Mensaje de bienvenida

¡Y sin embargo algunas personas dicen que se aburren!¡ Démosles libros!¡Démosles fábulas que los estimulen!¡Démosles cuentos de hadas! Jostein Gaarder

jueves, 23 de julio de 2020

ANNA CON DOS ENES, SEGUNDA PARTE





Antes de que se diera cuenta, ya estaban de vuelta sus compañeras, y ella se había quedado sin recreo, y sin ensayo del baile de final de curso y, encima, no había podido rectificar casi ninguno de sus cuadernos. Por un momento, solo por un momento, se arrepintió de haberse cambiado de nombre, pero enseguida pensó que en cuanto tuviera arregladas todas las etiquetas de su material escolar estaría muy satisfecha.
Doña Rosa, al entrar en clase, le preguntó:
         —Ana, ¿ya has arreglado los forros?
 An-na, un poco nerviosa, no tuvo más remedio de decirle que todavía le quedaban muchos nombres que rectificar.
 An-na estaba deseando llegar a casa para pedirle a su madre que la ayudase a marcar de nuevo la ropa del colegio, su seño no iba a decir nada en el cole hasta que la llevase bordada con su nuevo nombre, pero cuando llegó se encontró con que su madre estaba preparada para salir, su abuela  se encontraba indispuesta.
         —Ana, ¿te podrías quedar un momento sola  al cuidado de tus hermanos mientras viene Luisa? Tengo que ir a ver a la abuela sin falta.
         —¡Mamá! Yo quería que me ayudases a marcar la ropa de nuevo.
La madre de An-na ya no se acordaba de lo que le había dicho su hija  por la mañana y se quedó un poco sorprendida.
         —¿Marcar? ¿El qué?
An-na, que tenía enfrente a sus dos hermanos mirándola como dos gatos esperando a saltar sobre ella, le hizo un gesto a su madre  arqueando las cejas y mirando de reojo a los niños para que no metiese la pata delante de ellos, todavía no quería que se enterasen de su gran secreto:
         —Mi nombre nuevo, mamá, ¿es que ya no te acuerdas de lo que te he dicho esta mañana?
         —Ah, sí, eso de que te quieres llamar An-na con dos enes —dijo su madre sin caer en la cuenta de que los niños estaban delante.
Vamos, es que su madre no había tenido la menor delicadeza;  ahora se reirían  de ella y tendría que aguantar sus bromas durante  toda la tarde.
         —Mirándolo bien, cuanto antes lo sepan mejor.
Dirigiéndose a ellos les habló enérgicamente:
         —Bueno, para que lo sepáis, a partir de ahora me vais a llamar An-na con dos enes. Así que empezad a practicar porque si no suena bien no os voy a hacer caso.
Los gemelos empezaron a desternillarse  de risa y a revolcarse por el suelo como dos monos; ella no podía soportarlos cuando se ponían tan tontos. Inmediatamente se inventaron una rima a la que pusieron una melodía bastante machacona para poderla cantar:
Tú eres An-na  An-na,
la niña  que tiene un león
atado con una hebra de lan-na;
tú eres An-na An-na,
la niña que tiene un león atado
con una hebra de lan-na.
En ese momento empezó una batalla campal en el cuarto de estar; los chicos dando vueltas  a su alrededor como si fuesen indios, y ella con las manos puestas en las orejas  para no escucharlos, cantaba a voz en grito otra canción  que le había enseñado su profesora de música esa misma mañana:
La farola de palacio se está muriendo de risa
al ver a los estudiantes
con corbata y sin camisa,
¡Ay! chundala calacachundala…
¡Ay! chundala calacachún
¡Ay! chundala como me rio con todo mi corazón.
Su madre, ante el jaleo que estaban armando, castigó a Andrés y a Luis en su habitación, y a ella le aconsejó que no les hiciera caso.
         —Mira, hoy  no puedo ayudarte, pero aquí tienes el costurero; coge  cinta blanca y borda  a cadeneta tu nombre. Antes, escribe el nombre con un boli y luego solo tienes que   repasarlo con la aguja; ya tienes edad para hacerlo;  ha sido idea tuya cambiarte de nombre. Si eres mayor para decidir eso, también lo eres para lo demás.
A la niña se le iba un color y le venía otro al escucharla.
         —Pero mamá…, yo pensaba que me ibas a ayudar tú. No me acuerdo cómo se hace la cadeneta.
         —Mira hija, tu abuela está mala, no tengo más remedio que ir a visitarla. Si quieres lo hacemos este fin de semana.
Era martes, hasta el fin de semana quedaban muchos días y la señorita le había dicho que mientras no trajese todo marcado de nuevo no le iba a decir nada a sus compañeras; no podía esperar tanto, tendría que intentarlo ella sola.
Cuando su madre salió, An-na  llamó a sus hermanos:
         —Luis, Andrés, venid un momento.
         —No podemos An-na, estamos castigados por tu culpa —le dijeron desde su dormitorio, sabiendo que  les iba a pedir algún favor.
¡Ay! Cómo le molestaba  que le hablasen con ese tonillo. Lo hacían para  fastidiarla.
Dese luego, como todos los hermanos del mundo fueran como los suyos…Los demás tendrían que ser  muy distintos, de otro modo los hermanos solo servían para molestar y ella, además, los tenía a pares.
 Respirando  hondo se acercó a su habitación y llamó a la puerta:
         —Puedo pasar? preguntó amigablemente.
