Pablo ya llega al lavabo
—Mamá, ayúdame, no puedo lavarme.
Su mamá viene rápido, lo toma en brazos, cierra
la tapa del retrete y lo sube allí porque desde esa altura lo tiene más fácil:
así sí que puede lavarse cómodamente.
Su abuela ha visto el trabajo que le cuesta a
su nieto lavarse las manos:
—Pablo, voy a comprar un taburete, lo voy a
colocar debajo del lavabo y cuando tengas que abrir el grifo no tienes más que
sacarlo y subirte en él. Ya verás cómo así vas a poder hacerlo tú solito.
—Abuela, ¿Qué es un tamburete? —pregunta
curioso.
—Taburete, Pablo —le rectifica.
Desde que le trajeron el taburete, él ya no
necesita llamar a su mamá. Cuando tiene que lavarse o coger agua, lo saca de
debajo del lavabo, se sube en él con mucho cuidado y llega perfectamente al
grifo. Un día se llevó un buen susto porque al abrirlo, salió mucha agua de
golpe y se mojó entero.
Al
pequeño le gusta mucho jugar mientras se lava hace mucha espuma porque se
pone mucho jabón en las manos y se le pasan las horas muertas debajo del grifo.
—Ciérralo, que hay que cuidar mucho el
agua —le dice Guille.
Para Pablo, el lavabo es el mar. Lo llena de
agua y pone todos los barquitos de plástico que le han regalado para su
cumpleaños. Entonces, piensa que es el capitán pirata Pata de Calamar que va en el barco más grande en donde lleva prisionero a un marinero,
allí tienen lugar grandes batallas.
Otras veces coge los animales de su hermano y también juega con ellos: un
cachalote, una orca y un delfín. Se imagina montado en este último recorriendo
los mares detrás de una ballena muy juguetona que se esconde entre los
arrecifes. Se pone empapado y mancha todo el suelo. Luego se seca las manos y
coloca la toalla en el toallero, pero como la pone mal, siempre acaba en el
suelo. Guille le mira y se sonríe porque
le hacen mucha gracia sus ocurrencias.
—¡No sé qué voy a hacer contigo, siempre te
estás mojando! –le dice su madre bajándole del taburete
Su madre ha guardado el taburete y el niño no
puede subirse para jugar él solo. Pablo está un poco triste, echa de menos las
batallas marítimas.
Un día al venir del colegio, su mamá le dice:
—Pablo, si quieres merendar, corre y lávate las
manos.
Como tiene mucha hambre, el niño ha ido
corriendo, se ha puesto un poquito de puntillas, pero ha llegado al lavabo y ha podido abrir el
grifo perfectamente sin ninguna ayuda. Cuando se ha dado cuenta, Pablo ha
salido corriendo muy contento:
—¡Mamá, abuela, ya llego al lavabo! He crecido
mucho y no he tenido que subirme a ningún sitio. Además hago pipí de pie, como
mi hermano y ya no mancho la tabla del váter.
Las dos lo miran muy satisfechas. Su mamá le
dice:
—Ves Pablo, como bebes mucha leche y comes
mucha fruta, te estás haciendo muy mayor.
Pablo se la queda mirando y se ríe en silencio.
Ahora podrá volver a jugar con los barquitos como hacía antes sin necesidad de
subirse a ningún lado.
Coge el bocadillo que le han preparado y se lo come de un tirón;
todavía tiene que crecer más si quiere llegar él solo a la estantería de los
cuentos, como su hermano Guillermo.
a ese plato blanco y gigante que tiene encima de la cabeza. Lo mira con resignación e
intenta abrir el grifo, pero nada, es imposible, no
llega.
—Mamá, ayúdame, no puedo lavarme.
Su mamá viene rápido, lo toma en brazos, cierra la tapa del retrete y lo sube allí porque desde esa altura lo tiene más fácil: así sí que puede lavarse cómodamente.
Su abuela ha visto el trabajo que le cuesta a su nieto lavarse
las manos:
—Pablo, voy a comprar un taburete, lo voy a colocar debajo
del lavabo y cuando tengas que abrir el grifo no tienes más que sacarlo y subirte
en él. Ya verás cómo así vas a poder hacerlo tú solito.
—Abuela, ¿Qué es un tamburete? —pregunta curioso.
—Taburete, Pablo —le
rectifica.
Desde que le trajeron el taburete, él ya no necesita llamar
a su mamá. Cuando tiene que lavarse o coger agua, lo saca de debajo del lavabo,
se sube en él con mucho cuidado y llega perfectamente al grifo. Un día se llevó
un buen susto porque al abrirlo, salió mucha agua de golpe y se mojó entero.
Al pequeño le gusta mucho jugar mientras se lava hace mucha espuma porque se
pone mucho jabón en las manos y se le pasan las horas muertas debajo del grifo.
—Ciérralo, que hay que cuidar mucho el agua —le dice Guille.
Para Pablo, el lavabo es el mar. Lo llena de agua y pone
todos los barquitos de plástico que le han regalado para su cumpleaños.
Entonces, piensa que es el capitán pirata Pata de Calamar que va en el barco más grande en donde lleva prisionero a un marinero,
allí tienen lugar grandes batallas.
Otras veces coge los animales de su hermano y también juega con ellos: un
cachalote, una orca y un delfín. Se imagina montado en este último recorriendo
los mares detrás de una ballena muy juguetona que se esconde entre los
arrecifes. Se pone empapado y mancha todo el suelo. Luego se seca las manos y
coloca la toalla en el toallero, pero como la pone mal, siempre acaba en el
suelo. Guille le mira y se sonríe porque
le hacen mucha gracia sus ocurrencias.
—¡No sé qué voy a hacer contigo, siempre te estás mojando!
–le dice su madre bajándole del taburete
Su madre ha guardado el taburete y el niño no puede subirse
para jugar él solo. Pablo está un poco triste, echa de menos las batallas
marítimas.
Un día al venir del colegio, su mamá le dice:
—Pablo, si quieres merendar, corre y lávate las manos.
Como tiene mucha hambre, el niño ha ido corriendo, se ha
puesto un poquito de puntillas, pero ha
llegado al lavabo y ha podido abrir el grifo perfectamente sin ninguna ayuda.
Cuando se ha dado cuenta, Pablo ha salido corriendo muy contento:
—¡Mamá, abuela, ya llego al lavabo! He crecido mucho y no
he tenido que subirme a ningún sitio. Además hago pipí de pie, como mi hermano
y ya no mancho la tabla del váter.
Las dos lo miran muy satisfechas. Su mamá le dice:
—Ves Pablo, como bebes mucha leche y comes mucha fruta, te
estás haciendo muy mayor.
Pablo se la queda mirando y se ríe en silencio. Ahora podrá
volver a jugar con los barquitos como hacía antes sin necesidad de subirse a
ningún lado.
Coge el bocadillo que le
han preparado y se lo come de un tirón; todavía tiene que crecer más si
quiere llegar él solo a la estantería de los cuentos, como su hermano
Guillermo.
1 comentarios:
Cuando he escrito este cuento, he pensado en mi nieto Pablo, él es muy listo y tiene muy buenas ocurrencias. Será todo un hombre cuando crezca.
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