Mamá quiero hacer
caca.
Hoy es el cumpleaños del abuelo y les
ha invitado a comer en un restaurante muy chulo.
Todos se ponen sus mejores galas, quieren
estar muy guapos porque ese sitio es muy elegante.
Mayca, la mamá, ha vestido a los dos hermanos
iguales, pero parece que a Guille no le hace mucha
gracia ir como su hermano pequeño.
—Mamá, ¿por qué tengo
que llevar la misma ropa que él? —pregunta enfadado—. Yo ya soy mayor.
—Mira niño, no
empieces con tus manías, vais a ir los dos iguales y ya está-.
A
Guille no le gustan las explicaciones de
su madre cuando se pone de mal humor, es más, cree que no le ha explicado nada,
pero se tiene que aguantar. Los dos hermanos salen de casa vestidos de azul:
calcetines azules a juego con los pantalones, camisa de cuadros azules y
blancos y rebeca de ochos azul y blanca.
Parece que el día se ha torcido un poco,
cuando salen está lloviendo y un coche les ha salpicado al pasar a su lado.
—Vaya, me ha llenado
las medias de cascarrias —dice su madre.
—¿Qué son cascarrias?
—pregunta Pablo.
—Pues, ¿no ves?, me ha
salpicado todas las medias de barro —contesta
un poco enfadada.
“Esta vez sí se ha
explicado con claridad”—piensa Guille.
Por fin llegan al restaurante El Pato Rojo, y los abuelos ya les
están esperando. Los niños les dan un abrazo muy fuerte.
—Felicidades abuelo —dicen
a la vez—. Te hemos traído una cosa. ¿Dónde está el regalo, mama?
Al escucharlos, a la madre se le pone la
cara roja como un tomate; se ha dejado
el paquete en el recibidor cuando ha cogido los paraguas. No, si ya le parecía
a Guille que el día se estaba estropeando.
El abuelo se ríe al ver la cara de su
hija.
—No te preocupes, para
mí el mejor regalo es que estemos todos juntos. Vamos a comer y después iremos
a casa a recogerlo.
La
cosa se arregla, piensa Guille, si a él no le traen un regalo hubiese armado
una buena rabieta.
Empiezan a comer y cada uno pide lo que más le gusta, para los niños
chuletas con patatas y, hoy, solo por hoy, les dejan tomar un refresco de cola,
pero sin cafeína.
A mitad de la comida a
Pablo le empiezan a sonar las tripas.
—Mamá, quiero hacer caca —dice un poco nervioso.
—Hay que ver qué
oportuno eres, siempre en mitad de la comida tienes que ir al aseo —exclama su
padre—. Aguántate a que terminemos de comer y ahora te llevo.
Pablo se aguanta un minuto.
—Papá, me voy a hacer
caca —exclama más nervioso que antes.
—Acompáñale Guille,
venga, a ver si eres mayor de verdad —le dice su padre sonriendo.
Ahora es Guille el que tiene la cara roja
—¡Este niño siempre me
está molestando! —dice mientras se levanta de la mesa.
A la madre le da pena y les acompaña hasta
el aseo, se asegura de que todo esté bien y les deja solos.
—Guille, cuando
termine me avisas que yo vengo.
El hermano mayor no hace más que meterle prisa.
—Se me van a enfriar
las chuletas por tu culpa, a ver si terminas de una vez Pablo —le chilla desde
fuera.
—¡Ya voy!, no puedo
más deprisa.
De repente, se oye
caer el agua de la cisterna y la voz del pequeño.
— ¡Ya!
Guille se pone muy contento, ¡por fin va a
poder terminarse su comida! Se asoma a la puerta del aseo y, aunque el restaurante
está lleno de gente, grita para que le oiga su madre:
—Mamá, Pablo ya ha
terminado, ven a limpiarle el culo.
En ese momento todos los comensales
levantan la cara, miran al niño llenos de asombro y la carcajada es general.
Sin embargo en su mesa, nadie se está riendo.
La mamá
respira
profundamente y se levanta haciendo acopio de toda la paciencia del mundo.
Cuando se acerca a Guillermo le susurra
algo al oído:
—Ya eres mayorcito
para esas tonterías, ¿no crees? A ver cuando maduras de una vez.
El niño vuelve a su sitio y se sienta
rojo de vergüenza. Encima, las chuletas se le han enfriado.
Al
poco rato sacan una tarta para que el abuelo sople las velas y todos le cantan
cumpleaños feliz. Guille se da cuenta de que a sus padres ya se les ha pasado
el enfado y de que todos están disfrutando de lo lindo. Entonces, se toma su trozo de tarta de
chocolate muy contento.
¡Hum!, le
sabe a gloria.
10 comentarios:
Ay que me he reído mucho Conchi!! Que ternura, la inocencia de los pequeños es lo más lindo y yo concuerdo con Pablo, que los adultos se expliquen bien!! Una maravilla de cuento!!
El chaval no ha hecho más que avisar a la madre, tal y como ella le ha dicho. La verdad es que los mayores se cabrean por unas chorradas...
ja, ja...los niños son así de espontáneos, y precisamente eso es lo que les hace tan especiales.
Un bonito cuento, Conchita.
Un abrazo
Querida Eiz, tener nietos cerca es vivir la inocencia de los niños a diario. Me alegro de que te hayas reído. Eso es lo que pretendo. Divertir un poco a la gente. Un abrazo.
Hola Macondo, tienes razón. Los mayores nos cabreamos por tonterías y los niños no comprenden nuestros enfados.Lo que ocurre es que el reloj biológico de algunos niños avisa siempre en medio de la comida y eso es un poco molesto.
Un saludo.
Hola Rita, me alegro de verte de nuevo por aquí. Los que tienen niños cerca saben que esta situación se da muy a menudo. Siempre en medio de la comida.
Un abrazo.
Real como la vida misma, ¿verdad, Conchita?
Un beso muy fuerte.
Marisa
Muy simpática manera de exponer una situacion a la que alguna vez los niños nos han puesto! Felicitaciones a la escritora y al ilustrador de esa simpática historia
Querida Marisa, ya lo comprobarás en tus comidas con nietos,tienen un reloj para ir al aseo a la hora de comer los adultos.
Un abrazo de oso
Muchas gracias por entrar a leer este cuento, que es parte de la vida misma. Un abrazo de oso.
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