Antes de que se diera
cuenta, ya estaban de vuelta sus compañeras, y ella se había quedado sin recreo,
y sin ensayo del baile de final de curso y, encima, no había podido rectificar
casi ninguno de sus cuadernos. Por un momento, solo por un momento, se
arrepintió de haberse cambiado de nombre, pero enseguida pensó que en cuanto
tuviera arregladas todas las etiquetas de su material escolar estaría muy
satisfecha.
Doña Rosa, al entrar en
clase, le preguntó:
—Ana, ¿ya has arreglado los forros?
An-na, un poco nerviosa, no tuvo más remedio
de decirle que todavía le quedaban muchos nombres que rectificar.
An-na estaba deseando llegar a casa para
pedirle a su madre que la ayudase a marcar de nuevo la ropa del colegio, su
seño no iba a decir nada en el cole hasta que la llevase bordada con su nuevo
nombre, pero cuando llegó se encontró con que su madre estaba preparada para
salir, su abuela se encontraba
indispuesta.
—Ana, ¿te podrías quedar un momento sola al cuidado de tus hermanos mientras viene
Luisa? Tengo que ir a ver a la abuela sin falta.
—¡Mamá! Yo quería que me ayudases a marcar la ropa de nuevo.
La madre de An-na ya no
se acordaba de lo que le había dicho su hija por la mañana y se quedó un poco sorprendida.
—¿Marcar? ¿El qué?
An-na, que tenía enfrente
a sus dos hermanos mirándola como dos gatos esperando a saltar sobre ella, le
hizo un gesto a su madre arqueando las
cejas y mirando de reojo a los niños para que no metiese la pata delante de ellos,
todavía no quería que se enterasen de su gran secreto:
—Mi nombre nuevo, mamá, ¿es que ya no te acuerdas de lo que
te he dicho esta mañana?
—Ah, sí, eso de que te quieres llamar An-na con dos enes —dijo
su madre sin caer en la cuenta de que los niños estaban delante.
Vamos, es que su madre
no había tenido la menor delicadeza;
ahora se reirían de ella y
tendría que aguantar sus bromas durante
toda la tarde.
—Mirándolo bien, cuanto antes lo sepan mejor.
Dirigiéndose a ellos les
habló enérgicamente:
—Bueno, para que lo sepáis, a partir de ahora me vais a
llamar An-na con dos enes. Así que empezad a practicar porque si no suena bien
no os voy a hacer caso.
Los gemelos empezaron a
desternillarse de risa y a revolcarse
por el suelo como dos monos; ella no podía soportarlos cuando se ponían tan
tontos. Inmediatamente se inventaron una rima a la que pusieron una melodía
bastante machacona para poderla cantar:
Tú eres An-na
An-na,
la
niña que tiene un león
atado
con una hebra de lan-na;
tú eres An-na An-na,
la
niña que tiene un león atado
con
una hebra de lan-na.
En ese momento empezó
una batalla campal en el cuarto de estar; los chicos dando vueltas a su alrededor como si fuesen indios, y ella
con las manos puestas en las orejas para
no escucharlos, cantaba a voz en grito otra canción que le había enseñado su profesora de música
esa misma mañana:
La
farola de palacio se está muriendo de risa
al
ver a los estudiantes
con
corbata y sin camisa,
¡Ay!
chundala calacachundala…
¡Ay!
chundala calacachún
¡Ay!
chundala como me rio con todo mi corazón.
Su madre, ante el jaleo
que estaban armando, castigó a Andrés y a Luis en su habitación, y a ella le
aconsejó que no les hiciera caso.
—Mira, hoy no puedo
ayudarte, pero aquí tienes el costurero; coge cinta blanca y borda a cadeneta tu nombre. Antes, escribe el
nombre con un boli y luego solo tienes que
repasarlo con la aguja; ya tienes edad para hacerlo; ha sido idea tuya cambiarte de nombre. Si eres
mayor para decidir eso, también lo eres para lo demás.
A la niña se le iba un
color y le venía otro al escucharla.
—Pero mamá…, yo pensaba que me ibas a ayudar tú. No me
acuerdo cómo se hace la cadeneta.
—Mira hija, tu abuela está mala, no tengo más remedio que ir
a visitarla. Si quieres lo hacemos este fin de semana.
Era martes, hasta el fin
de semana quedaban muchos días y la señorita le había dicho que mientras no
trajese todo marcado de nuevo no le iba a decir nada a sus compañeras; no podía
esperar tanto, tendría que intentarlo ella sola.
Cuando su madre salió,
An-na llamó a sus hermanos:
—Luis, Andrés, venid un momento.
—No podemos An-na, estamos castigados por tu culpa —le
dijeron desde su dormitorio, sabiendo que
les iba a pedir algún favor.
¡Ay! Cómo le
molestaba que le hablasen con ese
tonillo. Lo hacían para fastidiarla.
Dese luego, como todos
los hermanos del mundo fueran como los suyos…Los demás tendrían que ser muy distintos, de otro modo los hermanos solo
servían para molestar y ella, además, los tenía a pares.
Respirando
hondo se acercó a su habitación y llamó a la puerta:
—Puedo pasar? preguntó amigablemente.
