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¡Y sin embargo algunas personas dicen que se aburren!¡ Démosles libros!¡Démosles fábulas que los estimulen!¡Démosles cuentos de hadas! Jostein Gaarder

martes, 11 de octubre de 2011

Tango, el perro pastor; 1er. capítulo

Aquí podéis leer el primer capítulo de Tango, el perro pastor. Estoy segura que si lo hacéis, no os conformaréis con estas páginas sino que querréis llegar al final. Espero que os guste.
       1
      La familia
      aumenta

Era media noche; las montañas del valle del Roncal estaban bañadas por la luz de una inmensa luna. El cielo tenía tantas estrellas que era difícil dejar de mirarlas. Los gigantes de piedra que formaban las foces por donde se deslizaban las aguas del río Esca se levantaban amenazadores.
Asombrado ante tanta belleza, pensaba que ningún otro sitio era tan bonito como su pueblo. Adrián vivía cerca de Burgui, un pequeño rincón situado a la entrada del valle del Roncal. Esa noche, el agua se oía bajar con fuerza y a él siempre le había gustado escuchar su sonido. Había salido a refrescarse después de la gran actividad vivida en su casa hacía unos momentos; sin  embargo, el frío del mes de diciembre le hizo desistir del paseo que tenía previsto y rápidamente volvió a entrar.
Don Jacobo, el veterinario, estaba de pie al lado de la cuadra lavándose las manos en una palangana que Carmen le había llevado para que se asease. Estaba bastante cansado después de ayudar a Duna en la tarea de traer al mundo a una camada de ocho cachorros. Whisky, el padre de los perritos, había estado observando muy nervioso todas las idas y venidas del veterinario.
Adrián se arrodilló cerca de su perra con cara de admiración. ¡Cómo era posible que hubiera llevado ocho cachorros en la barriga y encima acompañar a su padre a cuidar el rebaño! Duna era una perra fantástica.
Cuando entró de nuevo, Patxi, el padre de Adrián, estaba hablando con el veterinario:
—Don Jacobo, yo valoro mucho su trabajo y no voy a regatearle ni un euro, pero sabe bien que, si no fuera porque estos perros son muy necesarios para cuidar nuestras ovejas, no me gastaría ni un céntimo en ellos. Necesitamos todo el dinero para poder sobrevivir. Los pastores no salimos de pobres. Usted, mejor que nadie, conoce nuestro problema.
—¡Ande, Patxi, no sea pesimista! Ya verá cómo este año todo irá mejor. Las predicciones del tiempo dicen que lloverá bastante y, si los pastos son buenos, tendrá mejores ovejas y aumentará su rebaño.
—¡Dios le oiga, don Jacobo! Si todo fuera como usted dice… Pero ahora ya no nos compran ni la lana ni la piel de las ovejas. Desde que aparecieron los tejidos sintéticos y el plástico, tengo que pagar para que me ayuden a esquilar el rebaño y encima pierdo dinero. Como esto siga así, voy a tener que dejar el ganado e irme a la ciudad a buscar trabajo.
La cara de Patxi mostraba una gran pena, pues, para él, dejar el valle del Roncal hubiera sido su muerte. No conocía otra tierra y la llevaba en la sangre. En las noches de invierno, siempre que podía, le contaba a su hijo historias de cuando era pequeño. Le hablaba de su abuelo, el padre de Patxi, que había sido almadiero y siempre le oyó decir que ni él ni su abuela querían para sus hijos un trabajo tan peligroso… Esa fue una de las causas por las que no siguió sus pasos; la otra, la más importante, fue la construcción de la presa de Yesa, que cambió parte del curso de los ríos en el Pirineo navarro y, por consiguiente, acabó con la industria de la almadía. Así que, aunque pensaba que los almadieros tenían una ocupación más excitante que la suya, siendo casi un niño, catorce años, Patxi ya subía con el rebaño y se quedaba en las cabañas como si fuera un hombre.
