El susto de Pinocho
En el taller de Vicent,
el maestro fallero, se estaban dando los últimos toques a la falla infantil. El
taller estaba situado en una gran nave para poder levantar una grúa a una
altura respetable en caso de que la Falla lo requiriese.
El tema de este año
eran los cuentos infantiles, y los pequeños ninots que representaban a los
personajes de los mismos eran muy variados. Se
podía ver a Caperucita y al lobo, a Peter Pan y al Capitán Garfio, a
Cenicienta, al príncipe, a la madrastra y a las hermanastras, a Mickey Mouse, a
la Sirenita, al pececito Nemo, a la Ratita presumida y a un sinfín de
protagonistas que habían hecho durante muchos años las delicias de los niños de
medio mundo.
El maestro
fallero estaba terminando el ninot que representaba a Pinocho. Estaba muy
orgulloso de lo bonito que le había quedado:
“¡Parece
que tiene vida!”, —pensó sin querer ofender a los otros. Para él todos eran
como hijos. En ese momento sintió lo
mismo que Geppeto cuando, al construir a
Pinocho y mirarlo detenidamente, pidió que el muñeco de madera se convirtiera
en un niño de verdad.
—¡Cosas de
cuentos! —dijo para sus adentros. Siguió
trabajando, sin darle importancia a los pensamientos que a veces se le pasaban por la cabeza. De sobra sabía
él que toda su obra iba a ser devorada por el fuego, y nada ni nadie podría
arreglarlo.
Por fin dio
por concluido su trabajo. Ahora tenía que esperar a que la colocasen en la
calle y que pasara un jurado para ver si le daban algún premio. Si lo
conseguía, tenía asegurado el trabajo para las fallas del próximo año.
Cuando
apagó las luces del taller, Vicent se fue a su casa a dormir y soñó que el
hada miró a Pinocho y lo vio tan
perfecto que lo convirtió en un niño de verdad.
Se despertó sudando, se levantó y, aunque todavía no había amanecido, fue a
ver cómo estaban sus ninots.
El silencio reinaba en
la gran nave. Nadie había entrado, todo estaba como él lo había dejado. Había
sido una pesadilla. Era natural, todos los años le pasaba lo mismo en estas
fechas. La tensión de la Plantá y el reparto de premios le sacaban de sus
casillas. Cerró la puerta y se marchó a su casa.
—¡Mañana será otro día! —exclamó.
Al escuchar el portazo,
el hada del cuento se bajó de la falla. Se había colocado en la parte de atrás
de la misma como si se tratase de un ninot más cuando oyó entrar a Vicent.
“¡Menos mal que no se ha dado cuenta, sino buena se habría
armado” —pensó.
Buscó a su alrededor y,
al ver a Pinocho al lado de Pepito Grillo convertido otra vez en un
muñeco de madera, se le llenaron los ojos de lágrimas y…no lo pudo remediar. Le
tocó la cabeza con la varita y Pinocho
empezó a respirar, a ver, a escuchar y a sentir dentro de su cuerpo de pasta de
papel. Una ola de sensaciones lo iban
invadiendo de una forma arrolladora, siendo muy difícil para él poder controlarlas.
Sin embargo, comprobó que no se podía levantar ni mover ni tan siquiera hablar. Cuando el hada se dio
cuenta de lo que le ocurría le abrazó y le dijo:
—Lo siento Pinocho, esta
vez el prodigio está incompleto, ahora
soy más vieja y ya no tengo tanto poder. Solo te he devuelto el alma pero ya no
puedo hacer que te muevas ni que vayas por ahí como cualquier niño de tu edad.
El poder de las hadas se va perdiendo con la edad, sin embargo no lo he podido
resistir, he recordado cuando tu padre me pidió que realizase un milagro
contigo y lo he intentado de nuevo.
“De todas maneras,
gracias por darme un poco de vida” —pensó
Pinocho.
