El castillo del miedo
Dibujo de Guille Martínes Ortiz |
En el castillo de la
bruja Terrorífica también estaban ansiosos porque llegase esa noche. Sus
moradores tenían un motivo muy
especial. Este castillo solo existía durante la noche del treinta y uno de octubre en la
que se celebraba la noche de los difuntos, el resto del año desaparecía a los
ojos de las personas y hasta el siguiente año no volvía a existir. La gran
bruja había hechizado a sus habitantes,
decía que no servían para nada y que
ya no asustaban a los niños.
Cuando llegaron las doce y un minuto de la noche, una niebla muy espesa se formó encima de un pequeño montículo y no se deshizo hasta que todo el castillo resucitó de nuevo.
Lo primero que apareció en el centro del monte fue una construcción negra con torres muy altas y ventanas
estrechas. Una pequeña luz se adivinaba dentro. De las torres salieron
volando infinidad de murciélagos. Las telas de araña, tejidas minuciosamente
por arañas gigantes, parecían cortinajes de tul negro en donde se columpiaban los esqueletos.
Dos armaduras huecas,
sin cabeza, bajaron el puente levadizo y un gran ruido de cadenas resonó en todo el
valle. La puerta del castillo se abrió con un gran chirrido de goznes.
—¡Ayyyyy!, —gritó Terrorífica que estaba asomada en lo alto
de una torre—. ¡Nunca os acordáis de engrasarlos de un año para otro! ¡Sois
unos inútiles!
Cuando se hizo el
silencio de nuevo, la puerta empezó a vomitar un gran ejército formado por engendros y seres repugnantes que hubiesen
aterrorizado al más valiente.
Los fantasmas salieron en primer lugar arrastrando sus cadenas, después les siguió un gran grupo de zombis llenos de heridas sangrantes, ogros, vampiros, momias, decapitados, demonios y asesinos. Los esqueletos dejaron de columpiarse y siguieron a la comitiva; por último, decenas de brujas montadas en sus escobas salieron volando desde las almenas llenando el oscuro cielo. Cerrando la comitiva iba Frankestein.
Cuando todo el mundo estaba fuera se oyó la voz atronadora
de la gran bruja que les gritó:
—Ya sabéis estúpidos e
infectos seres, conque uno solo
de vosotros asuste a alguien os quitaría
la maldición y volveríais a vivir sin desaparecer como hacíamos antes, pero
estoy segura de que sois tan inútiles y
necios que tampoco lo conseguiréis este año.
Al escuchar a la
gran bruja Terrorífica, se indignaron de tal manera que empezaron a murmurar entre
ellos.
—Esto no hay quién lo aguante —dijo un zombie que llevaba el
ojo en la mano. Se lo quitaba o ponía según necesitaba mirar hacia la derecha o
hacia la izquierda.
—¡Estate quieto con el ojo! —exclamó un vampiro al que le
chorreaba la sangre por la comisura de los labios y goteaba hasta la camisa—.
Me da repelús verte.
—No debemos dejarnos avasallar por ese saco de huesos,
nariz aguileña y pelos de estropajo. Este año tenemos que organizar algo
terrible que nunca olviden los habitantes de Castillejo del Valle. Si
desaparecemos de nuevo, le cambiaran el nombre al pueblo y dejará de llamarse
así —añadió un hombre con aspecto de pordiosero que llevaba un gran saco a la espalda.
—El que tengas alguna idea que la diga, luego se elige por
votación la mejor y la ponemos en práctica ¿vale? —sugirió una momia.
—De acuerdo —dijeron todos, sentándose en círculo para preparar su maléfico plan.
Habelas hailas |
Las brujas, que iban volando en las escobas por encima de
sus cabezas, al ver que la comitiva de monstruos se había sentado descendieron
para aportar sus ideas.
—Sugiero encender un buen fuego para calentarnos y realizar
los conjuros —propuso Espantosa, otra
bruja que tenía bien ganado su nombre.