         —¿Eres An-na, la del león? —preguntó Luís. Su hermano Andrés, al oírlo, no pudo aguantarse la risa.
         —¡Oye! Si empezamos así me voy y no os propongo un trato que seguro os iba a interesar.
Los gemelos,  al oír lo del trato abrieron la puerta y preguntaron:
         —¿Qué trato?
Entonces An-na les propuso que, si se querían ganar una propina, tenían que ayudarla a forrar de nuevo los libros. Les contó todo el trabajo que tenía que hacer para conseguir que su profesora se tomase en serio lo de su nuevo nombre.
         -—Mientras yo coso mi nombre a cadeneta, vosotros podéis bajar a la papelería, comprar forros y etiquetas nuevas y ayudarme  para que lo termine todo pronto.
         —Dos euros por libro —le expuso inmediatamente su hermano Andrés.
         —¡Pero tú estás loco! Yo no tengo tanto dinero, además tengo que pagar el forro también.
Luís que era un poco más comprensivo le dijo:
         —Venga, un euro por libro y te pegamos las etiquetas con tu nuevo nombre.
La niña hizo las cuentas y  le pareció que tenía  suficiente dinero en la hucha para pagarles. Cogió el cerdito de barro y un martillo, y al darle el primer golpe fue como si se lo hubiesen dado a ella; nunca pensó que le costase tanto desprenderse de sus ahorros y de su cerdo, al que ya le había cogido cariño  a fuerza de verlo colocado en la estantería de su habitación.  Adiós a sus propinas, solo tenía quince euros y más o menos calculó que sería  eso lo que necesitaba. Bueno, todo lo daba por bien empleado, mañana sería una persona diferente.
Esa tarde los tres trabajaron mucho, pero los resultados no fueron los que ella esperaba.  No se podía decir que los gemelos fueran muy mañosos, los  forros de los libros parecía que se habían peleado  unos con otros  y la letra de las etiquetas era horrible. Por otro lado ella intentó bordar a cadeneta su nombre en el babi y en la rebeca, pero no se acordaba bien  de cómo se hacía. Solo faltaba la guasa de sus hermanos:
         —¿Qué pone aquí? ¿Anna o anno? Vaya una A  mayúscula, si parece una T —decía Andrés.
         —¡Qué no! No ves que dice  Rama, ¡ah no! dice Cama —le contestaba Luís siguiéndole la broma.
An-na se enfadó mucho cuando empezaron a reírse de ella. Cuando vio que todo lo que habían hecho esa tarde había sido un desastre, que  todavía le faltaba la bolsa del bocadillo por marcar y el chándal,  y además que se había quedado sin sus ahorros le dio una  rabia  tremenda. Los gemelos seguían con la guasa, así que  quiso pagar con sus hermanos su enfado y al salir corriendo detrás de ellos tropezó con la caja de los hilos de su madre que se cayó de la mesa quedando todo esparcido por el suelo.  An-na  se echó a llorar amargamente.
Cuando llegó su madre se encontró el salón hecho un desastre.Tuvieron que recoger todo lo que estaba por la alfombra,  y aguantar el chaparrón que les vino después, porque su madre había dejado la casa ordenada.
         —Ana, parece que no me puedo fiar de ti; creía que si eras mayor para algunas cosas, podías hacerte cargo de tus hermanos. No debí dejaros solos.
 Cuando terminaron de ponerlo todo en su sitio, estaban muy cansados. Menos mal que había natillas de postre. Ana se acostó casi sin cenar del disgusto que tenía.
En su habitación, An-na, llorando, comprobaba que todo lo que  había hecho   le había salido mal y además lo tendría  que repetir; le daba vergüenza ir al colegio con los libros tan mal forrados, y con un nombre bordado en el babi que nadie sabía lo que quería decir;  la verdad es que era demasiado cansado ser diferente.
La madre entró en su habitación para consolarla.
         —Ana, no llores cariño. Si quieres ser una chica distinta, no debes dejar que las contrariedades puedan contigo. Mañana te llevas el otro babi al cole y espérate, como te había sugerido, hasta el fin de semana;  no pasa nada por estar unos días más sin ser diferente. Para mí eres única; no hay otra niña igual en el mundo, eres más original de lo que tú te piensas.  Venga, dame un beso y duérmete tranquila. Buenas noches.
La madre le secó las lágrimas con el embozo de las sábanas y salió de la habitación.
Ana se quedó pensando en lo que su madre le había dicho. Quizá sí que era diferente y,   total, qué más daba una n más o menos en su nombre. Esperaría unos días más; bostezó y se dio cuenta de que era un poco tarde; apagó la luz  y, en seguida, se quedó dormida.


4 comentarios:

Conchita dijo...

Por un error se han borrado todos los preciosos comentarios que se habían escrito sobre este cuento.Lo siento muchísimo pero me ha sido imposible rescatarlos.

Conchita dijo...

Hola Luiz Gomez. A todo el mundo le gusta tener seguidores en su blog, pero no puedo entrar en el tuyo. Creo que no lo has escrito bien.

Marisa Alonso Santamaría dijo...

Me ha gustado mucho tu cuento.
Espero que te encuentres bien.
Un beso, Conchita.

Conchita dijo...

Aquí estamos Marisa, haciendo lo que podemos para esquivar al Covid. Me alegro de que te hayas pasado por mi blog. Felices vacaciones.
Un abrazo.

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