Cuando su padre hablaba de marcharse de allí, Adrián le escuchaba con preocupación. Siempre que sacaba ese tema, el chico se ponía triste; no se imaginaba el día a día sin él y, aunque tenía mucho genio, la vida sin su compañía se le haría cuesta arriba.
Él le acompañaba a los puertos, como se dice en Burgui cuando suben a los prados de Belagua en la montaña con las  ovejas, siempre que podía con sus dos perros pastores. Estos bellos y dóciles animales eran Duna y Whisky, que guiaban el rebaño con una inteligencia y maestría superior a la de las personas. Por eso, para Adrián, el día de hoy había sido un gran acontecimiento. Casi como si hubiera aumentado su propia familia. ¡Los quería tanto!
Antes de irse, don Jacobo dejó el nombre de unas inyecciones de calcio para Duna:
—Ocho cachorros tiran mucho y la madre puede enfermar dijo el veterinario.
—¡Menos mal que tengo apalabrados siete perros y su venta me dará un poco de dinero para pagar los gastos!
Adrián escuchó a su padre y le preguntó:
—Padre, ¿me podré quedar con uno, verdad?
—Ya veremos. Si me sale otro compromiso, los vendo todos. No están los tiempos para desaprovechar ni un euro.
—Pero, papá, tu amigo Pedro Jesús  tiene tres perros y nosotros solo tenemos a Duna y a Whisky.
—Pedro Jesús tiene más ovejas qué nosotros y puede permitirse todos los perros que quiera.
Adrián se fue a su cuarto con los ojos llenos de lágrimas. ¡Eran tan bonitos! Y además sabía que a Duna le sería más fácil la separación de sus cachorros si le dejaban al menos uno.
La mamá de Adrián, Carmen, se dio cuenta de la desilusión de su hijo. Se despidió de don Jacobo, que continuaba hablando con Patxi, y le siguió a su cuarto.
Adrián se había echado en su cama mirando a la pared, pero, por los suspiros que daba, su madre adivinó que estaba llorando. Se sentó a su lado y, pasándole la mano por la cabeza, empezó a acariciarlo suavemente:
—Adrián, hijo, no te preocupes todavía. Tu padre no te ha dicho que sea seguro que los vaya a vender todos. Por lo menos van a estar con Duna dos meses más o menos. No pienses en que se van a ir y disfruta de ellos durante ese tiempo.
—Mamá, por favor, convéncele para que me deje quedarme uno. Yo le prometo que lo entrenaré para que gane los concursos de recogida de ganado y así no será una carga para la casa.
Carmen le besó en la frente y le prometió que hablaría con él.
Pasaron dos o tres semanas y los cachorros ya andaban alrededor de su madre y jugaban entre ellos. Una tarde, Adrián recibió una visita que le llenó de alegría. Era Luis, el hijo de los vecinos de la casa de al lado.
Se llevó una gran sorpresa, hacía tiempo que no le veía.
Luis vivía en Pamplona y solo venía al valle en vacaciones o algunos fines de semana. No era normal que, quedando pocos días para la Navidad, hubieran adelantado su viaje. Por allí no había muchos chicos con los que distraerse; por eso, cada vez que los vecinos llegaban era como una fiesta.
—¡Qué alegría, Luis, qué suerte que estés aquí; tengo muchas cosas que contarte!
—¿Han nacido ya los cachorros? Hemos venido principalmente para conocerlos.
Los dos eran de la misma edad, pero Luis iba un curso por delante, ya que Adrián perdía bastantes clases cuando tenía que ayudar a su padre con el rebaño. Eso le retrasaba en sus estudios. Los chicos del valle iban todos a un instituto en Roncal, pero el número de alumnos era pequeño, por eso Adrián tenía pocos amigos.
La profesora ya había hablado varias veces con Patxi para hacerle razonar sobre este asunto:
—Mire, si su hijo falta tanto, no va a poder elegir otro trabajo cuando sea mayor que el de pastor. Es lo único que va a saber hacer. Es una pena que un chico tan listo y con tanta sensibilidad no tenga las mismas oportunidades que el resto de sus compañeros.
Patxi reconocía que la profesora tenía razón y durante unos días el chico iba a clase con regularidad, pero, poco a poco, el trabajo con el ganado le iba agobiando y un buen día le decía:
