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¡Y sin embargo algunas personas dicen que se aburren!¡ Démosles libros!¡Démosles fábulas que los estimulen!¡Démosles cuentos de hadas! Jostein Gaarder

sábado, 17 de diciembre de 2016

Cuentos junto al belén. Cuento navideño.








Cuentos junto al Belén

 

Mayca, José Miguel y Paloma, llegaron muy contentos del colegio. Les habían dado las vacaciones de Navidad. ¡Ya podían poner el belén!

Todos los años, esa misma tarde, su padre bajaba las cajas de la buhardilla y empezaban los preparativos. Los niños esperaban este acontecimiento con mucha ansiedad.  Su madre, que tenía mucha imaginación, había convertido este momento en algo mágico: los niños desenvolvían las figuras mientras ella les contaba historias según iban apareciendo los personajes del belén.

Esa tarde, lo primero que rescató José Miguel de su embalaje fue el palacio de Herodes y la estrella. Paloma y Mayca sacaron algunas figuritas: dos labradoras, unos cuantos guardias y un paje.

La madre puso el palacio al fondo de la mesa y colocó con cuidado las figuras encima del mismo. Se quedó callada observándolo todo durante unos instantes y, casi sin proponérselo, empezaron a acudir a su mente ideas que iban a servir para dar forma al cuento de Navidad:

—Niños, cuando queráis, empiezo con la historia.

 Los tres niños   se prepararon para escucharla en silencio:

—Yaiza, estaba asomada a la ventana de su habitación. Oscurecía, y en el firmamento iban encendiéndose pequeños puntos de luz. Uno de ellos empezó a iluminar el cielo con más fuerza que el resto. Se fijó en el tamaño de la estrella. ¡Era mucho más grande que las demás! Su belleza la maravilló.  Mientras la observaba, se fue tranquilizando. El rechazo que unos momentos antes había sentido por el mundo que la rodeaba, desapareció.

        Su padre la había encerrado en su cuarto hasta que accediera a casarse con el hombre que él había elegido para ella. Acababa de darle un ultimátum: o se casaba o viviría encerrada para siempre. El afortunado novio era un riquísimo Maharajá, tan viejo, que podía ser su abuelo. Sin embargo, sus riquezas sacarían de la ruina a su pueblo. ¡El pueblo se moría de hambre, mientras ella se moría de amor!

Hakim, el segundo hijo del rey de un país amigo, había sido el elegido por el corazón la joven princesa. Cuando se vieron por primera vez   los dos jóvenes, sus miradas se cruzaron tímidamente y ya nunca dejaron de pensar el uno en el otro. Él también suspiraba en silencio por Yaiza.

Yaiza era una joven muy hermosa. Tenía los ojos oscuros como la noche, pero con el brillo fulgurante de las estrellas. Su pelo era negro y ondulado y su elegante porte reflejaba que era una princesa de alto rango.

 Esa noche, Yaiza no podía dormir; se asomó al balcón para mirar al cielo; eso le relajaba. Vio una  estrella que brillaba especialmente y sintió  que una fuerza interior la movía a hacer algo que a ella  no se le hubiera ocurrido jamás. Cogió un pergamino y una pluma de ave y escribió una nota.

Llamó a su sirvienta Zara y se la entregó:

—Intenta dársela al príncipe Hakim, pero procura que no te cojan los guardias. ¡Guárdatela entre tus vestidos!

La sirvienta salió como una flecha de la habitación de su ama y observó que los tres guardias estaban mirando la estrella, por lo que se escurrió por detrás de ellos sin que se dieran cuenta.

Los guardias, después de observar el cielo durante unos instantes, volvieron a sus puestos. La estrella había ayudado a Yaiza, Zara no había sido descubierta.

Hakim, en su habitación leyó la nota:

—Mi padre quiere casarme con el Maharajá de la India para sacar de la ruina a la gente que vive en nuestro pueblo. No me puedo negar por el bien de ellos, pero siempre te querré.

Yaiza

“¡El amor que él sentía por la princesa, era correspondido por ella!” —pensó.

