Dibujo realizado por Guillermo Martínez Ortiz, mi nieto. |
Bea acababa de llegar de un excitante viaje desde el centro de África. Ella era la mejor amiga de la madre de Guille y Pablo, y estos sabían, con
seguridad, que les traería un regalo.
Por fin, una tarde fue a verlos con un paquete bastante
grande. Ellos tenían mucha gana de ver de qué se trataba y se fueron a su
habitación a abrirlo mientras su madre y Bea se quedaban hablando de las
aventuras que esta última había vivido en ese continente, tan extraño para
ellos.
De repente, los
niños volvieron gritando muy alborotados, con los ojos desorbitados, y con una
figura dentro de la caja que le devolvieron a la amiga.
—Mamá, no nos gusta para nuestra habitación —expuso Guille muy
agitado—. Seguro que si la colocamos en la estantería vamos a tener unos sueños
terroríficos.
—¡Qué miedica eres!! —replicó la madre—. A ver, déjame que la
vea.
Mayca se acercó a la
caja y dio un respingo al ver la figura que había dentro. Nunca había visto
nada tan feo.
—¡Qué exagerados sois! En Bulubanda esta figura trae buena
suerte al que la tiene y protege de los malos espíritus.
—Pues yo creo que es la figura de un espíritu maligno —añadió
Pablo casi temblando.
—Mirad, vosotros hacedme caso. Colocadla en la estantería blanca
y si empezáis a tener pesadillas, me la llevo y se la regalo a mis sobrinos.
Eso de que un regalo
que era para ellos, fuese a parar a manos de otros niños no les gustó nada ni a
Guille ni a Pablo y entonces respondieron:
—Vale, vamos a probar, pero esta noche solo; mañana te llamamos
y te decimos cómo nos ha ido.
Esa noche, la mamá
colocó al brujo en la última leja, un poco metido hacia dentro para que no la
viesen desde la cama, pero aun así sabían que estaba allí.
El brujo estaba
tallado en piedra oscura, tenía los ojos cuadrados y grandes como si llevase
unas gafas de bucear puestas , la nariz era muy ancha, con un aro enganchado en
ella que hacía juego con los que le colgaban
de las orejas; los aros debían de ser muy pesados; la boca le llegaba hasta las
orejas, sus dientes eran tan largos como
colmillos, y los de arriba encajaban con los de abajo como si se tratase
de un perro de presa. El pelo, de punta, estaba hecho con fibras de palmeras o
de árboles africanos. En el cuello llevaba un collar de huesos, que Pablo
aseguraba que eran de niños pequeños que el brujo había matado y luego se había
comido. Estaba sentado y tenía sujeto en una mano un hacha y en la otra una lanza
con plumas de colores.
—Guille, ¿y si ese collar está hecho con huesos de niños?—
preguntó Pablo.
—Oye, si empezamos así, esta noche no vamos a pegar ojo; vamos a
dormir —exclamó Guille enfadado con su hermano pequeño.
A
pesar del miedo, como habían jugado al futbol estaban muy cansados; al poco
rato los dos pequeños se quedaron dormidos.
Al día siguiente, se
levantaron como si nada; habían dormido bien y se les olvidó que en su
habitación, en la última leja, había un brujo.
Pasaron los días y
llegó la noche de Halloween. En casa de Guille y Pablo hicieron una fiesta;
todos sus amigos fueron disfrazados; algunos de esqueletos, de brujas, de
momias, etc… Su madre les había preparado un disfraz de fantasma y había
llenado el jardín de calabazas con velas dentro. Estuvieron jugando con sus
amigos hasta que se hizo muy tarde y cada uno volvió a su casa. Subieron a su
habitación y se durmieron enseguida.
