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martes, 26 de octubre de 2021

UN DIENTE EN EL BOCADILLO

Dibujo de Guillermo Martínez Ortiz.

                                                        Un diente en el bocadillo

Parece ser que con el otoño, además de la caída de las hojas, llega la caída de los dientes, como le ha pasado a mi nieto José Miguel. Espero que os guste su aventura.

 

 

José Miguel miraba con apetito el bocadillo que le acababa de dejar su madre encima de la mesa. Era de jamón y tomate rallado. Las lonchas de jamón asomaban por los costados del pan y parecían decir “Comedme”, o eso es lo que creía escuchar José Miguel cuando las miraba. Lo del tomate, eso ya era distinto. Hubiera preferido que estuviera solo el pan, pero no había forma de que sus padres aceptasen el hecho de que a él no le gustaba la verdura.

Empezó a mordisquearlo con delicadeza para saborearlo bien. Su hermano Carlitos le miraba con envidia. Él quería otro igual, pero ya había merendado un trozo de bizcocho y su madre le dijo que después del bizcocho, un bocadillo era demasiado.

José Miguel abrió la boca todo lo que pudo porque el pan era bastante alto, casi no le cabía, hincó los dientes, y notó como algo se desprendía de su encía aunque sin hacerle daño. Miró y para su sorpresa vio un pequeño dientecito clavado en el bocadillo.

—¡Mamá, papá! ¡Se me ha caído un diente!, ¡se me ha caído un diente y no me ha dolido nada!

El niño salió corriendo a decírselo a sus padres y abuelos que estaban charlando en la cocina.

Todos le dijeron que se lo enseñara, pero cuando el niño volvió a por el bocadillo, el diente había desaparecido.

En ese momento se armó un gran alboroto; pusieron el bocadillo encima de la encimera y empezaron a diseccionarlo como si estuvieran operándolo, pero nada, el diente no aparecía.

—¡Tiene que estar ahí!, ¡tiene que estar! —decían los mayores.

—Mira bien entre el jamón —le decía José Miguel a su padre.

José Miguel seguía muy sorprendido ante el jaleo que se había armado.

—Tiene que aparecer para que lo pongas debajo de la almohada, y el ratoncito Pérez te traiga este noche un regalo —le decían sus abuelos.

José Miguel no hacía más que mirarse, en el espejo, la mella que se le había quedado en la encía, sin prestar atención al lío que se había formado en la cocina buscando su diente.

—“Pobre bocadillo” —pensaba Carlitos.

—Hay que encontrarlo para guardarlo, ahora están investigando

 si se pueden sacar células madres para curar enfermedades —

comentaban los abuelos.

De repente alguien se acordó del perro.

—¡Tango!, puede que se lo haya comido él.

Todos se fueron corriendo hacia el salón. El perro, al verlos acercarse a él como locos, se escondió debajo de la mesa.

—¡Tango!, ¡sal! —le decían a voces.

Al final, el  pobre animal obedeció. Lo primero que hicieron fue abrirle la boca por si todavía no se lo había tragado, pero los únicos dientes que se veían eran lo propios del perro, que por cierto, eran bastante grandes y fuertes. Menos mal que el boxer era un santo y aguantó sin cerrar la boca hasta que lo dejaron en paz.

—Bueno, seguro que cuando mañana limpiemos el salón aparecerá, no te preocupes —le dijo su madre viendo la cara de disgusto que tenía el niño —.  Además, el ratoncito Pérez sabe que se te ha caído, seguro que te deja algo debajo de la almohada.

—¿Y por qué lo sabe? —preguntó Carlitos.

—El ratón Pérez es un mago,  sabe todo lo que se refiere a los niños.  —le contestó su padre.

Después de un rato revolviéndolo todo, dejaron de buscar el diente.

Los abuelos se fueron a su casa y los niños a la cama. José Miguel estaba un poco triste.

—No te preocupes, ya verás como te traerá un regalo.

Carlitos y Clarita se acostaron con ganas de hacerse pronto mayores para que el ratoncito les trajese a ellos también un regalo.

Cuando la mamá se quedó sola, bajó al salón y se agachó para buscarlo detenidamente en la alfombra.

¡Allí estaba!, ¡al lado del sillón! Tanto buscar dentro del bocadillo y en la boca de Tango, y  se les había pasado mirar bien en el suelo.

Cuando subió para decírselo al niño, este ya estaba dormido, seguro que estaba soñando con un mundo de ratones y palacios de nácar.

Colocó con cuidado el dientecito debajo de la almohada y se fue a dormir.

Al día siguiente un reluciente coche rojo apareció debajo de la cabecera.

¿Cómo era posible que un ratón tan pequeño hubiese   podido subir el coche a la cama?  Se preguntó de nuevo José Miguel.

—¡Es un ratón mágico! —recibió por respuesta.

 

 

6 comentarios:

Macondo dijo...

El ratoncito Pérez debe pertenecer a la raza de los coloraos. Se dice que son muy listos.
Un abrazo.

Julio Jiménez dijo...

Muy original el cuento Conchita al igual que la ilustración de tu nieto. Escalón a escalón OS encontraréis con un libro en el primer rellano. Cordial abrazo.

Conchita dijo...

Hola Macondo, todo el verano sin airear mi blog y sin tus comentarios. Espero retomar el trabajo de nuevo. Efectivamente, es muy listo el pillín.
Muchas gracias.

Conchita dijo...

Hola Julio. Gracias por tu comentario. Efectivamente, mi nieto tiene mucha facilidad para dibujar. Ya me gustaría estar con él en un libro. Por ahora, me conformo con aparecer contigo en nuestro Libro solidario. Tengo unas ganas locas de tenerlo.
Un abrazo.

Marisa Alonso Santamaría dijo...

¡Qué aventura!
Los nietos dan para escribir muchas historias.
Te invito a pasar por mi blog.
Un abrazo, Conchita.

Conchita dijo...

Querida Marisa, ya verás cuando tengas algún nieto o nieta, todo lo que te enseñará. Gracias por pasar. No te contesté porque estoy un poco liada con los comentarios que tengo en inglés y se me pasó.
Un abrazo.

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