 Con el corazón rebosante de felicidad decidió actuar inmediatamente antes de que fuera demasiado tarde. La noche se había echado sobre la ciudad y Hakim aprovechó que estaba invitado en el palacio, para deslizarse sigilosamente a las habitaciones de su amada. Ella ya estaba acostada, pero se incorporó inmediatamente cuando oyó pisadas a su lado.

—Hakim, ¿cómo has entrado? Si mi padre se entera de que estás aquí nos matará —dijo Yaiza asustada, al ver al príncipe dentro de su habitación.

—No te preocupes, tu sirvienta Zara, está vigilando en la puerta y nos avisará si alguien llega. ¡Tienes que venirte conmigo!  No puedes quedarte toda la vida al lado del viejo Maharajá Sulayman.

 

Los niños habían dejado de desenvolver figuras. Estaban absortos escuchando el relato que les estaba contando. La madre se cayó durante un momento

—Mamá, aquí están los tres Reyes Magos y todas las figuras con las que el año pasado hicimos la comitiva —observó Paloma.

—Sí, y aquí hay palmeras, árboles y el papel para el lago —comentó José Miguel.

—Ponedlo todo en el belén y formad una caravana. Me va a venir bien para inspirarme.

—Venga, sigue contando, que está muy interesante —dijo Mayca.

Su madre se quedó mirando durante unos instantes como organizaban las figuras, hiló algo más su historia y siguió hablando:

—Yaiza, lo tengo todo pensado, en las afueras de la ciudad hay una caravana que viene del otro extremo de Persia. La forman tres sabios que van siguiendo una estrella; conocen todo sobre astrología y astronomía. Dicen que esa estrella les está indicando algo grande. Ellos creen que va a venir un Mesías, por eso tienen que seguirla y averiguar de qué se trata Si nos vamos con ellos podremos casarnos y vivir toda la vida juntos.

A la princesa le pareció una idea estupenda, pero peligrosa. Se asomó a la ventana y le lanzó a su estrella una petición, sabía que ya la había ayudado antes:

—Estrella preciosa, no permitas que nos descubran esta noche. No podría vivir toda la vida sin mi amado Hakim.

¡Zara! —ordenó a su criada—, prepara un hatillo con algunas de nuestras ropas, unas alfombras pequeñas y todas mis joyas, nos vamos.

Zara empezó a temblar pensando en lo que podría ocurrir si su amo se enteraba de lo que iban a hacer, pero obedeció sin rechistar.

Tres sombras atravesaron silenciosamente el gran patio del palacio del mandatario Akil. Como por un milagro, los guardias estaban en sus puestos, pero profundamente dormidos, y unas nubes negras habían oscurecido el cielo de tal manera que era imposible que nadie pudiera ver a más de un metro de distancia. Solo se escuchaba el murmullo de las fuentes de los jardines. Hakim, Yaiza, y Zara todavía estaban temblando cuando intentaron abrir sigilosamente la puerta de la muralla y comprobaron que no ofrecía ninguna resistencia.

—Vamos, rápido, la caravana sale al amanecer —dijo Hakim

—Estoy segura de que la estrella nos ha ayudado. Se lo pedí y sentí como ella atendía mis súplicas —susurró Yaiza cuando se encontraron fuera del palacio.

 

Los niños miraban embelesados a su madre. ¡Qué imaginación tenía!

—Mamá ¿cómo ponemos las palmeras y el lago?

—Formad un oasis al lado de la caravana y colocad todas las figuras de la comitiva a su alrededor. También a los Reyes.

Pusieron el papel de plata sujeto por piedras pequeñas de rio; las palmeras y algunas otras plantas de plástico las colocaron formando un pequeño bosquecillo. Cuando se dieron por satisfechos, su madre sonrió y continuó con su relato:

—Las tres sombras aligeraron tomando el camino del oasis que había en las afueras de la ciudad. La fresca mancha verde estaba regada por un nacimiento de agua que formaba un lago alrededor del cual había frondosas higueras, esbeltas palmeras, y otras plantas que crecían cerca de la humedad. Nuestros amigos se aproximaron y cuando estaban cerca, un centinela les cortó el paso:

—¡Alto! ¿Quién va?