El hada le entendió y
le sonrió. Le volvió a besar en la frente y desapareció. A Pinocho le daba
igual que la magia de su hada buena hubiera disminuido; él quería ver y sentir
todo aquello de las fallas. Le había cogido cariño a Vicent y quería entender
por qué se emocionaba tanto cuando las estaba construyendo.
Llegó el día de la
plantá y Vicent empezó a preparar todos los elementos de su falla para
llevárselos a su ubicación definitiva. Por un lado puso los ninots en una
furgoneta bien colocados para que no se rompiese ninguno y, por otro, en una
camioneta, la plataforma en donde iban a estar situados definitivamente.
Estuvieron callejeando
durante un rato. Las calles de Valencia estaban animadísimas. Pinocho iba en la
parte de arriba de la furgoneta y miraba con admiración todo lo que ocurría a
su alrededor. Vio un edificio que le parecía el esqueleto de una gran ballena;
¡le recorrió un escalofrío por su pequeño cuerpo! Recordó lo que
vivió con su padre en el interior del estómago de un animal parecido. A continuación,
vieron otro que parecía un casco gigante. ¡Qué edificaciones tan artísticas! ¡Cómo
le gustaba esa ciudad!
Llegaron al sitio
indicado y los depositaron en el suelo. Se formó una gran algarabía a su
alrededor. Los falleros se acercaron por
allí y, siguiendo las órdenes del maestro, dejaron todo terminado.
Vicent miró su obra orgulloso
y dijo:
—¡Este año hemos hecho
una gran falla! ¡Seguro que nos llevamos un premio! —exclamó.
“ ¡Madre mía, un premio, qué emocionante es todo esto!” —pensó
Pinocho.
Mientras, se fueron
formando grupos de personas. Charlaban y charlaban y Pinocho disfrutaba viendo
la animación y los comentarios que los ninots provocaban. Pinocho era feliz.
Delante de él pasaban
sin cesar distintos personajes que Pinocho observaba como si la falla estuviese
fuera y las personas fuesen los ninots en vez de lo contrario.
La gente no tenía ganas
de irse a dormir, pero se hizo de noche y todo se tranquilizó. Se fueron marchando a sus
casas y él pudo descansar.
Al día siguiente observó
otra vez un gran alboroto, era la Junta Central Fallera que venía a otorgar los
premios. Efectivamente les gustó mucho la falla y Vicent obtuvo el 2º premio. ¡Todos estaban muy
contentos!
Durante unos días Pinocho
tuvo la sensación de estar ante un escaparate. Delante de él se realizaban montones
de actividades para los niños.
Todas las mañanas, la despertá;
por las tardes hacían chocolatás con buñuelos de calabaza:
—¡Tienen que estar
buenísimos! —decía Pinocho, viendo a la
gente que se relamía de gusto cuando los comían.
—¡Que divertidas son
las Fallas! —no paraba de repetir. De vez en cuando oía hablar de la Cremá, pero él estaba
tranquilo, no sabía lo que eso
significaba.
—¡Llegó la noche señalada!
—oyó decir al maestro Vicent. Había más animación que de costumbre alrededor
suyo.
—Ya es la hora ¿Cuánto
tiempo le queda por venir al pirotécnico? —preguntó un hombre muy serio.
—No creo que le falte
mucho. Vamos a ir colocando la pólvora para ir adelantando.
Dicho esto, empezaron a
preparar alrededor de los ninots unos paquetitos liados en papel y atados unos
a otros por una mecha. La gente que los vio empezó a aplaudir y los niños que
estaban por allí cerca decían:
—¡Bravo, bravo, la
traca, están poniendo la traca!
Pinocho oía todo esto sin
entender lo que era una traca, ni lo que iba a ocurrir a continuación. Desde su
sitio miraba todo lo que le rodeaba con mucho interés.
“¡Anda, ha venido el maestro fallero! ¡Hola
Vicent!” — pensó muy contento.
Vicent hablada
animadamente con algunas personas que estaban a su alrededor
—¡Qué pena que todo
esto se queme! —comentaban las falleras.