—Adrián, mañana me tienes que ayudar sin falta; hay varias ovejas a punto de parir; mientras yo las atiendo, tú tienes que encargarte del resto del ganado.
Así empezaba otra vez a saltarse las clases, con el consiguiente disgusto de todos, menos de Patxi, que se sentía aliviado con la ayuda de su hijo. El único entretenimiento que tenía Adrián era hacer figuras talladas en madera. ¡Cualquier tronco que estuviera en su mano se podía transformar en lo que él quisiera!
Adrián cogió del brazo a Luis y le señaló el camino con mucha delicadeza, sabía la dificultad que tenía para ver bien. Luis padecía una enfermedad en la vista llamada retinosis pigmentaria que le producía falta de visión, lo que le restaba bastante movilidad; aunque no era normal que la padeciesen las personas tan jóvenes, a él se la diagnosticaron siendo bastante pequeño.
—Ven conmigo, te los voy a enseñar. Los tenemos guardados en la cuadra porque allí están más calentitos; tienes suerte, porque todavía no los hemos vendido.
Luis, más que verlos, los acariciaba y los tocaba con muchísima ternura.
—¡Qué suaves y juguetones! Son preciosos. Si mis padres me dejaran quedarme con uno…
—Es imposible, Luis. Si nos lo hubieses dicho antes, te podríamos haber reservado uno, pero ahora ya los tenemos todos apalabrados.
Al chico se le hizo un nudo en la garganta y a Adrián también, porque le quería mucho y sabía que un perro le haría mucha compañía. Aunque él vivía en la ciudad, allí tampoco tenía muchos amigos. Aquí en el monte era diferente, pues solo al cruzar la verja ya estaba Adrián esperándole para estar con él.
Adrián se acordó enseguida de los consejos que le dio su madre la noche del parto de Duna y le dijo:
—Luis, no te preocupes. Disfruta de ellos ahora que estás aquí. Además, Duna tendrá otra vez cachorros antes de que nos demos cuenta y, entonces, te prometo que te guardaré uno.
Así quedó todo. Estuvieron jugando con los perritos y, ya llegada la noche, Adrián
acompañó a Luis a su casa. Mientras, Amalia, la madre de Luis, había llamado a los padres de Adrián para pedirles permiso para que se quedase a cenar y a dormir con su hijo. Cuando terminaron de cenar subieron a la habitación y Luis enseñó a Adrián algunos de sus libros escritos en Braille.
Era la primera vez que él veía unos libros con las páginas llenas de puntitos en relieve, en lugar de con letras e ilustraciones; estaba muy sorprendido. Luis le explicó que estaban escritos especialmente para ciegos:
—El señor que inventó este sistema se llamaba Braille y, gracias a él, yo puedo leer todo lo que quiero, lo mismo que tú.
—Hombre, yo ya había oído hablar de un método para ciegos, pero, chico, ver los libros de esta forma me ha dejado de piedra. ¡Vaya tío listo ese Braille!
Luis se echó a reír; le dio a Adrián un libro de aventuras y estuvieron leyendo hasta bien entrada la noche.
—¡Cómo me gusta que tu madre me haya invitado! Así, mañana no me tendré
que levantar temprano para ayudar a mi padre con el rebaño. Buenas noches, Luis.
—Buenas noches.
Adrián soñó que vivía en una casa preciosa. Tenía todo lo que quería y no necesitaba vender sus perros para sacar dinero. Luis soñó que estaba en el prado con un montón de cachorros que se le subían encima y no paraban de lamerle la cara y jugar con él.
Al día siguiente, se levantaron pronto y salieron a jugar con Duna y los perros. Whisky estaba con Patxi en los corrales con el rebaño. Había muchas ovejas recién paridas y necesitaban muchos cuidados. Sin embargo, Adrián estuvo todo el tiempo con su amigo.
Así pasó el fin de semana y todo volvió a la normalidad: los vecinos regresaron con pena a Pamplona y Adrián volvió al instituto, aunque de vez en cuando interrumpía sus estudios para ayudar a su padre con el rebaño

