Pablo se queda sin
cumpleaños
Son la ocho de la mañana y ha sonado el teléfono en casa de
los abuelos de Guille y Pablo. Es la mamá de los niños que llama preocupada
porque Pablo ha amanecido malito. Bueno en realidad ha pasado toda la noche
vomitando.
—¿Mamá, puedo dejarlo contigo? Tengo que trabajar y no sé qué
hacer. Tenemos que llevarlo al médico ¿Puedes hacerlo tú?
La abuela de Pablo le dice que sí, que lo lleven a su casa y que
luego ella lo acercará a la doctora.
Pablo llega casi sin fuerzas, no ha desayunado y tampoco ha
podido dormir. Viene llorando:
—¿Qué te pasa cielo? Ya verás cómo la doctora te manda una
medicina que te cura muy rápido.
El niño sigue llorando.
—Sí, pero… ¿Y mi cumpleaños? es esta tarde.
De repente la abuela se acuerda. ¡Es verdad! Esa tarde tenían
la fiesta del cumpleaños y no lo va a poder celebrar. Pablito no tiene
consuelo. Sabe que hay muchos niños de su clase que esperan con ilusión la
salida del colegio para ir a una sala de bolas donde lo van a celebrar.
—Mira, Pablo, no te preocupes; a lo mejor para esta tarde ya
estás bien. Vamos a ver lo que te dice la doctora.
Se ha tumbado en el sofá y le han puesto los dibujos de la
Pantera Rosa. Pasado un rato, la abuela entra a buscarlo.
—Venga, ya es la hora del médico. Vámonos a ver lo que te
dice.
La abuela le abriga muy bien porque hace frio. Él está muy
pálido y algo mareado. Además, le duele un poco la cabeza. En la consulta han
tenido suerte porque no han tenido que esperar.
—A ver Pablo ¿qué te pasa?
—Pues, es que esta noche he gomitado y no podía dormir porque
me dolía la cabeza.
La doctora le pone la mano en la cara y le dice:
—Tú tienes fiebre. Vamos a comprobarlo. Le coloca un
termómetro digital en la frente y lo confirma.
—Efectivamente 37’8. Tienes que estar en casa tranquilito.
Nada de salir a la calle que hace mucho frío —dirigiéndose a su abuela le dice—,
debe tomar mucho suero y hoy que esté a dieta. Solo alguna galleta o un poco de
pan tostado. Que beba mucha agua.
—¿Y mi cumpleaños? ¿Puedo ir esta tarde a celebrarlo?
—Me temo que no, no vas a tener fuerzas, además debes
reposar.
Pablo se calla pero no lo puede remediar, nada más oírla, empiezan
a caerle unas lágrimas gordísimas que le mojan toda la chaqueta. Mientras sale,
la abuela intenta convencerle.
—Te voy a contar lo que le pasó a tu tío José Miguel un día
cuando era un poco mayor que tú.
Pablo se seca los ojos y escucha
atentamente
—Toda la clase se iba a esquiar a la
nieve de viaje de fin de curso, y él estaba muy contento. Tenía todo el equipaje
preparado para salir por la mañana muy temprano. Él iba todos los día a
natación, y esa tarde hizo lo mismo de siempre, pero, mira por dónde, un
listillo, en los vestuarios, le robo los
deportivos y él se tuvo que volver a casa con las sandalias de goma puestas.
Como era invierno llevaba los pies húmedos y se resbaló y se cayó al suelo, rompiéndose el
tobillo.
—¿Y no pudo ir de viaje, abuela? —preguntó el niño con cara
de pena.
—Pues no, le tuvimos que llevar al hospital y le pusieron una escayola. Tuvo que estar un
mes sin poder moverse.
—Sí, pero todos mis amigos me están esperando esta tarde —dijo
Pablo volviendo a acordarse de su cumpleaños.
—No te preocupes, que tu mamá les va a avisar y lo celebrareis otro día.
—Abuela, ¿y el tío José Miguel pudo ir luego a la nieve?
—Después ha ido varias veces, pero, ese día, se fueron todos
sus compañeros menos él, que se quedó
con muchísima pena en casa, sabiendo que por culpa de otro chico, se le habían
estropeado sus sueños. Así es la vida Pablo, hay veces que las cosas no salen
como queremos.
Pablo parece que se
convence, pero, de repente, se vuelve hacia su abuela y le dice:
—Abuela, entonces ¿me vas a comprar cromos? —le pregunta
poniendo cara de pena.
—¡Hay que ver!, como me lo pides así, es difícil decirte que
no. Vale, luego te compraré dos sobres.
—No, cuatro —replica el niño
—Tres, le regatea la abuela.
Pablo se ha convencido, hoy no tendrá su fiesta de cumpleaños,
pero sabe que dentro de unos días su mamá se la celebrará; la verdad es que en
el fondo es un niño con suerte.
2 comentarios:
Lo que no arregle una buena abuela...
Un abrazo.
Muchas gracias, Macondo. Fue así, de verdad.
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