GUILLE Y PABLO
GUILLE Y LAS TORTUGAS
MORAS
Han pasado varios meses
desde que están en su nueva casa y Guille
quiere tener sus tortugas. Todos los días le pregunta a su mamá que
cuándo van a ir a recogerlas.
—Todavía no hemos
preparado bien el terreno —les dice siempre su padre.
Un día, harto de oírles protestar, se levanta temprano y
arregla toda la zona en dónde van a vivir sus tortugas. Remueve la tierra para
que esté blanda y cuando llegue el invierno se puedan esconder fácilmente, les construye
una cueva, les pone una valla de madera para que no se salgan de su sitio.
Además ha plantado muchas hierbas aromáticas: romero, tomillo, lavanda y aloe,
y ha hecho unos agujeros en la tierra en donde ha puesto unos platos hondos con
agua para que se puedan bañar.
—Papá, los niños de mi
clase no se creen que a las tortugas de tierra les guste el agua. Me dicen que
me he inventado eso de que se bañan —le comenta Guille un poco enfadado.
—No te preocupes,
cuando las tengamos aquí, los traes un día
para que vean que es verdad lo que dices.
Guille se pone muy
contento al oír a su padre, por fin van a ver que no miente. Como ya tienen el
terreno preparado, una tarde van a casa de su abuela a recogerlas. Son cuatro
hembras y dos machos que ya están muy grandes.
—Mamá, ¿cómo distingues
a las hembras de los machos? —pregunta Guille.
— Las hembras tienen un tamaño doble al del macho y la cola ancha
y
corta; los machos la
tienen estrecha y larga —le responde.
Han llevado una caja
grande para meterlas y su abuela se ha puesto un poco triste porque a ella le
gustaba mucho cuidarlas.
—No te preocupes abuela
que, en cuanto críen, te traemos alguna para que te hagan compañía —le dice
Guille para consolarla.
Ya las tienen en casa y
van a ser Guille y Pablo los que se encarguen de alimentarlas. Les ponen lechuga,
rúcula y canónigos, las verduras que más
les gustan. Una mañana cuando han ido a darles la comida han visto que una de
ellas tiene dos bultos en los oídos y casi no puede mover la cabeza. Tampoco la
puede meter dentro de la concha porque la tiene tan inflamada que no le cabe.
—Bonita se ha puesto enferma,
vamos a separarla de las otras. La pondremos en una caja con tierra y comida y
veremos qué pasa —les dice su madre un poco preocupada.
Bonita fue la primera
cría de tortuga que nació en casa de su madre cuando ella todavía era soltera.
Le costó mucho trabajo sacarla adelante, por eso la tienen mucho cariño. Como
ven que han pasado dos días y la tortuguita no tiene ganas de comer, la mamá
dice a los niños:
—Esta tarde, cuando
vuelva de trabajar, la vamos a llevar a la veterinaria.
Por la tarde cogen a
Bonita en su caja y van a la consulta.
La veterinaria mira a
la tortuga, pero parece que no sabe mucho de las afecciones de estos animales.
—Lo siento, pero no sé qué enfermedad puede tener vuestra
tortuga. Tenéis que llevarla a la Facultad de Veterinaria, allí hay un
departamento especializado en animales exóticos —les dice disculpándose al ver
que no puede solucionarles el problema.
Piden hora como si
fueran a ir al médico y el veterinario les dice al verla:
—L[i]a
tortuga tiene una gran infección de oídos, sino la operamos se morirá.
Bonita tiene cada vez
más hinchada la cabeza, los niños no quieren que se muera y empiezan a llorar cuando le oyen. Al verlos así, su mamá le pregunta al
veterinario cuándo puede operarla:
—Puedo el viernes a las
ocho de la mañana —le contesta—. Mientras cuídenla mucho. Que coma rúcula,
canónigos y brócoli, porque son verduras que tienen mucho alimento.
Le han puesto toda la
comida que les ha recomendado, pero la tortuga se encuentra mal y casi no come.
Todos están muy preocupados. Cuando llega el día fijado, a las ocho en punto,
Mayca y Guille están en la Facultad de Veterinaria para dejar a Bonita. Pablo
no ha podido ir porque se ha resfriado y tiene mucha tos, así es que se ha
quedado con sus abuelos.
El profesor les tranquiliza y les dice que no
se preocupen que todo va a salir bien; ellos se van más tranquilos. Por la
tarde suben a por la enferma:
—Tenía una infección
tan fuerte que si no la hubiésemos operado, se hubiera muerto sin remedio —les dice el profesor.
Después de escuchar
todas las recomendaciones para su cuidado, se la llevan a casa. El veterinario les ha dicho que la bañen
en una piscina pequeña porque ellas hacen caca en el agua.
—Todavía no tiene ganas
de comer, le dolerá la mandíbula y por eso no quiere abrir la boca —dice Guille
a Pablito.
Pasan los días y se la
ve más contenta. Se baña y hace todas sus necesidades en el agua.
—Eso es señal de que
está comiendo, Bonita está fuera de peligro, la pondremos junto a sus hermanas
—comenta Mayca, muy feliz al verla sana y salva.
Está entrando el otoño.
Dentro de poco, el frio aparecerá y todas las tortugas hibernarán. Se
esconderán entre la tierra y dejaremos de verlas durante todo el invierno —le dice la mamá a Pablo.
—¿Y cómo comen si están
enterradas? —pregunta Pablo.
—Durante este tiempo
las tortugas están como dormidas y no necesitan comer. Eso les pasa a muchos
animales, por ejemplo a los osos –-le explica Guille a su hermano.
—¿Al oso Yogui también?
—Sí, y a Bubu —añade
Guille riéndose con la ocurrencia de su hermano Pablo.
Guille ya lo sabe porque es más mayor y ha visto que todos los
años ocurre lo mismo con esos animales, pero Pablito no. Ahora, como ya va a cumplir cuatro años su
mamá empieza a explicarle algunas costumbres de los animales para que vaya
aprendiendo lo maravillosa que es la
naturaleza que les rodea.
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2 comentarios:
uy, pobre tortuguita, menos mal que se ha puesto bien la pequeña, gracias por compartir tus historias Conchi, me encantan!! xoxo Eliz
Gracias por estar siempre ahí.
Un abrazo, Eliz.
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