Una Real visita
Blasito estaba mirando la calle a través de los cristales de su casa;
fuera soplaba un viento muy fuerte, y unos nubarrones grises cubrían
el cielo. Parecía que iba a descargar un chaparrón en cualquier momento. Había
bajado la temperatura bastante. Seguro que ya estaban bajo
cero. Allí donde vivía, en el momento en que se ponía el sol, no se podía
asomar la nariz fuera.
—No hace una tarde muy agradable para salir de paseo, pero si los
Reyes Magos vienen desde muy lejos al pueblo para hacernos una
visita y traernos regalos, no puedo quedarme en casa de brazos cruzados.
Saldría a verlos como todos los años.
Blas vivía en una aldea pequeña en la montaña. Allí, en invierno,
normalmente hacía un tiempo desapacible que no invitaba a pasear. Dentro de su
humilde casa se respiraba un ambiente cálido y confortable. En la cocina era
donde hacían la vida, comían y veían la televisión. La chimenea estaba
encendida día y noche durante varios meses. Tenían leña almacenada en la cuadra
para poder afrontar las heladas y las nieves. Su abuelo era el encargado de
recogerla durante el verano, y él le ayudaba muchos días. También echaban piñas
al fuego, que chisporroteaban como si fueran palomitas de maíz. Sus padres
trabajaban un pequeño trozo de tierra que apenas les daba para ir tirando. Siempre
olía a café recién hecho y a la comida que hacía su abuela.
Blasito miraba a la chimenea
y a continuación a la calle, y la verdad es que había que pensárselo dos veces
para salir, pero ya lo tenía decidido, iría a ver la cabalgata como todos los
años.
Cada Navidad, Blas ponía el belén, un belén muy sencillo, igual que
su familia. Solo tenía el Nacimiento, dos pastores, uno de ellos cojo, tres
ovejas y una lavandera. No tenía Reyes Magos; cuando su padre se lo regaló no
había dinero para más figuras. Las figuras de los reyes y los pajes eran las
más caras, así que le prometieron que cuando pudiesen se las comprarían para
que tuviese el belén completo, pero nunca llegó ese momento. Blasito ya estaba
acostumbrado a su humilde belén y, para él, era el más bonito de todos los del
pueblo. Le gustaba más que el del Ayuntamiento, que ya es decir.
Lo adornaba con piñas
naturales, musgo, piedras del río y castañas. Siempre lo ponía cerca de la
lumbre para que al Niño Jesús le dieran calor las llamas. Los reflejos rojos y
naranjas del fuego lo iluminaban tanto que no le hacía falta colocarle ninguna
bombilla; despedía luz como si las tuviera.
Blasito tenía una costumbre, el día de la Cabalgata cogía con mucho
cuidado sus figuritas, se las metía en los bolsillos y se iba con ellas para
que vieran pasar a los Reyes Magos.
—Ya que no los tienes en tu belén —le decía al Niño Jesús—, por lo
menos los verás todos los años; al fin y al cabo vienen a saludarte a ti.
Por fin se decidió; se puso el gorro, la bufanda, los guantes y un
abrigo tan corto que las mangas no le llegaban a las muñecas. Se colocó en los
bolsillos del mismo, con mucha delicadeza, a San José, la Virgen y al Niño; y
en los bolsillos de los pantalones se guardó a los pastores y a la lavandera. Los protegió con papeles para que no se
rompieran, y salió de la casa. Inmediatamente, el frío del atardecer le dio en
la cara. Miró al cielo y vio algunas estrellas en el firmamento. Se parecía al
cielo de papel que tenía pegado en la pared, detrás de su belén. ”Estaba
precioso” pensó.
—Vaya, parece que nos vamos a
librar de la lluvia —exclamó contento, mientras de dirigía a la Plaza del
Ayuntamiento.
Allí,
siempre se colocaba a horcajadas en la rama de un algarrobo muy grueso que
había plantado su abuelo cuando era joven. Esa tarde, la gente se agolpaba
debajo de los soportales, “al menos allí estaban a cubierto”, pensaban. Ya se
aproximarían cuando oyesen anunciar que venían los camellos y los pajes.
Blasito se encaramó al árbol de siempre, su amigo Tomás estaba esperándole.
Desde arriba se notaba más el frío y el aire que en el suelo.
—Creía que ya no ibas a venir. ¿Te has traído tu belén? —le preguntó.
