Dibujo de La abuela atómica. |
El dragoncito
presumido
Egberto vivía con su
mamá en una gruta en medio del bosque. Era
un dragón muy simpático, siempre estaba contento y tenía muchos amigos.
—¡Qué guapo eres
Egberto! —Le decía su madre todos los días y a todas horas—. Eres el más guapo
del bosque.
Egberto, al principio,
se ponía colorado porque le daba vergüenza que su mamá estuviera todos los días
erre que erre con el mismo tema, pero
tantas veces se lo dijo que el dragoncito empezó a creérselo de verdad:
—¿Mamá, ese dragón
es más guapo que yo?
— ¡Qué va! Ni mucho
menos hijo, tú eres mucho más guapo. Tú eres lo más guapo que hay en este
bosque.
Así, a fuerza de
oírlo y oírlo, Egberto empezó a mirar por encima de su cuello a los demás y
poco a poco se convirtió en un dragón muy presumido. Sus amigos se cansaron de
él y al final se quedó solo, no tenía con quién jugar. Así que aparte de ser
muy guapo, como decía su madre, se convirtió en un dragón muy solitario y aburrido.
Siempre que salía de
paseo por el bosque iba al lago y, como se veía reflejado en el agua, empezaba
a hacer monerías con la cara para ver cuál de todos los gestos le favorecía
más.
—¡Qué guapo que está
mi Egberto! —repetía la madre sin darse cuenta de que, con su actitud, estaba
perjudicando a su hijo.
Un día el dragón se
fue a dar un paseo para distraerse un poco, cuando vio en el lago a un hada
bañándose. Era la primera vez que se encontraba con una y le pareció que era lo
más bonito que había visto en su vida.
El hada, que era un
poco tímida, al ver a Egberto se escondió detrás de un árbol.
—No tengas miedo —le
dijo el dragoncito—, no voy a hacerte daño. Solo quiero admirarte despacio. Pareces
muy suave ¿Me dejas que te toque una vez para ver cómo es tu piel? Me parece
que la tienes mucho más suave que la mía. ¿A qué sí? –afirmó Egberto.
—Sí que es más
suave. Todo el mundo sabe que los dragones tienen la piel muy áspera y cubierta
de escamas.
—¿Yo tengo la piel
muy áspera? –exclamó sorprendido y un poco apenado.
Nunca se hubiera
imaginado eso. Seguro que a su mamá no le hubiera gustado nada ese comentario.
—Claro, pero eso
normal, no debes preocuparte. Sin embargo, los dragones son muy fuertes y nosotras no —le aclaró.
—¿Los dragones somos
muy fuertes? –preguntó halagado.
—Pues claro —contestó
el hada.
—Pero tú ¿quién
eres? dijo embobado ante tanta belleza.
—Yo soy un hada del
bosque. Aquí vivimos muchas –le explicó—. Tú a mí no me conoces porque cuando
vienes al lago siempre me escondo, pero yo a ti sí; sé que te llamas Egberto a
secas aunque, ahora, tus amigos te llaman Egberto el presumido.
El hada salió de
detrás del árbol y se puso a revolotear por encima de él.
—Nosotras, sí que
somos preciosas porque las hadas tenemos que ser así, pero eso no tiene
importancia. Lo verdaderamente importante es ser bello por dentro. Tú siempre
has sido muy simpático y cariñoso con tus amigos, pero desde que te dedicas a
mirarte en el agua del lago y a poner morritos para ver de qué forma estás más
guapo, tus amigos se han ido alejando de ti porque se aburren de tus tonterías
y te has quedado solo. Lo verdaderamente importante es lo que se tiene en el
interior –dijo el hada mirándole muy seria.
El dragoncito, al
escucharla, se entristeció y sus ojos empezaron a soltar unas gotas de agua tan
grandes que al caer en el lago producían unas olas gigantescas. Él nunca había
llorado y se asustó mucho. Cuando se le acabaron las lágrimas le preguntó al
hada.
—Entonces, ¿de
verdad que eso de ser guapo no es importante?
—¡Qué va! Lo
importante es tener amigos, divertirse y ser bueno con ellos.
—¡Qué bien! Se lo
voy a decir a mí mamá. A partir de ahora no quiero que me llame guapo.
— Eso está muy bien
Egberto –le dijo muy contenta el hada del bosque. Después voló hacia él y le dio un beso sobre las
escamas de su cabeza. Egberto se sonrojó.
Cuando volvió de su
visita diaria al lago, su mamá le estaba esperando.
—¿Dónde está lo más
bonito del bosque? –le dijo muy orgullosa.
—Pero...mamá, déjate
de tonterías, ¡qué ya soy mayor! Lo importante no es ser guapo sino que mis
amigos me quieran y que yo les quiera a ellos, me lo ha dicho el hada del
bosque.
Egberto se fue
corriendo a jugar con sus amigos, mientras la mamá dragona se quedaba mirándole
embobada.
—¡Hay que ver lo
rápido que ha crecido! Me ha hablado como un dragón hecho y derecho –y suspirando
se metió en su gruta.
Para ella su hijo sería siempre lo más bonito
del bosque.
0 comentarios:
Publicar un comentario