Ana, con una sola ene,
era una niña normal, corriente, como todas las niñas y todos los niños que
estáis leyendo esta historia. Tenía unos ojos y un pelo castaño corrientes,
unas pecas graciosísimas corrientes y una estatura corriente: ni muy alta ni
muy baja. Sus notas también eran del
montón, siempre suficientes con algún bien por en medio para no hacer demasiado
aburrido su libro de calificaciones, ¡ah! y dos hermanos gemelos corrientes que
como todos los hermanos la molestaban continuamente cuando ella quería estar
tranquila. Sin embargo, para su tormento,
no había en esta vida nada que le fastidiase
tanto como ser una chica como las demás.
Ya había cumplido diez años y sus padres siempre le
celebraban sus cumpleaños corrientemente como todos los padres del mundo hacen
con sus hijos: les compran una tarta y le ponen una velita con el número de
años que cumplen sus retoños. Eso a Ana le parecía de lo más normal, quizás un poco vulgar, y ella soñaba con algo
diferente. Bueno, cuando cumplió siete años, la fiesta de su cumple fue un poco
distinta porque sus tíos se disfrazaron de payasos y Ana y sus amigas se lo
pasaron estupendamente.
Un día Ana acompañó a su mamá a la peluquería y para
entretenerse mientras la esperaba cogió
una revista de cotilleo como decía su madre. Al abrirla puso los ojos como
platos. En grandes letras decía así:
—Los
marqueses de Cuchipán han celebrado el cumpleaños de su preciosa hija Rosalín
en su casa de los Alpes franceses, siendo invitadas grandes personalidades. Durante el evento,
numerosos artistas, vestidos como los personajes de los cuentos, han hecho las
delicias de los niños. Como broche final, el helicóptero de los marqueses
sobrevoló la finca en donde estaban todos reunidos y dejó caer desde el aire numerosos juguetes
para los pequeños asistentes
¡Caray! Eso sí que era
un cumpleaños; no era nada, nada corriente. ¡Cómo le hubiese gustado
tener una celebración de esas! Su fiesta no se parecía en nada a la que le habían organizado los marqueses a su hija.
Se
acercaba el día en el que Ana iba a
cumplir once años y sus padres, conociendo el capricho de su hija de hacer
cosas diferentes, sacaron entradas para el musical de Annie y convidaron a un grupo de sus amigas. Los pobres no sabían en el lío en
que se habían metido porque a su hija mientras veía a la pobre Annie y a los otros actores sufrir, reír, cantar y
bailar en el escenario se le fue llenando la cabeza de ideas que revolucionaron
un poco su vida corriente.
Esa noche Ana no podía dormir pensando en todas las sensaciones que acababa de experimentar
mientras estaba sentada en la butaca del teatro. No hacía más que dar vueltas
en la cama, una cama corriente, sin dosel como los que tienen las princesas de
los cuentos que tanto le gustaban. Entre vuelta y vuelta pensaba:
—A Annie le pasan esas cosas tan emocionantes porque es
distinta de las demás: es pelirroja, su
pelo es de un rojo intenso; el pelo
marrón, como el mío, es muy aburrido, aunque tiene muchas pecas como yo.Al
darse cuenta de ese detalle se puso muy contenta.
Siguió pensando en las diferencias y similitudes que tenía Annie si la comparaba con ella.
—El vestido rojo que llevaba sí que la hace diferente del resto de las niñas. “¡Hay
que ser muy valiente para atreverse a llevar el dichoso vestidito!” pensó. En
eso no me parezco a ella, a mí el vestido me parece horroroso, aunque claro no
es nada corriente. En ese momento cayó en un detalle que la lleno de alegría.
—¡Hombre, en lo que sí me parezco a ella es en el nombre! Pero
enseguida se dio cuenta de otro detalle que la entristeció.
—Aunque el mío es Ana a secas, si al menos llevase dos enes
como el de Annie.
Ana estaba muy disgustada,
de repente se había dado cuenta de que no le gustaba nada, nada, su nombre. Estaba
segura de que en el momento de ponerles el nombre al nacer ya se señalaba para siempre a las niñas
normales de las que no lo eran.
—Ahora recuerdo que un día mi profesora dijo en clase que los
nombres imprimían carácter en las personas.