—Somos el príncipe Hakim y la princesa Yaiza. Venimos a pedir asilo en vuestra caravana. Sabemos que vais siguiendo el camino de la estrella y queremos acompañaros también. Nosotros tres solos, no lo conseguiríamos. ¡Es muy peligroso!

El centinela los miró detenidamente y viendo que parecían buena gente, los llevó antes sus jefes.

Tres hombres estaban sentados alrededor de un fuego. Llevaban ricas túnicas y turbantes adornados con joyas preciosas. Las sillas sobre las que descansaban estaban cubiertas con pieles de leopardo y a sus pies tenían alfombras tan magníficas que asombraron a la misma princesa Yaiza. Se notaba por la elegancia de sus movimientos que eran personas ilustres.

 —Melchor, esa estrella es mucho más grande que el resto de las que hemos visto hasta ahora. No me canso de mirarla. Se me llena el corazón de gozo cuando la contemplo.

—Es cierto Gaspar, por eso debemos seguir el camino hasta el lugar que nos señale.

La conversación giraba alrededor de la estrella cuando, seguidos por dos centinelas, tres sombras llegaron hasta donde estaban los Magos:

—Majestades, aquí traemos a estos viajeros; quieren acompañarnos a hacer el camino que marca la estrella.

Los Magos se les quedaron mirando.

—¿Vosotros sabéis que va a ser un viaje muy duro y difícil?

Los tres asintieron con la cabeza.

—Sabemos que la estrella nos ayudará —replicó Yaiza—, ya lo ha hecho desde que la vi en el cielo.

Uno de los Magos se quedó contemplándolos mientras se mesaba la barba con la mano:

—Sabemos que además de seguir a la estrella, queréis escapar de vuestro padre. Ayudaros nos puede causar muchos problemas —expuso Melchor a los tres jóvenes.

Se quedaron muy sorprendidos. ¡Nunca se explicaron, cómo se habían enterado de su fuga!

—¡Siempre habéis dicho que no os gusta que obliguen a la gente a hacer algo en contra de su voluntad! —replicó Baltasar a Melchor.

Hakim atemorizado se arrodilló ante ellos y suplicó a sus majestades:

—Os ruego que no nos entreguéis ahora. Sería la muerte para mí y la prisión para Yaiza y Zara.

La estrella iluminó con más fuerza a los Reyes.

—¡Levántate!, no vamos a entregaros —exclamó Gaspar—, pero vosotros no podéis acompañarnos si no estáis bien preparados para una marcha tan larga. Seguimos a esa maravillosa estrella y no sabemos hacia donde nos llevará.

—Viene con nosotros un camellero que quizás os pueda vender alguno de sus animales y todo lo necesario para emprender el camino —aclaró Melchor—. Id y comprad lo que os sea útil para el viaje.

Los tres muchachos les dieron las gracias y fueron a buscar rápidamente al mercader de camellos que les habían indicado los tres Magos. La estrella desde el cielo les iluminó el lugar en donde se encontraba descansando el buen hombre. Los muchachos le comentaron sus pretensiones y este les ofreció dos camellos a cambio de dos pulseras de oro que la madre de Yaiza le había regalado.

—“¡Los sirvientes no tienen porqué ir montados! Pueden hacer el camino a pie” —pensó Yaiza.

Un camello más le iba a costar otra pulsera ¡No quería desprenderse de ella!  De pronto sin saber por qué, miró hacia la estrella y notó que su brillo era menos intenso, parecía que se había entristecido. Entonces, vio a su sirvienta tan frágil, que su corazón se compadeció de la pobre Zara. ¡Todo el camino a pie! Ella no se merecía eso, tendría su camello.

—De acuerdo toma otra pulsera y danos otro camello más —pidió Yaiza al mercader.

        Su estrella volvió a brillar como antes.

El camellero también les vendió una tienda y otros utensilios para protegerse del frio de la noche en el desierto. Yaiza guardó muy bien las joyas para evitar los robos, y Zara agradeció la generosidad de su ama.  Sintió que la miraba como a una hermana, y por primera vez en su vida se sintió querida por ella. Se alegró de haberla acompañado en esta aventura.

