Mensaje de bienvenida

¡Y sin embargo algunas personas dicen que se aburren!¡ Démosles libros!¡Démosles fábulas que los estimulen!¡Démosles cuentos de hadas! Jostein Gaarder

domingo, 6 de noviembre de 2011

La merienda. Relato para la gente con el corazón joven.

Solíamos salir del instituto a las seis de la tarde. Hacía tiempo que habíamos comido, y nuestros estómagos se hacían notar camino de casa. Durante el recorrido que hacíamos diariamente, la calle Goya nos ofrecía cafés y pastelerías con sugerentes escaparates, delante de los cuales, mis amigas y yo nos parábamos a mirar para deleitarnos con las deliciosas tartas y pasteles que estaban expuestos. Metíamos con avidez las manos en los bolsillos de los abrigos y apenas sacábamos dos o tres pesetas cada una, insuficientes para poder comprar algunos de los dulces que allí se vendían. Alguna vez, con suerte, nos comprábamos entre todas una bamba rellana de nata y acabábamos con las narices manchadas por culpa del azúcar que le ponían por encima. Pero eso no era lo corriente, lo normal era que no teníamos el dinero necesario para satisfacer nuestro capricho.
Era invierno y las puertas de cristales solían estar cerradas. Solo se abrían cuando alguien quería entrar o salir del establecimiento. En ese momento todas nosotras, alertas al calor que de allí salía, recibíamos una mezcla de aromas que se desbordaban por la puerta de aquellos magníficos y humeantes lugares. Olíamos las tartas de fresa, los churros y las porras, el chocolate caliente y los cafés que salían continuamente de las barras en dirección a las mesas, acompañados de ensaimadas rellenas de nata. Todos estos olores se mezclaban con el humo de los autobuses y los coches que circulaban por la calzada y, a veces, con el olor a la nieve que, en aquella época, había caído en Madrid.
Cuando nos dábamos cuenta de la imposibilidad de participar en la suculenta merienda que degustaban los afortunados que estaban dentro, acelerábamos el paso sabiendo que en casa, otros olores y sabores calmarían nuestro apetito.
Bajábamos por Narváez y allí nos separábamos hasta el día siguiente.
Cuando me acercaba a mi domicilio, me volvía a invadir el perfume de la masa recién horneada de otra pastelería que acababan de inaugurar unos portales más allá del mío.
Subía en el ascensor procurando que no me viera la portera, todavía no había cumplido catorce años y, a esa edad estaba prohibido subir solos, teníamos que hacerlo acompañados de un adulto. Según me acercaba al sexto piso, iba reconociendo un olor que me era familiar. Era lunes y salía hasta la escalera el aroma a jabón lagarto junto con el del aceite para abrillantar los muebles; la asistenta y mi madre habían hecho limpieza a fondo. Llamaba al timbre con impaciencia:
-¿Qué hay de merendar mamá? Le preguntaba mientras le daba un beso y dejaba la cartera en el suelo, temiendo su respuesta. Soñaba con una merienda apetitosa.
-Pan con chocolate, respondía mi madre, sabiendo que recibiría la noticia con enfado. En aquella época, cuando te metías el chocolate en la boca, sentías una sensación extraña, parecía que estabas comiendo un terrón de arena y, además, se hacía una pasta en la lengua pegándose, al final, en el paladar. No, no era esa la merienda que yo esperaba.
-¡Por favor! déjame que me compre un xuxo-, protestaba mientras se me hacía la boca agua, solo de pensar en el bollo relleno de crema-¡Anda, solo hoy!
-No están los tiempos como para tirar el dinero en caprichitos, me decía, pero al final, iba al dormitorio, cogía el monedero y me daba dos duros:
-Toma, compra uno y lo compartes con tu hermano.
Como loca bajaba las escaleras de los seis pisos y me dirigía a la pastelería. El olor a los cruasanes, ensaimadas y demás bollos, recién hechos, me iba reconfortando según me acercaba a ella. Era como si merendase dos veces, primero cuando lo compraba y, luego, cuando me lo comía.
Ya en casa lo desenvolvía, recogía con cuidado las miguitas de hojaldre que se quedaban pegadas en el papel y me las comía con deleite.
¡Caray! después de todo, tampoco se merendaba mal en casa.
Etiqueta : relato para gente con el corazón joven.

6 comentarios:

Conchita dijo...

Debido a mi asistencia a un Taller de escritura creativa, tengo muchos relatos muertos de risa. He pensado airearlos para que no se me apolillen. Espero que sean bien recibidos por los lectores.

Monica dijo...

me gusto esta entrada, ahora estoy parando en un hotel en buenos aires por trabajo pero pronto voy a leer tus entradas anteriores, me parecio re interesante

Conchita dijo...

¡qué ilusión me hace que desde un hotel del Buenos Aires querido me leas! Espero que sigas haciendolo.

Laura Mora Martinez 5ºB dijo...

Me ha gustado mucho el libro de tango el perro pastor, espero que sigas haciendo muchos mas, seguro que te lo publican.Soy Laura del colegio Juan Carlos I de Llano de Brujasde de la clase 5º B, donde estuvistes firmando autografos el dia 9-5-2.012, un saludo.

Conchita dijo...

Laura, te respondo ahora, aunque hace años que dejaste aquí ese comentario. Te pido perdón por el retraso, pero te digo que me hizo mucha ilusión que me dijeras que te gustó mucho Tango, el perro pastor. Este año he vuelto a tu cole porque a los niños les sigue gustando mucho. Muchas gracias. espero que algún día leas mi respuesta. Un abrazo.

Anónimo dijo...

Que bien cuentas las cosas Conchi. Tu relato le ha recordado que un dia yo contribui a tu merienda estropeandola. Queria que tu cafe con leche tuviera espumita. Pero el resultado no fue el que yo quería.. 😬

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