—¿Eres An-na, la del león? —preguntó Luís. Su hermano
Andrés, al oírlo, no pudo aguantarse la risa.
—¡Oye! Si empezamos así me voy y no os propongo un trato que
seguro os iba a interesar.
Los gemelos, al oír lo del trato abrieron la puerta y
preguntaron:
—¿Qué trato?
Entonces An-na les
propuso que, si se querían ganar una propina, tenían que ayudarla a forrar de
nuevo los libros. Les contó todo el trabajo que tenía que hacer para conseguir
que su profesora se tomase en serio lo de su nuevo nombre.
-—Mientras yo coso mi nombre a cadeneta, vosotros podéis
bajar a la papelería, comprar forros y etiquetas nuevas y ayudarme para que lo termine todo pronto.
—Dos euros por libro —le expuso inmediatamente su hermano
Andrés.
—¡Pero tú estás loco! Yo no tengo tanto dinero, además tengo
que pagar el forro también.
Luís que era un poco más
comprensivo le dijo:
—Venga, un euro por libro y te pegamos las etiquetas con tu
nuevo nombre.
La niña hizo las cuentas
y le pareció que tenía suficiente dinero en la hucha para pagarles.
Cogió el cerdito de barro y un martillo, y al darle el primer golpe fue como si
se lo hubiesen dado a ella; nunca pensó que le costase tanto desprenderse de
sus ahorros y de su cerdo, al que ya le había cogido cariño a fuerza de verlo colocado en la estantería
de su habitación. Adiós a sus propinas, solo
tenía quince euros y más o menos calculó que sería eso lo que necesitaba. Bueno, todo lo daba por
bien empleado, mañana sería una persona diferente.
Esa tarde los tres
trabajaron mucho, pero los resultados no fueron los que ella esperaba. No se podía decir que los gemelos fueran muy
mañosos, los forros de los libros
parecía que se habían peleado unos con
otros y la letra de las etiquetas era
horrible. Por otro lado ella intentó bordar a cadeneta su nombre en el babi y
en la rebeca, pero no se acordaba bien
de cómo se hacía. Solo faltaba la guasa de sus hermanos:
—¿Qué pone aquí? ¿Anna o anno? Vaya una A mayúscula, si parece una T —decía Andrés.
—¡Qué no! No ves que dice Rama, ¡ah no! dice Cama —le contestaba Luís
siguiéndole la broma.
An-na se enfadó mucho
cuando empezaron a reírse de ella. Cuando vio que todo lo que habían hecho esa
tarde había sido un desastre, que todavía le faltaba la bolsa del bocadillo por
marcar y el chándal, y además que se
había quedado sin sus ahorros le dio una rabia tremenda.
Los gemelos seguían con la guasa, así que quiso pagar con sus hermanos su enfado y al
salir corriendo detrás de ellos tropezó con la caja de los hilos de su madre que
se cayó de la mesa quedando todo esparcido por el suelo. An-na se echó a llorar amargamente.
Cuando llegó su madre se
encontró el salón hecho un desastre.Tuvieron que recoger todo lo que estaba por
la alfombra, y aguantar el chaparrón que
les vino después, porque su madre había dejado la casa ordenada.
—Ana, parece que no me puedo fiar de ti; creía que si eras
mayor para algunas cosas, podías hacerte cargo de tus hermanos. No debí dejaros
solos.
Cuando terminaron de ponerlo todo en su sitio,
estaban muy cansados. Menos mal que había natillas de postre. Ana se acostó casi
sin cenar del disgusto que tenía.
En su habitación, An-na,
llorando, comprobaba que todo lo que
había hecho le había salido mal
y además lo tendría que repetir; le daba
vergüenza ir al colegio con los libros tan mal forrados, y con un nombre
bordado en el babi que nadie sabía lo que quería decir; la verdad es que era demasiado cansado ser
diferente.
La madre entró en su
habitación para consolarla.
—Ana, no llores cariño. Si quieres ser una chica distinta,
no debes dejar que las contrariedades puedan contigo. Mañana te llevas el otro
babi al cole y espérate, como te había sugerido, hasta el fin de semana; no pasa nada por estar unos días más sin ser
diferente. Para mí eres única; no hay otra niña igual en el mundo, eres más
original de lo que tú te piensas. Venga,
dame un beso y duérmete tranquila. Buenas noches.
La madre le secó las
lágrimas con el embozo de las sábanas y salió de la habitación.
Ana se quedó pensando en
lo que su madre le había dicho. Quizá sí que era diferente y, total, qué más daba una n más o menos en su
nombre. Esperaría unos días más; bostezó y se dio cuenta de que era un poco
tarde; apagó la luz y, en seguida, se
quedó dormida.
4 comentarios:
Por un error se han borrado todos los preciosos comentarios que se habían escrito sobre este cuento.Lo siento muchísimo pero me ha sido imposible rescatarlos.
Hola Luiz Gomez. A todo el mundo le gusta tener seguidores en su blog, pero no puedo entrar en el tuyo. Creo que no lo has escrito bien.
Me ha gustado mucho tu cuento.
Espero que te encuentres bien.
Un beso, Conchita.
Aquí estamos Marisa, haciendo lo que podemos para esquivar al Covid. Me alegro de que te hayas pasado por mi blog. Felices vacaciones.
Un abrazo.
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