Dibujo de Guillermo Martínez Ortiz. |
Un diente en el bocadillo
Parece ser
que con el otoño, además de la caída de las hojas, llega la caída de los
dientes, como le ha pasado a mi nieto José Miguel. Espero que os guste su
aventura.
José Miguel
miraba con apetito el bocadillo que le acababa de dejar su madre encima de la
mesa. Era de jamón y tomate rallado. Las lonchas de jamón asomaban por los
costados del pan y parecían decir “Comedme”, o eso es lo que creía escuchar
José Miguel cuando las miraba. Lo del tomate, eso ya era distinto. Hubiera
preferido que estuviera solo el pan, pero no había forma de que sus padres
aceptasen el hecho de que a él no le gustaba la verdura.
Empezó a
mordisquearlo con delicadeza para saborearlo bien. Su hermano Carlitos le
miraba con envidia. Él quería otro igual, pero ya había merendado un trozo de
bizcocho y su madre le dijo que después del bizcocho, un bocadillo era
demasiado.
José Miguel
abrió la boca todo lo que pudo porque el pan era bastante alto, casi no le
cabía, hincó los dientes, y notó como algo se desprendía de su encía aunque sin
hacerle daño. Miró y para su sorpresa vio un pequeño dientecito clavado en el
bocadillo.
—¡Mamá,
papá! ¡Se me ha caído un diente!, ¡se me ha caído un diente y no me ha dolido
nada!
El niño
salió corriendo a decírselo a sus padres y abuelos que estaban charlando en la
cocina.
Todos le
dijeron que se lo enseñara, pero cuando el niño volvió a por el bocadillo, el
diente había desaparecido.
En ese
momento se armó un gran alboroto; pusieron el bocadillo encima de la encimera y
empezaron a diseccionarlo como si estuvieran operándolo, pero nada, el diente
no aparecía.
—¡Tiene que
estar ahí!, ¡tiene que estar! —decían los mayores.
—Mira bien
entre el jamón —le decía José Miguel a su padre.
José Miguel
seguía muy sorprendido ante el jaleo que se había armado.
—Tiene que
aparecer para que lo pongas debajo de la almohada, y el ratoncito Pérez te
traiga este noche un regalo —le decían sus abuelos.
José Miguel
no hacía más que mirarse, en el espejo, la mella que se le había quedado en la
encía, sin prestar atención al lío que se había formado en la cocina buscando
su diente.
—“Pobre
bocadillo” —pensaba Carlitos.
—Hay que
encontrarlo para guardarlo, ahora están investigando
si se pueden sacar células madres para curar
enfermedades —
comentaban
los abuelos.
De repente
alguien se acordó del perro.
—¡Tango!,
puede que se lo haya comido él.
Todos se
fueron corriendo hacia el salón. El perro, al verlos acercarse a él como locos,
se escondió debajo de la mesa.
—¡Tango!, ¡sal!
—le decían a voces.
Al final,
el pobre animal obedeció. Lo primero que
hicieron fue abrirle la boca por si todavía no se lo había tragado, pero los
únicos dientes que se veían eran lo propios del perro, que por cierto, eran
bastante grandes y fuertes. Menos mal que el boxer era un santo y aguantó sin
cerrar la boca hasta que lo dejaron en paz.
—Bueno,
seguro que cuando mañana limpiemos el salón aparecerá, no te preocupes —le dijo
su madre viendo la cara de disgusto que tenía el niño —. Además, el ratoncito Pérez sabe que se te ha
caído, seguro que te deja algo debajo de la almohada.
—¿Y por qué
lo sabe? —preguntó Carlitos.
—El ratón
Pérez es un mago, sabe todo lo que se
refiere a los niños. —le contestó su
padre.
Después de
un rato revolviéndolo todo, dejaron de buscar el diente.
Los abuelos
se fueron a su casa y los niños a la cama. José Miguel estaba un poco triste.
—No te
preocupes, ya verás como te traerá un regalo.
Carlitos y
Clarita se acostaron con ganas de hacerse pronto mayores para que el ratoncito
les trajese a ellos también un regalo.
Cuando la
mamá se quedó sola, bajó al salón y se agachó para buscarlo detenidamente en la
alfombra.
¡Allí
estaba!, ¡al lado del sillón! Tanto buscar dentro del bocadillo y en la boca de
Tango, y se les había pasado mirar bien
en el suelo.
Cuando
subió para decírselo al niño, este ya estaba dormido, seguro que estaba soñando
con un mundo de ratones y palacios de nácar.
Colocó con
cuidado el dientecito debajo de la almohada y se fue a dormir.
Al día
siguiente un reluciente coche rojo apareció debajo de la cabecera.
¿Cómo era
posible que un ratón tan pequeño hubiese podido
subir el coche a la cama? Se preguntó de
nuevo José Miguel.
—¡Es un
ratón mágico! —recibió por respuesta.
6 comentarios:
El ratoncito Pérez debe pertenecer a la raza de los coloraos. Se dice que son muy listos.
Un abrazo.
Muy original el cuento Conchita al igual que la ilustración de tu nieto. Escalón a escalón OS encontraréis con un libro en el primer rellano. Cordial abrazo.
Hola Macondo, todo el verano sin airear mi blog y sin tus comentarios. Espero retomar el trabajo de nuevo. Efectivamente, es muy listo el pillín.
Muchas gracias.
Hola Julio. Gracias por tu comentario. Efectivamente, mi nieto tiene mucha facilidad para dibujar. Ya me gustaría estar con él en un libro. Por ahora, me conformo con aparecer contigo en nuestro Libro solidario. Tengo unas ganas locas de tenerlo.
Un abrazo.
¡Qué aventura!
Los nietos dan para escribir muchas historias.
Te invito a pasar por mi blog.
Un abrazo, Conchita.
Querida Marisa, ya verás cuando tengas algún nieto o nieta, todo lo que te enseñará. Gracias por pasar. No te contesté porque estoy un poco liada con los comentarios que tengo en inglés y se me pasó.
Un abrazo.
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