Amanecía en el oasis. Los camellos se movían nerviosos, presentían que les esperaba un largo camino. El sol ya aparecía en el horizonte y Hakim, Yaiza y Zara, estaban muy intranquilos.

—No estaremos seguros hasta que nos vayamos lejos de aquí.  Espero que tu padre nos busque por otro lado. Si consigue localizarnos, moriremos.

—¡Hakim, por favor! No digas eso. Esta locura fue idea tuya, pero estoy segura de que nuestra estrella nos ayudará. Ella sabrá que hacer. Tengo un buen presentimiento.

Zara les contemplaba sin decir ni una palabra. ¡Ella sí que estaba aterrorizada!  Le temblaba todo el cuerpo, y hasta que no notó movimiento en la cabecera de la caravana no empezó a tranquilizarse. Habían recogido la tienda entre los tres, como amigos. Comieron unos cuantos dátiles y tomaron tres cuencos de leche de cabra. Hakim alimentó a sus camellos y los acercó al nacimiento de agua que había allí cerca para que bebieran. También llenaron unos pellejos para el viaje y recogieron menta fresca para prepararse un té cuando parasen a descansar.

 

—¡Qué bonito es el cuento, mamá! —exclamó Mayca

—Mamá mira, han aparecido las casitas, el pozo y el puente. También el establo.

—Colocadlo debajo de la estrella, y las casitas y el puente situadlas de manera que estén entre el oasis y el portal. La caravana tendrá que pasar por ahí.

En ese momento la   madre estuvo un rato mirando la estrella de su belén, ¡no sabía cómo seguir!, se le había quedado la mente en blanco; pasaron unos segundos y, por fin, continuó:

—La caravana comenzó el largo viaje. Avanzó por delante de muchas ciudades, atravesó puentes, valles y montañas. Todas las noches descansaban cuando oscurecía. ¡Los camellos tenían que reponer fuerzas y ellos también! Al cabo de tres días de marcha, Yaiza, Hakim y Zara, se acercaron una noche a conversar con los Magos:

—Majestades, venimos a agradecerles nuevamente su hospitalidad. Si no hubiera sido por su ayuda, habríamos muerto en el camino. Pero hay una cosa que no me explico: ¿Cómo mi padre no nos ha localizado todavía?

Melchor los miró y sonrió:

—La misma noche que llegasteis, una patrulla de soldados enviada por vuestro padre, se introdujo en la caravana para apresaros.

—-Les invitamos a pasar para que registrasen las tiendas, pidiendo a la estrella que no os encontrasen. ¡No podíamos negarnos pues hubiesen sospechado de inmediato!  De repente, pasó algo muy extraño. La estrella se oscureció y la noche más negra cayó sobre todos —comentó Gaspar—. Los soldados se asustaron y revisaron por encima las tiendas convenciéndose de que no estabais. No os dijimos nunca nada para no preocuparos.

Zara que escuchaba muy interesada, miró a Yaiza y esta le echó el brazo por encima del hombro y le dijo:

—Ya podemos estar tranquilos, el peligro ha pasado.

A partir de ese día los tres jóvenes disfrutaron de su viaje sin el temor de sentirse perseguidos. Ya habían conseguido despistar al Jefe Akil.

 

 

—Mamá mira, ya han aparecido La Virgen, San José y el Niño Jesús. También están la mula y el buey.

—Situadlos dentro del establo Se acerca el momento del nacimiento del Mesías.

 

La madre bebió un poco de agua y siguió narrando su historia:

— Atravesaron Babilonia, Siria, Líbano y por fin, alcanzaron Palestina. Desde que habían llegado a esta tierra, la estrella brillaba de una manera especial. Parecía que les avisaba de que el final del viaje estaba próximo. Acamparon en las afueras de un pueblecito llamado Belén y la caravana descansó. Los tres Magos estaban muy nerviosos; presentían que algo maravilloso estaba sucediendo allí mismo, cerca de donde ellos estaban y era la estrella la que les estaba avisando Mientras, en su tienda, Yaiza, Hakim y Zara tenían la misma sensación.