Mientras Espantosa lo preparaba, se acomodaron lo mejor que
pudieron: los vampiros colgaron sus capas en las ramas de los árboles para que
no se les arrugasen, los decapitados
dejaron sus cabezas en el suelo pues era una lata moverse siempre de un lado a
otro con la cabeza a cuestas, las brujas soltaron sus escobas, los hombres del
saco se lo quitaron pues pesaban lo suyo, los esqueletos se apoyaron en unos troncos para no desmoronarse y las
momias se soltaron los vendajes que las oprimían, pero todos tuvieron que
pedirles que se las volviesen a poner pues apestaban de una forma insoportable.
Frankestein se sentó en una piedra para ver mejor lo que las brujas estaban
echando en el fuego.
Mientras, en el pueblo un grupo de adolescentes tenían un
plan para pasar la noche de difuntos.
—A mí no me dan miedo ni los muertos ni los zombis ni nada
de esas tonterías, propongo organizar una acampada en las afueras del pueblo.
¿Quién se apunta? —preguntó Ismael.
Los demás chicos no estaban muy seguros, ¿precisamente esa
noche tenían que ir de acampada? ¡Anda que no había días para hacerlo!
—Yo no voy, con el frío que hace y encima esta noche. No
contéis conmigo —dijo Pedro.
—Eres un gallina.
Cuenta conmigo Ismael —añadió Luis.
Quedaban tres chicos que no sabían que decir. No les hacía
gracia la idea pero tampoco les gustaba que los tomasen por miedicas.
—Te lo digo esta tarde, se lo tengo que preguntar a mis padres,
a lo mejor no me dejan —razonó Carlos.
Ismael no tenía ganas de más excusas así que dijo:
—El que quiera venir que esté esta noche a las ocho a la
salida del pueblo. Iremos a la explanada que hay al lado del cementerio y ahí
pondremos las tiendas.
Los chicos se despidieron y después de rogar a sus padres
que los dejasen, que era una apuesta y que no les iba a pasar nada,
consiguieron su permiso. Pedro ni se molestó; con lo bien que se estaba en casa
viendo la tele.
Estaban contentos aunque un poco nerviosos, ir de acampada
solos y cerca del cementerio era una idea brillante que solo se le podía
ocurrir al loco de Ismael. Los demás no estaban
muy de acuerdo pero se callaron para que no les tachasen de cobardes.
Cuando se estaban acercando a la
explanada observaron que había un grupo muy numeroso alrededor de un fuego
celebrando Halloween.
—Oye, vaya juerga que tienen montada, esos sí que llevan
buenos disfraces —exclamó Javier sorprendido ante el realismo de los trajes.
—Mira, vamos a ponernos en el otro lado. No me gusta estar
cerca de un grupo tan grande, dentro de un rato estarán todos borrachos —dijo
Ismael.
Se colocaron al otro lado del cementerio, detrás de unos
cipreses, para ver lo que ocurría en el grupo.
Los muchachos se estaban preparando para comerse los
bocadillos que les habían preparado en su casa cuando escucharon un grito. Un
chillido agudo les heló la sangre.
—¿Qué ha sido eso? —preguntó Javier—. Se me han puesto los
pelos de punta.
Se quedaron quietos;
el corazón les latía tan fuerte que casi oían sus palpitaciones. Parecía
que ellos no eran tan valientes como pensaban. Se
agacharon y se quedaron muy quietos. De vez en cuando veían que la mujer que
estaba disfrazada de bruja echaba unos polvos a la hoguera y el fuego
chisporroteaba más fuerte produciendo
llamaradas que subían hacia el cielo y llenaban los alrededores de olor
a azufre.
Espantosa estaba haciendo un conjuro en voz alta. Los monstruos ya habían decidido lo que hacer
para que la maldición de Terrorífica terminase esa noche. Cuando se dieron
cuenta de que estaban cerca del cementerio pensaron pedir ayuda a los difuntos que estaban allí
enterrados.
