Campamentos de Tinduf |
Estaba terminando el curso y en
el colegio convocaron a los padres a una reunión. Un grupo
de personas que trabajaban en una ONG querían conseguir familias para alojar
durante los meses de julio y agosto a niños y niñas saharauis que vivían en los campamentos. de
refugiados de Tinduf. Por supuesto, los
padres de Lucas se ofrecieron; sabían que ellos vivían en el lugar ideal para pasar unas vacaciones estupendas. Lucas,
al principio, estaba muy contento porque pensaba que ese verano iba a tener un
amigo con quién jugar, pero cuando les dijeron que les había tocado una niña y,
además de siete años, volvió a poner cara de acelga y no la quitó hasta que
llegó el momento de ir a por ella.
—Mira
Lucas, tienes que cambiar esa cara. Para ella debe de ser muy duro dejar a su
familia y venir a vivir tan lejos, a un
país desconocido, con gente a la que no entiende, y a una casa que no ha visto en su vida; de modo que o cambias de actitud o
te pasas todo el verano sin coger la bicicleta —le advirtieron sus padres.
Ese era el peor castigo que
podían ponerle. ¡No podía vivir sin su bici! Entonces, lo pensó detenidamente:
—En
realidad solo son dos meses, me pasarán pronto.
Se
metió en el coche y los tres muy nerviosos fueron al lugar donde les habían
convocado. Las niñas y los niños, que acababan de llegar, estaban un poco
asustados. Con sus grandes ojos muy abiertos, esperaban escuchar su nombre para
ver qué familia les había correspondido. Sin embargo los padres que los iban a
acoger estaban más inquietos aún que los chiquillos. Todos querían que los pequeños
se encontrasen a gusto en su casa.
Por fin los llamaron:
—¿Familia
Ortiz?, —preguntó una señora que llevaba de la mano una niñita que por su
tamaño no aparentaba más de cuatro años:
—Esta
es Safía. Safía. aquí está tu familia
española.
Los padres recibieron todas las
recomendaciones necesarias mientras Lucas y Safía. se repasaban con la mirada
para quedarse con todos los detalles del otro.
La
niña sabía algunas palabras en español, pero, aún así, era difícil entenderla. a
madre de Lucas, la cogió en brazos y le dio dos besos tan fuertes que resonaron
en el salón.
—Verás
qué bien te lo vas a pasar con Lucas ¿verdad Lucas?
El chico no dijo nada, solo las miró con cara de fastidio.
—Venga,
vamos a comprarle algunas golosinas a Safía: seguro que no está acostumbrada a
ellas.
Salieron
a la calle y entraron en el primer supermercado que encontraron. Allí pusieron a la niña delante de las galletas
y los caramelos.
—¿Qué es lo que más te gusta? Elige lo que quieras —la
invitó Rosario.
Safía. estuvo dudando durante
unos segundos y, enseguida, ante la sorpresa de todos, escogió una naranja que
agarró con todas sus fuerzas como si fuera un objeto muy valioso.
—Mamá,
esta niña es tonta, mira que elegir fruta con la cantidad de golosinas que hay
aquí.
—Lucas,
Safía ha hecho una elección muy inteligente; estos niños no ven fruta fresca casi nunca, creo que tú y yo, esta noche,
vamos a tener una pequeña charla. Debes conocer las condiciones de vida de
estos chicos —dijo la madre reprendiéndole.
Salieron de la tienda y Rosario
le peló la naranja; Safía. la miraba y le daba bocaditos pequeños para que le
durase mucho. Sus ojos cada vez más abiertos miraban con curiosidad todo lo que
la rodeaba. Cogieron el coche y por fin llegaron a la huerta. Safía.,
acostumbrada a la tierra del desierto, casi nunca había visto árboles al
natural y, menos, llenos de fruta. Se
soltó de la mano y se fue corriendo a tocarlos. Se abrazó a uno de ellos y no quería
soltarse.
—Shallara,
shallara —repetía mientras tocaba la rugosa corteza del naranjo.
—Quedaos
aquí con ella, voy un momento regar —comentó
José no queriendo apartar a Safía. de su
descubrimiento.
José se dirigió hacia la compuerta de la acequia para regar como todos los días, la levantó y, como siempre, el agua salió atropelladamente inundando el cauce que rodeaba la huerta La niña escuchó un murmullo que era casi nuevo para ella, nunca había visto correr el agua; en dónde vivía, les llevaban el agua, una vez al mes, en camiones cisternas de las Naciones Unidas y la echaban en unas cubas que tenían al lado de la jaima. De las cubas la sacaban con garrafas de plástico.
Cisterna de las naciones Unidas |
Las jaimas,
hechas con telas y cuerdas sujetadas al suelo, estaban en medio de la
nada; tierra, y polvo por todas partes. Alguna vez, en su poblado había
llovido, pero como todo estaba tan seco, el agua desaparecía rápidamente
absorbida por la sed del desierto.
Al
principio se asustó, pero después de un rato se soltó del tronco del árbol y se
fue corriendo detrás del pequeño riachuelo de agua, riendo y
gritando: al-maa, al-maa, al-maa
—Ve
con ella no vaya a hacerse daño —le mandó Rosario a su hijo.
Lucas estaba en su estado
natural, es decir enfadado; echó a correr refunfuñando hasta que unas gotas le
salpicaron. Safía le estaba echando agua con su pequeña mano; era completamente
feliz y quería jugar con él. En ese momento a él, cosa rara, también le entraron
ganas de jugar; la vio tan pequeña e indefensa
que, de repente, como si fuese de verdad su hermano, se sintió con la
obligación de protegerla. Entonces llamó a su madre:
—Mama,
me voy a meter con ella en la acequia, el agua nos llega por debajo de las
rodillas, no creo que haya peligro.
5 comentarios:
Querida Conchita; precioso el cuento y has sabido ensamblar perfectamente tiempos pasados y presentes, es una delicia y, mi enhorabuena por la buena valoración que te ha hecho el Ministerio de Educación y Cultura. Sigue siempre adelante con tu buen hacer en valores. Espe
Me gustó mucho la lectura disfrute al hacerlo, y cuando la leía me imaginaba que yo era Safia. Muy agradecida se lo leeré a mis niños.
Me alegro que os hayan gustado estos dos capítulos. Hoy, como es 1 de marzo, subiré el último. Muchas gracias por leerme.
He tenido un "sobrino" saharaui varios años y creo que es una gran experiencia para ellos y para la familia de acogida. Muy bonito. Marisa Alonso
Gracias Marisa,entonces ya sabes de qué va esto.
un abrazo.
Publicar un comentario