18 comentarios:

Jose Manuel Lucas dijo...

Sin lugar a dudas, dan ganas de llegar hasta el final de la historia. Prometo hacerlo!!!

Conchita dijo...

José Manuel,no te imaginas la alegría que me has dado diciendome que vas a llegar hasta el final. Un abrazo.

Anónimo dijo...

Qué bonita historia! Espero el final :)

Conchita dijo...

Me alegra mucho que te guste la historia pero el final no puedo ponerlo aquí, la editorial no me lo permitiría. Debes comprarlo en cualquier librería.Lo siento.

Anónimo dijo...

Me gustó mucho su libro, el cual me leí en una sola tarde. Como maestra de primaria, se lo he recomendado a todo el tercer ciclo como lectura para estas navidades. Me gustaría contactar con usted para consultarle un asunto. Toñi

Conchita dijo...

Querida Toñi, si no recibes el email que te he enviado,dime aquí en que colegio trabajas e intentaré localizarte.

Anónimo dijo...

hola me encanta el cuento es muy divertido :)
y me encantaa
mi parte favorita cuando viene ese niño ciego
Evelyn 5ºB colegio virgen de la fuensanta
adios!!!!!!!!!

Anónimo dijo...

hola conchita, yo he leido el libro y la verdad es que cuando empiazas a leelo no puedes para porque quieres saber el final

Conchita dijo...

Gracias Evelyn y anónimo por leer Tango. Creo que es un libro muy interesante. Un abrazo a las dos.

Juan Guillén González dijo...

Yo también lo leí hace tiempo.

Juan Guillén González dijo...

Aunque yo nunca he visto un perro pastor con alergia a la lana, que pelé contra un oso, ni muchas cosas que hace en la historia. Pero aún así la historia es muy bonita.

Anónimo dijo...

Soy maestra y tutora de 6º de primaria. Estamos leyendo el libro (vamos por el capítulo 4) y el alumnado está encantado (y yo con ello).

Mi alumnado es algo especial, imagino que todas las maestras decimos lo mismo, pero en mi caso es verdad. Mis alumnos y alumnas viven en un contexo difícil, en una situación de riesgo social que para nada fomenta el hábito lector. Son niños y niñas con pocos recursos y con muchas dificultades en habilidades sociales, atención, concentración etc. Es muy dificil despertar su interés por algo y Tango lo está consiguiendo.
Un saludo

Conchita dijo...

Gracias por tu comentario. El hecho de mi libro, Tango, el perro pastor, esté sirviendo a niños con dificultades para hacerles vivir un poco mejor, me alegra y me da animos para seguir escribiendo. Me gustaría saber de qué colegio eres y así escribir algo personal para tus alumnos en mi blog.Ellos también podrían entrar en él alguna vez y podríamos mantener algún contacto.
Un abrazo.

Rocío dijo...

¡Me encanta! Lo comprare para el cumpleaños mi prima.(Pero lo leeré primero antes de dárselo;))

Laura Mora Martinez 5ºB dijo...

soy Laura del colegio Juan Carlos primero de la clase que subiste 5.B de virtudes me estoy leyendo otra vez tu libro me encanta

Conchita dijo...

Querida Roro, cuando lo leas estoy segura de que te gustará.
Laura, estoy contentísima de que lo estés leyendo por segunda vez. Me alegra de que te gustase. Lo pasé estupendamente con vosotros en el cole.
Un abrazo para las dos.

Xènia dijo...

Por la forma en que está escrito, mientras leía el primer capítulo, lo iba visualizando como si fueran dibujos animados, como los de Heidi o la Familia Robinson.
Me encanta que esté ambientado en navarra, es precioso, y sobre todo, me gusta mucho porque enseña cosas a los niños, como el sistema Braille para ciegos.
Para qué edad está recomendado?
Se venderá en Barcelona también?

Muchas felicidades!!!!!
Estaré encantada de poder tener el primero de muchos de tus libros en casa :)

Xenia Armengol dijo...

Este pasado domingo me leí el libro de "Tango, el perro pastor" de un tirón. Tengo que decir que me gustó mucho, no sólo por las aventuras y logros del perro, sino también porque es una historia que recuerda que hay que tener respeto a las personas y a los animales sin importar de donde vengan o como sean.
Enseña los valores de la vida, la importancia de una buena amistad, de la familia, que no es
necesario ser de la misma sangre para llegar a amar a otra persona como un hijo.
Recuerda que hay cosas que tienen más prioridad a la vida, y que muchas veces nos perdemos por tonterías.
Es un cuento del estilo de Heidi y de la familia Robinson (ya lo dije al leer el primer capítulo y sigo pensando lo mismo), de pequeña me hubiera gustado verlo como una serie de dibujos animados de este estilo .
Conchita, de verdad que te felicito, de pequeña me hubiera encantado leer este libro, con lo que me gustaban los perros.
:)

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