Un ruido y un viento
helado despertó a Guille: se había abierto la ventana. Tenía frío, así que
intentó, a tientas, buscar las zapatillas para levantarse a cerrarla. De
repente se quedó helado, pero no por culpa del frío sino al ver, al lado de la
ventana, que el brujo de su estantería se había convertido en un hombre de
verdad. Él había abierto la ventana, y
por ella estaban entrando los brujos y hechiceros más terribles que os podéis
imaginar, todos con las caras pintadas, con
uñas larguísimas, y llenos de argollas, tanto en las manos como en los
tobillos. Algunos llevaban pieles de animales como vestido, y todos tenían
lanzas, hachas y otras armas por el estilo. Guille empezó a temblar aunque
cerró los ojos para que no se diesen cuenta de que los había visto
—¡Qué no se despierte Pablo!, ¡que no se despierte Pablo! —repetía
en silencio. Sabía que si lo hacía, no podría aguantar el miedo y empezaría a
chillar como un loco.
En medio de la habitación había una marmita
muy grande, y un hechicero, que parecía el jefe de todo el grupo, moviendo un
líquido asqueroso que olía a podrido. Se pusieron a danzar alrededor de la olla
un baile horrible a la vez que cantaban. ¿Y sus padres?, es que no oían el
escándalo que había en su dormitorio.
En ese momento,
Pablo se despertó, y al ver a los brujos en su habitación, pasó lo que Guille
había temido, gritó tan fuerte que los
hechiceros se pararon y dejaron el baile. Parecía que se habían enfadado
bastante. Fueron con los cuchillos levantados hacia donde estaban las camas de
los niños. Los dos estaban tan aterrorizados que empezaron a llorar, a chillar
y a llamar a sus padres, pero ellos no se enteraban de nada aunque estaban en la habitación de al lado. De repente, el
reloj del salón empezó a dar las campanadas, los brujos se quedaron quietos al
escucharlas y, como si estuviesen hechos de humo y polvo, salieron por la ventana que se abrió
sin saber cómo. El hechicero volvió a su lugar anterior, y todo quedó en calma.
Halloween había terminado.
—¡Guille!, ¡nos hemos librado por poco! —dijo Pablo secándose la
cara con las manos, temblando todavía. ¿Crees que nos hubieran matado?
—Hombre, en la olla iban a cocer a alguien ¡Qué cosa tan
terrible podía haber pasado!
—¿Tú crees que si se lo
contamos a alguien nos van a creer?
—Pablo, mejor, no se lo digas a nadie. Pensarán que estamos
locos. De todas formas, esto no va a volver a pasar —le dijo Guille
tranquilizándole. Cogió la figura del brujo, la tiró contra el suelo haciéndola
mil pedazos, y después la envolvió en un papel. Al día siguiente, al ir al
colegio, la tiró a un contenedor.
En clase, los dos hermanos estuvieron muy
nerviosos hasta que poco a poco se
fueron tranquilizando. Cuando volvieron a casa le dieron un beso a su madre y
fueron directamente a su habitación, no querían pensar que estuviese allí la
marmita o alguno de los hechiceros que habían visto la noche anterior.
—¡Menos mal!, no hay nadie —dijo Guille y dejó la mochila
tranquilamente encima de la cama.
- ¡Mira Guille! —exclamó Pablo señalando la estantería. Allí
estaba la figura del brujo otra vez. Al verla, salieron corriendo hasta el
cuarto de estar.
-Mamá, mamá, hay un brujo en nuestro dormitorio —gritaron con
desesperación.
—Pero, claro, si es el que os trajo Bea de su viaje por África.
Los dos niños, mirándose en silencio, se sentaron sin
fuerzas en el sofá.
Autor:Guille Martínez Ortiz |
Autor:Pablo Martínez Ortiz |
4 comentarios:
OH QUE MARAVILLA DE CUENTO!!! yo me hubiera muerto del miedo con ese brujo!! que excelente historia para este dia de brujas Conchi!!!!!! excelente!!!!!! un besote de brujita jejeje
Querida Eliz, ya no podría acostumbrarme a tu ausencia de comentarios. Gracias por seguir siempre ahí.
Un abrazo.
Conchita
Buenos días Conchita, enhorabuena por sus cuentos y por su blog, es una iniciativa preciosa. Le escribimos desde el blog del Club Asalvo, fabricante de productos de puericultura y le agradeceríamos si nos pudiera escribir a comunidad@asalvo.com, facilitándonos un correo electrónico personal. Nos gustaría escribirle en privado ¡Muchas gracias y saludos!
¡Muy bonito Conchita! Me encantan todos tus cuentos.
Un besazo
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