, ya está
preparada!
Al oírle, todos se levantaron y fueron rápidamente
hacia la cocina. ¡El viaje por el desierto, les había abierto el apetito!