—Claro, como todos los años. Tú sabes que no falto nunca. Venga
vamos a colocarlo antes de que llegue la cabalgata. | Realizado por Guille Martínez Ortiz 11 años. |
Tomás y Blas colocaron a la Virgen y a San José al lado del Niño
Jesús enganchados en los nudos de la madera para sujetarlos bien. Los pastores
estaban en fila, un poco más atrás para que viesen venir a sus Majestades. El
pastorcito cojo apenas podía guardar el equilibrio, así que Tomás, con una
navaja, hizo una hendidura en la rama en donde estaban encaramados y colocó la
figurita. Se estaba haciendo de noche y
el viento arreciaba, más aún encima del árbol, aunque desde arriba todo se veía
estupendamente.
Por fin aparecieron las motos
de la policía que iban despejando las calles para que pasase la cabalgata sin
ninguna dificultad. Se oyó el sonido de las trompetas, platillos y tambores que
tocaban los músicos de una banda con la alegría correspondiente a ese momento
tan especial para todos. Detrás, aparecieron pastores llevando sus rebaños,
señoras con cestas llenas de pan recién hecho, labradores con canastos llenos
de frutas y así muchas personas que representaban los personajes del belén que
iban a adorar al Niño. Después, venía lo más emocionante: los pajes de los
Reyes Magos conducían unas carrozas preciosas adornadas
con todo tipo de flores, dulces y caramelos. Detrás, en los remolques se veían
los paquetes con todos los regalos para los niños que se habían portado bien.
—Tomás, ¿Qué le has pedido este año a los Reyes?
—Yo le he pedido una bicicleta, aunque mis padres dicen que si no me
la traen, será porque este año los Reyes están más pobres, y ¿tú?
—Yo quiero un ordenador, pero ya veremos si tengo suerte.
Mientras hablaban, vieron llegar en sus camellos a Melchor con su
gran barba blanca y tres pajes, detrás iba Gaspar, y por último Baltasar con un
turbante precioso sujeto con un gran broche y una esmeralda en el centro. Blas
se inclinó para verlos mejor, pero con la emoción del momento no se dio cuenta
de que se habían movido las figuras y los dos pastorcillos se cayeron en el preciso
instante en que Baltasar pasaba por debajo de ellos. El rey, al verlas caer del
árbol, alargó la mano cogiéndolas al vuelo. Blas se quedó sin respiración; no
se podía imaginar que le fuera a pasar eso.
Baltasar y él estaban a la misma altura, entonces el rey, mirándole a
los ojos, acercó su camello para poder hablar mejor con el niño:
—Blas, debes tener más cuidado, todos los años el mismo trajín con
tu belén; tanto va el cántaro a la fuente que al final se rompe. Esto tendremos
que arreglarlo.
¡Blas estaba tan nervioso y alegre! ¡Nunca se hubiese imaginado que
el rey Baltasar iba a hablarle, ni que se hubiese dado cuenta de que todos los
años montaba su belén en la rama del algarrobo para que el Niño los viese pasar!
Luego le sonrió y siguió despacio a los otros dos Magos. Tomás estaba
emocionado, le parecía que su amigo era el más afortunado del pueblo porque
había podido hablar con uno de los Reyes.
—¡Qué suerte! Te ha llamado por tu nombre, te ha conocido —le dijo
Tomás.
—Oye, ¿te has dado cuenta de lo que me ha dicho? Con los nervios no
lo he podido escuchar —le preguntó Blasito.
—Pues la verdad es que no lo he entendido bien. Ha dicho algo de un
cántaro y una fuente. No tengo ni idea de lo que quería decir con eso del
cántaro —le contestó Tomás rascándose la cabeza pensativo.
Después del sobresalto, cuando terminó
de pasar la cabalgata, recogieron las figuras, se las guardó con cuidado, y
rápidamente descendieron al suelo. En ese momento empezaron a caer unas gruesas
gotas que se convirtieron en un aguacero en pocos minutos. Blasito y Tomás se
refugiaron en los soportales de la plaza, pero el aire empezó a soplar con
tanta fuerza que el agua entraba en los soportales y les mojaba la ropa como si
estuvieran al descubierto. Estaban comentando lo ocurrido aquella tarde, cuando
vieron llegar corriendo al padre de Blas con dos paraguas muy grandes; venía a
buscarles.
—Menos mal que estáis aquí debajo con la que está cayendo. Venga
Tomás, te acompañamos a tu casa. Coge este paraguas.