-Es verdad, si por mí
fuera no quemaría ningún ninot —dijo la fallera infantil.
—¿¡Eh!? ¿¡ Qué es lo
que han dicho!? Me ha parecido oír que
toda la falla se va a quemar . ¿¡Cómo es posible!? ¡Voy a arder como si fuera un trozo de leña
echado a una chimenea! ¡No puede ser, no quiero que me quemen! “Maestro ¡tú no puedes consentir que tu obra
se convierta en cenizas” —pensaba dirigiéndose a Vicent. Y estos ninots que están aquí a mi lado, tan
tranquilos... Vaya una faena que me ha hecho el hada buena. ¡Si al menos
pudiera salir corriendo! pero no puedo mover las piernas, solo puedo sentir.
¡Es terrible!
Pinocho empezó a sufrir
como nunca lo había hecho. Había vivido numerosos peligros durante su vida
anterior, pero ninguno le pareció tan grande como el que le acechaba en ese momento. Sin saber
cómo, Pinocho empezó a llorar silenciosamente. Las lágrimas se deslizaban por
sus mejillas como si algunas gotas de lluvia le hubiesen caído desde el cielo.
Amparito, la fallera mayor infantil, estaba observando a todos los
ninots y al ver lo que estaba ocurriendo con Pinocho, dijo:
—Papá ese ninot está
tan bien hecho que parece que está llorando, ¡no quiero que lo quemen!
—Ya sabes que a la
fallera mayor infantil le dejan que elija algún ninot de recuerdo. Puedes
indultar a Pinocho y quedártelo si es que te gusta tanto.
Pinocho al oír eso se
tranquilizó un poco, pero solo un poco. De sobra sabía que los niños cambian de
parecer en un segundo. Seguía tan nervioso que no paraba de llorar. Los niños
que estaban a su alrededor decían:
—¡Mirad, mirad!
¡Pinocho parece que está llorando de verdad!
Su amiga Amparito
decía:
—¡Papá, papá, está
llorando! Solo ella y los demás niños, se habían dado cuenta del sufrimiento de
Pinocho.
Por fin apareció un
grupo de falleros y falleras acompañados de una banda de música organizando un
gran alboroto y se colocaron alrededor de la falla. El presidente de la misma
dijo a Amparito:
-Ya sabes que te puedes
quedar con un ninot. ¿Cuál te gusta? ¿Quieres a Caperucita, a Cenicienta…?
Cualquiera de las dos, son preciosas.
Pinocho empezó a sudar.
¡Tenía mucho miedo! ¿Y si no se decidía por él?
Pinocho gritaba sin
voz:
—Elígeme a mí, elígeme
a mí. Pero ella no le oía.
La niña de quedó
observando a todos los ninots y por fin dijo:
—No, ¡quiero a Pinocho
y a Pepito Grillo!
A Pinocho le dio un
vuelco el corazón. Se sintió elevado por los aires y una voz dijo:
—Amparito, toma tu
Pinocho.
Todo el mundo aplaudió.
Lo depositaron en sus brazos y él se sintió como en el paraíso. Lo que vino a
continuación no le interesó para nada a nuestro protagonista, ni los fuegos
artificiales, ni las tracas, ni los bomberos, ni las bandas de música ni el
fuego. El susto que se había llevado le había agotado tanto, que pasado el
peligro, le fue entrando un gran sopor.
“¡Qué sueño tengo!” —pensó.
Una sensación de mareo le fue invadiendo hasta que entró en un profundo letargo y se quedó totalmente dormido. El hechizo del
hada estaba desapareciendo y Pinocho volvía a ser un muñeco de verdad.
.
3 comentarios:
Aunque había prometido colgar solo dos cuentos por mes, he pensado que esta historia es muy adecuada para Fallas; por eso se lo dedico especialmente a los niños valencianos. Espero que os guste.
¡Felicidades Conchita!
Los pequeños de Valencia estarán felices con este bonito cuento.
Un abrazo muy fuerte.
Muchas gracias, Marisa. Gracias por pasarte por mi blog.
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