Ya estaban dormidos, cuando en sueños se les aparecieron unos ángeles que cantando anunciaban al mundo que en un establo había nacido el Salvador de los Judíos ¡Era un momento de alegría para todos! Se despertaron muy excitados y se dirigieron hacia donde estaban los Reyes

—¡Vamos hacia la luz! —dijeron todos y, sin haberse puesto de acuerdo previamente, se encaminaron al lugar en donde estaba sucediendo el milagro.

Delante, iban los Magos montados en sus camellos acompañados por sus pajes. Llevaba cada uno un regalo para ofrecer al rey de los Judíos que, según la profecía, había venido a salvar al mundo.

 


—Mamá, ¿Qué hacemos con los pastores y los ángeles? —preguntó Paloma.

—¡Que niña más inoportuna! No haces más que distraerla —dijo José Miguel.

—No me interrumpe —dijo su madre—. Unos angelitos colocadlos junto al portal, y el resto al lado de los pastores anunciando el nacimiento del Niño Jesús.

—Según se iban acercando, escucharon unos cánticos tan bonitos que no parecían salidos de gargantas humanas. Eran los ángeles que anunciaban la buena nueva. La luz que allí resplandecía era más fuerte y más cálida que la que desprendía la estrella. ¡Por fin vieron el establo a lo lejos! Cuando llegaron, había tanta gente que los Reyes y su séquito tuvieron que abrirse paso con mucha dificultad. Por fin, ¡pudieron ver lo que tanto habían ansiado!

Recostado en un pesebre, en medio de un hombre y una mujer, un pequeño niño miraba a todos los que allí estaban. Él les sonreía y ellos se sentían invadidos por una inmensa felicidad. Sus corazones se llenaban de amor y olvidaban rencores y sufrimientos. Eran conscientes de que estaban siendo testigos del suceso más importante de todos los tiempos: el nacimiento del Mesías.


Los tres Reyes Magos y sus acompañantes cayeron de rodillas ante él y se dijeron entre ellos:

—En verdad ha nacido un nuevo rey al que todos debemos adorar.

Después le entregaron sus regalos: oro, incienso y mirra. Estuvieron adorándole largo rato y después se retiraron. Durante un instante, el niño miró a Yaiza y ella pensó que   nunca en su vida había visto nada tan bonito como la carita del recién nacido. En ese momento perdonó a su padre, y Hakim también hizo lo mismo. Cuando el Niño se durmió todos los que allí estaban dejaron sus regalos y se retiraron para descansar. Al día siguiente, sus Majestades entregaron una tienda y unas alfombras para que el niño no durmiese sobre las pajas del establo. Después de unos días maravillosos, llegó el momento de regresar a su país. Los Reyes hablaron con Yaiza, Hakim  y Zara:

—Queridos amigos, ha llegado la hora de volver. Nuestro objetivo se ha cumplido. ¿Qué pensáis hacer vosotros?

—Majestades, si no es mucha molestia, regresaremos con vuestra caravana. Tenemos la confianza de que el corazón de Akil se ha ablandado; sabemos que quiere vernos —dijo Hakim—. El Niño me  me dijo en sueños que nos  esperaba con los brazos abiertos.

—Entonces no se hable más. ¡Os volveréis con nosotros!

 

—¡Una caravana viene a lo lejos! —dijo el vigilante del palacio. ¡Avisad a Akil!

Al oír las voces, el gran mandatario se asomó a la torre y desde allí divisó una larga fila de camellos que se acercaba a su palacio. Pidió a su Dios que en ella volviera Yaiza. El Niño había hecho un milagro, Akil quería que su hija regresara y fuera feliz.

 

—Bueno, ahora nos dirás que se casaron y fueron felices ¿no? —preguntó Paloma.

—Pues sí, los cuentos de Navidad siempre terminan bien —contestó la madre.

—¡Qué pena que no sea verdad! Me habría encantado ser Hakim —añadió pensativo José Miguel

—-Mamá, el cuento de este año me ha gustado más los otros.

—Me lo he imaginado Paloma; ya sé cómo te gustan los cuentos de princesas.  

 

Desde lejos se oyó la voz de su padre:

—¡La cena, ya está preparada!

 Al oírle, todos se levantaron y fueron rápidamente hacia la cocina. ¡El viaje por el desierto, les había abierto el apetito!