Cuando iban por el camino, le contaron muy excitados todo lo que
había sucedido aquella tarde, y el padre les escuchaba sorprendido y
emocionado. Por fin dejaron a su amigo en casa y se encaminaron hacia la suya.
Abrieron la puerta y entraron en el pequeño recibidor. Después de sacarse las figuras de los
bolsillos, colgaron los abrigos en una cabeza de ciervo disecada que servía de perchero
y pasaron a la cocina; con mucho cuidado las volvió a colocar en el belén.
El ambiente cálido que se respiraba allí les reconfortó. Fuera
quedaba la noche oscura y fría. Su madre salió a recibirlos llena de alegría.
—Menos mal que ya estáis en casa, ¡menuda nochecita!
Blas, ¡no sabes lo que ha pasado mientras estabas fuera!, has
recibido una visita y te han traído un paquete.
—Mamá, ¿quién ha venido a verme?
—¿Ah? Abre el regalo y te enterarás tú mismo.
El niño, muy nervioso, cogió con mucho cuidado la caja que estaba
envuelta en un precioso papel de regalo lleno de estrellas brillantes. La abrió
y vio que dentro había unas figuras liadas en papeles de burbujas para
protegerlas de los golpes. Las desenvolvió despacio y fueron apareciendo los
tres Reyes Magos montados en camellos, con sus pajes. Eran las figuras más
bonitas que había visto en su vida, ahora sí que tenía el belén completo. ¡Por
fin podía dejar tranquilo al Niño Jesús en su cuna! Ya no le molestaría más en
las próximas navidades. Las colocó delante del Portal y luego leyó la carta que
acompañaba al paquete:
Querido Blas:
Tu cariño hacia nosotros y hacia el Niño Jesús te hace merecedor de
una recompensa. No podíamos dejar ni un año más que sacases todas tus figuritas
de casa con el frío que hace en estos días, por eso te hemos traído unas
réplicas nuestras para que las coloques adorando al Niño. Esperamos que te
gusten. Tampoco hemos podido dejar que tu pastorcillo siga cojo, ahora si te
fijas bien tiene las dos piernas como su amigo.
¡Ah!
Explícale a Tomás que el refrán “Tanto va el cántaro a la fuente, que al final
se rompe” quiere decir que de tanto sacar a tus figuras, algún día se te
podrían romper; esta tarde ha estado a punto de suceder un desastre.
Tus
amigos
Melchor,
Gaspar y Baltasar.
Blas no echó en falta el ordenador que
les había pedido, en realidad se había cumplido su mayor deseo, tener el belén
completo.
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12 comentarios:
Te felicito Conchita por este maravilloso blog. Yo también soy docente ( en activo) y enamorada del mundo infantil y su literatura. Tu rincón me ha gustado mucho y vendré con frecuencia. Te dejo los enlaces a mis blogs por si quieres conocerme http://educarges.blogspot.com y http://tejiendocuentos12.blogspot.com
Encantada de conocerte
Precioso Mamá!!! Me he emocionado...¿cómo se te ocurren estas historias? Es que tú eres un poco Maga.
Besos.
No tiene tanto mérito. Un día, una prima mía me contó que un amigo suyo decía que de pequeño sacaba a la calle las figuritas del belén; entonces se me ocurrió hacer este cuento. Me alegro que os haya gustado.
Un cuento -historia -leyenda de una belleza llena de ternura y candor, he disfrutado a tope y me ha emocionado profundamente !!!! gracias por compartir una historia con tanto mensaje....encantada de conocerte, hasta pronto besukis de colores Begoña
¡Un disfrute total este blog!
Muchas gracias a Abedul y a Hechicera por vuestras palabras. Vuestros comentarios me animan a seguir escribiendo.
Conchita soy Gloria. Acabo de leer "Una Real visita" y como los demás me he emocionado, es precioso como todos tus cuentos. Lo de la rebanada de pan con crema de cacao me ha llegado al alma, ya te contaré por qué.Sigue así creando ilusión es lo único que nos ayuda a vivir.
Un besito guapa.
Gracias Gloria, yo sé que a tí todo lo que sean hadas y princesas te encanta. Aquí salen reyes que es parecido.
¡Muy bonito Conchita!
Me encantan todos tus cuentos.
¡Feliz Navidad!
Un abrazo muy fuerte.
Muchas gracias Marisa, a mí me chiflan tus poesías.
Un besazo.
Muchas gracias Marisa, a mí me chiflan tus poesías.
Un besazo.
Muchas gracias Marisa, a mí me chiflan tus poesías.
Un besazo.
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