Al
principio, no entendió lo que eso quería decir, pero le gustó mucho la frase. Si
le hubiesen puesto Genoveva, Alejandra, o Cintia como la vecina de arriba, la cosa
hubiese ido mejor; esos nombres tenían tanta fuerza que solo con que le
hubiesen bautizado con cualquiera de ellos
hubiera sido una chica diferente, pero cuando sus padres le pusieron por nombre Ana empezó a ser una chica del montón.
¡Ana!, un nombre con tres letras era una cosa tan simple…
—¡Cómo me gustaría llamarme Desiré! Aunque tampoco estaría mal ser Alejandra, pero Ana…es tan corto.
De repente, dejó de dar vueltas y se le encendió una
bombilla en su cabeza que casi iluminó la habitación aunque era de noche, así
que, cuando su madre fue a despertarla esa mañana para ir al colegio, ella ya estaba
totalmente espabilada. Sin esperar a saludarla, le dijo:
—Mamá,
a partir de ahora no me llames Ana a secas, por favor, llámame An-na, con dos enes, como la protagonista del
musical que vimos ayer.
Eso
ya era otra cosa, esa doble ene le daba más prestancia a su nombre. Después
de recapacitar pensó que al llegar al colegio tendría que avisar a sus
profesores y a sus compañeros del cambio que su vida iba a experimentar a
partir de ese momento.
La madre de Ana, perdón, de An-na, se quedó sorprendida ante
la determinación que había tomado su hija, pero ella la conocía mejor que nadie
y sabía que, aunque la niña pensaba que era del montón, en
realidad tenía una personalidad tan fuerte que la hacía diferente del resto.
Ese
día, cuando An-na entró en la clase, se
dirigió a su señorita y, después de darle los buenos días, le dijo:
—Buenos días, doña Rosa,
tengo que pedirle un favor -le susurró muy bajito.
—Tú dirás.
—A
partir de ahora me gustaría que, tanto usted como todas mis compañeras, me
llamasen An-na con dos enes; es un nombre que me gusta mucho más, y es menos
simple que Ana a secas.
Doña Rosa, que ya estaba acostumbrada a las genialidades de
su alumna, se la quedó mirando pensativa durante unos instantes y enseguida le dijo:
—No tengo ningún inconveniente querida, en llamarte An-na,
pero para evitar confusiones, tendrás que cambiar todos los nombres a las
etiquetas de los forros de tus libros, del casillero y de tu
mochila y, por supuesto, habrá
que marcar de nuevo tu babi, la bolsa del bocadillo, la rebeca, y la ropa de
deporte. Vas a tener mucho trabajo esta mañana. No le diremos nada a tus
compañeras hasta que hayas cambiado los nombres de todas tus cosas no vaya a
ser que te arrepientas. ¿Te parece bien?
An-na no iba a arrepentirse de aquella decisión tan seria
aunque lo que le había dicho su profe le había caído como un jarro de agua
fría, ¡menudo trabajo!
-—No se preocupe, no me pienso arrepentir, pero rectificaré
encantada todos los nombres de mis cosas -le contestó muy contenta, sabiendo
con certeza que, a partir de ese día, su vida iba a ser distinta, en resumen,
menos corriente.
Cuando llegó la hora del recreo todas sus compañeras
salieron al patio y An-na, en lugar de comerse su bocadillo, que era tan corriente como el de todos los días, pan
con mortadela, se quedó arreglando las etiquetas de los libros y los cuadernos.
Al principio, añadió una ene más con
rotulador encima de su antiguo nombre, pero eso quedaba un poco chapucero y,
otra cosa no, pero limpia y ordenada era mucho más de lo normal, así que pensó
en arrancarla y pegar otra en su lugar. Al intentarlo, el forro del libró, que
era de papel corriente, como todos los forros de papel del mundo, se rasgó y
tuvo que dejarlo para cuando llegase a casa. Tendría que comprar papel de nuevo
para volver a forrar sus libros. Con los cuadernos fue un poco más fácil, al
tener la tapa dura pudo despegar la etiqueta y pegar otra nueva en su lugar,
con su nuevo nombre: AN-NA.
3 comentarios:
Oh!! Me encanta! Debo admitir que cuando era niña yo era como Ana ( de una n) me muero de curiosidad por saber que sigue!!!! Que emoción!!
Muchas gracias Eliz. Tuviste que pasarlo mal.
Un beso.
Me encanta esta historia, estoy deseando saber cómo acaba.
Felicidades, Conchita.
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