—Por los poderes del infierno, os convoco para que reunáis
todas vuestras fuerzas, levantéis las lápidas, salgáis de vuestras tumbas y nos
acompañéis esta noche. Sembraremos el
miedo y el terror por el pueblo y nunca más se tomarán a broma esta noche tan importante
para todos nosotros —gritaba enfurecida Espantosa, mientras todas las brujas la
acompañaban bailando alrededor del
fuego.
Los chicos empezaron a temblar.
—Ismael, yo, yo creo que, que, que estos no están de de broma.
Me parece que son de verdad —susurró Carlos
en voz baja y con la garganta tan seca que no le salían las palabras.
—Schssss, si estos son monstruos de verdad estamos en peligro,
pero que muy en peligro —aseveró Tomás.
—¡Callad! ¿Queréis que se den cuenta de que estamos aquí? —ordenó
Ismael, dándose cuenta de que lo que había empezado en broma iba muy en serio.
Volvieron a mirar al círculo y cada vez había más monstruos
bailando alrededor del fuego. Las momias, los vampiros y todos los demás. Por encima de sus cabezas, formando
remolinos, otras brujas se habían
montado en sus escobas acompañadas por una gran cantidad de murciélagos. Era un
espectáculo espeluznante.
Los cinco chicos tenían la cabeza tapada con las sudaderas,
no querían mirar lo que ocurría; bastante tenían con escuchar el conjuro y oler
a azufre.
—Por los poderes del infierno, os convoco para que reunáis
todas vuestras fuerzas, levantéis las lápidas, salgáis de vuestras tumbas y nos
acompañéis esta noche. Sembraremos el
miedo y el terror por el pueblo y nunca más se tomarán a broma esta noche tan importante
para todos nosotros —volvía a repetir una y otra vez.
De repente, cuando los chicos creían que no podrían
soportar más el miedo que les producía
aquella situación, la cosa empezó a empeorar. Se empezaron a oír penetrantes chirridos,
unos cercanos y otros más alejados que les producían escalofríos. Eran los
sonidos producidos por las lápidas que
empezaron a deslizarse sobre las tumbas hasta que quedó un espacio
suficiente para que salieran los muertos
que estaban allí enterrados. Era niebla
con forma humana y se les notaba que disfrutaban flotando en el
aire. Algunos llevaban poco tiempo enterrados y todavía no se habían deshecho
del todo, así que iban caminando.
Cuando Espantosa vio
que el grupo de muertos estaba fuera de sus tumbas dio un grito terrible:
—¡A Castillejo del Valle! No hay que dejar a nadie
indiferente ni a hombres ni a mujeres ni a niños. Nunca deben olvidar esta noche. Se
quedarán helados al vernos y el frio que sentirán se les quedará en sus huesos
para siempre.
Los chicos, cuando
los vieron avanzar, se desmayaron.
Toda la comitiva salió en dirección al pueblo, algunos de
los difuntos visitaron a sus familiares y uno de los vecinos, del susto, murió de un ataque al corazón. A los pocos
minutos este otro muerto se unió al grupo.
Se introdujeron en las fiestas, calles y lugares de reunión
y la gente corría aterrorizada perseguida por ese repugnante ejército. Ni
dentro de sus casas se encontraban a salvo.
Empezó a amanecer y la noche de difuntos estaba llegando a
su fin, los habitantes del castillo volvieron a su hogar y los muertos se
introdujeron en las tumbas de nuevo.
Los chicos nunca supieron lo que pasó esa noche en el
pueblo porque nadie les habló de ello.
A partir de entonces, desde un
montículo cercano, un castillo muy negro
con torres muy altas y
ventanas estrechas parecía que vigilaba al pueblo de Castillejo
del Valle: la maldición de Terrorífica había terminado.
Dibujo de Guille Martínez Ortiz |
1 comentarios:
Acabo de borrar este cuento de una manera involuntaria. mañana sin falta lo tendréis de nuevo subido en este blog.
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