Mensaje de bienvenida

¡Y sin embargo algunas personas dicen que se aburren!¡ Démosles libros!¡Démosles fábulas que los estimulen!¡Démosles cuentos de hadas! Jostein Gaarder

martes, 4 de febrero de 2014

Esto es agua. . Educación primaria 2º y 3er. ciclo. 2ª Capítulo

            A mi querida Safía de la  que tanto aprendí y que tanto me hizo disfrutar como penar.



Campamentos de Tinduf
2º  capítulo
     

         Estaba terminando el curso y en el colegio convocaron a los padres a una reunión. Un   grupo de personas que trabajaban en una ONG querían conseguir familias para alojar durante los meses de julio y agosto a   niños y niñas saharauis que vivían en los campamentos.   de refugiados de Tinduf.  Por supuesto, los padres de Lucas se ofrecieron; sabían que ellos vivían en el lugar ideal  para pasar unas vacaciones estupendas. Lucas, al principio, estaba muy contento porque pensaba que ese verano iba a tener un amigo con quién jugar, pero cuando les dijeron que les había tocado una niña y, además de siete años, volvió a poner cara de acelga y no la quitó hasta que llegó el momento de ir a por ella.

         —Mira Lucas, tienes que cambiar esa cara. Para ella debe de ser muy duro dejar a su familia y venir a vivir  tan lejos, a un país desconocido, con gente a la que no entiende, y a  una casa que no ha visto  en su vida; de modo que o cambias de actitud o te pasas todo el verano sin coger la bicicleta —le advirtieron sus padres.

         Ese era el peor castigo que podían ponerle. ¡No podía vivir sin su bici!  Entonces, lo pensó detenidamente:

         —En realidad solo son dos meses, me pasarán pronto.

         Se metió en el coche y los tres muy nerviosos fueron al lugar donde les habían convocado. Las niñas y los niños, que acababan de llegar, estaban un poco asustados. Con sus grandes ojos muy abiertos, esperaban escuchar su nombre para ver qué familia les había correspondido. Sin embargo los padres que los iban a acoger estaban más   inquietos aún que   los chiquillos. Todos querían que los pequeños se encontrasen a gusto en su casa.

         Por fin los llamaron:

         —¿Familia Ortiz?, —preguntó una señora que llevaba de la mano una niñita que por su tamaño no aparentaba más de cuatro años:

         —Esta es Safía.  Safía. aquí está tu familia española.

         Los padres recibieron todas las recomendaciones necesarias mientras Lucas y Safía. se repasaban con la mirada para quedarse con todos los detalles del otro.

         La niña sabía algunas palabras en español, pero, aún así, era difícil entenderla. a madre de Lucas, la cogió en brazos y le dio dos besos tan fuertes que resonaron en el salón.

         —Verás qué bien te lo vas a pasar con Lucas ¿verdad Lucas?

         El chico no dijo  nada, solo las miró con cara de fastidio.

         —Venga, vamos a comprarle algunas golosinas a Safía: seguro que no está acostumbrada a ellas.

         Salieron a la calle y entraron en el primer supermercado que encontraron.  Allí pusieron a la niña delante de las galletas y los caramelos.

         —¿Qué  es lo que más te gusta? Elige lo que quieras —la invitó Rosario.

         Safía. estuvo dudando durante unos segundos y, enseguida, ante la sorpresa de todos, escogió una naranja que agarró con todas sus fuerzas como si fuera un objeto muy valioso.

         —Mamá, esta niña es tonta, mira que elegir fruta con la cantidad de golosinas que hay aquí.

         —Lucas, Safía ha hecho una elección muy inteligente; estos niños no ven fruta fresca   casi nunca, creo que tú y yo, esta noche, vamos a tener una pequeña charla. Debes conocer las condiciones de vida de estos chicos —dijo la madre reprendiéndole.

         Salieron de la tienda y Rosario le peló la naranja; Safía. la miraba y le daba bocaditos pequeños para que le durase mucho. Sus ojos cada vez más abiertos miraban con curiosidad todo lo que la rodeaba. Cogieron el coche y por fin llegaron a la huerta. Safía., acostumbrada a la tierra del desierto, casi nunca había visto árboles al natural  y, menos, llenos de fruta. Se soltó de la mano y se fue corriendo a   tocarlos. Se abrazó a uno de ellos y no quería soltarse.

         —Shallara, shallara —repetía mientras tocaba la rugosa corteza del naranjo.

         —Quedaos aquí con ella, voy  un momento regar —comentó José no queriendo  apartar a Safía. de su descubrimiento.

         José se dirigió hacia la compuerta  de la acequia para regar como todos los días, la levantó y, como siempre, el agua salió atropelladamente inundando  el cauce que rodeaba la huerta  La niña escuchó un  murmullo que era casi nuevo para ella, nunca había visto correr el agua; en dónde vivía,  les llevaban el agua, una vez al mes, en camiones cisternas de las Naciones Unidas  y la echaban en unas cubas que tenían al lado de  la jaima. De las cubas la sacaban con garrafas de  plástico.

Cisterna de las naciones Unidas

 Las  jaimas,  hechas con telas y cuerdas sujetadas al suelo, estaban en medio de la nada; tierra, y polvo por todas partes. Alguna vez, en su poblado había llovido, pero como todo estaba tan seco, el agua desaparecía rápidamente absorbida por la sed del desierto.

 Al principio se asustó, pero después de un rato se soltó del tronco del árbol y se fue corriendo   detrás del pequeño riachuelo de agua, riendo y gritando:  al-maa,  al-maa,  al-maa

         —Ve con ella no vaya a hacerse daño —le mandó Rosario a su hijo.

         Lucas estaba en su estado natural, es decir enfadado; echó a correr refunfuñando hasta que unas gotas le salpicaron. Safía le estaba echando agua con su pequeña mano; era completamente feliz y quería jugar con él. En ese momento a él, cosa rara, también le entraron ganas de jugar; la vio tan pequeña e indefensa  que, de repente, como si fuese de verdad su hermano, se sintió con la obligación de protegerla. Entonces llamó a su madre:

         —Mama, me voy a meter con ella en la acequia, el agua nos llega por debajo de las rodillas, no creo que  haya  peligro.