Los chavales visitaban
el gallinero observando a las gallinas, contaban los huevos que habían puesto y
también comprobaban si habían nacido algunos pollitos. Un día, jugando en el
pequeño huerto, de entre todos las aves que estaban por allí picoteando entre
las hierbecillas, una les llamó la atención. Pasó andando por su lado como si
fuera de puntillas, con el cuello muy estirado, tanto, que pensaron que miraba
a los demás por encima de sus alas. Más que andar parecía que quisiera arrancar
el vuelo en cualquier momento. No tuvieron más remedio que reírse. Uno de los
niños miró al pollito y dijo:
—¡Qué pollo más raro! Con
ese cuello tan estirado parece una avestruz.
—Un gallo avestruz,
¡que original!
Lo volvieron a mirar extrañados y fueron corriendo muy divertidos a contárselo a su madre.
Los patos y los otros
animales del corral comentaron entre sí:
—Veis, hasta los niños
se han dado cuenta, ese pollito es muy orgulloso y presumido, parece que nos mira a todos como si los demás
fuéramos tontos.
Agustina, la mamá
gallina, oyó el comentario y pensó que
ya era hora de hablar con su hijo, el gallito del cuello estirado. Así que, como las cosas importantes no se
deben dejar para el día siguiente, se
dirigió a Escarlati II que así se llamaba:
—Vamos a ver Escarlati
II, llevas unos días muy raro. Sé que te ocurre algo y no me lo quieres decir.
Te veo siempre triste, preocupado y andando de una forma muy extraña. Ya te
estás haciendo mayorcito y nuestros vecinos se empiezan a reír de ti. Confía en
tu madre y cuéntale lo que te inquieta.
Escarlati II la miró y se le llenaron los ojos de
lágrimas:
—Mamá, no quiero que te
apene lo que te voy a decir, pero todos los
días veo pasar por encima de nuestras cabezas a muchas aves volando de un sitio a otro libres y
divertidas: las cigüeñas de la torre, las palomas de nuestra casa, los
jilgueros. ¡Quiero volar como otros pájaros! … ¿Por qué no puedo hacerlo? Siempre picoteando en el
suelo y buscando gusanos ¡qué asco! ¡ No me gusta ser un pollo; hasta la
palabra pollo me pone la carne de gallina, y perdona por la comparación. ¡No
hay cosa más tonta y aburrida que ser ave de corral!
—Mira hijo —le dijo
Agustina muy disgustada—, por mucho que andes de puntillas para parecer más
alto y estires el cuello para tenerlo más largo, no te vas a parecer nunca a
las cigüeñas de la iglesia, ni vas a
volar tan alto como ellas. Pero si tienes paciencia, comprenderás cuando seas
mayor que los gallos tienen un oficio muy importante y que la vida de todo el
pueblo depende de ellos.
El pollito miró a su
madre con los ojos muy abiertos y le dijo:
—Pues yo he visto un
gallo encima de la torre. Él sí que ha
podido volar más alto que nosotros.
—¿Un gallo encima de la
torre? —dijo extrañada Agustina—. A ver, enséñamelo.
Escarlati y su madre se
fueron andando hacia una parte del corral, desde donde se veía bien dicha torre
y, efectivamente, allí estaba el gallo encima del campanario de la iglesia.
Se movía girándose
sobre sí mismo, según soplaba el viento.
Agustina se echó a reír:
—Hijo, eso no es un
gallo, es una veleta. No es un animal de verdad sino de hierro y está ahí
encima para indicar la dirección del viento.
Escarlati se puso
colorado, pero no se le notó porque ya se le estaban poniendo las plumas de la
cabeza naranjas y rojas como las de su padre, así que, la vergüenza que sintió por el error cometido
pasó desapercibida.
—Ten paciencia cariño,
dentro de poco te llegará tu momento— le repitió Agustina.
—¿Falta mucho para ese día mamá?
—Confía en mí, que yo
te avisaré cuando crea que estás preparado para la misión que tienen reservada
los gallos del corral —le contestó.
El pollito se marchó
más tranquilo meditando sobre todo lo que le que le había dicho su madre.
Esta le vio alejarse y
dijo para sí:
—Tengo que hablar con
su padre. Ya es hora de que le enseñe a Escarlati II que la vida de un gallo no
es tan aburrida como cree. Además, está
creciendo muy rápido y no me parece bien que todos los animales se rían de él porque crean que es un
estirado.
El padre de Escarlati
II, Escarlati I, era un gallo de armas tomar. Todas las gallinas del vecindario
estaban enamoradas de él. Tenía una planta majestuosa. Se paseaba por el corral
despacio, moviendo la cabeza para todos lados luciendo su precioso plumaje. Las
plumas de la cabeza pasaban desde los tonos amarrillos hasta los rojos más
vivos y los bordes de las alas eran de color
naranja. El resto del cuerpo era gris oscuro y la cola de color negro azabache, alternando con algunas
pinceladas blancas. Si te fijabas con atención, podías ver que alguna pluma
azul marino salpicaba su cuerpo para hacerlo más bello todavía.
Cuando Agustina llegó
delante de él suspiró orgullosa viendo lo guapo que estaba su marido y, pensó,
que pronto su hijo se convertiría en un gallo tan espectacular como su padre.
—¡Escarlati, tengo que hablar urgentemente contigo! —le dijo—. Vamos a un sitio en donde podamos estar más tranquilos.
Se fueron debajo de unos árboles, lejos de las
miradas indiscretas de algunos vecinos, y Agustina le puso al corriente del
problema que tenía su hijo. Los dos decidieron que cuando terminara el invierno
y entrara la primavera sería el momento del relevo; el padre descansaría para
dejar a Escarlati II la responsabilidad de ser el gallo del gallinero.
Llegó el tiempo fijado,
los árboles, las plantas del huerto, los
animales y los alrededores de la casa habían experimentado un gran cambio. Se
notaba que la vida bullía por todos lados: era la primavera.
Una noche Escarlati I
habló con su hijo:
—Ya ha llegado el
momento que tanto esperabas. Mañana, de madrugada, tendrás que estar a punto.
Veremos si sabes ganarte el nombre de” El gallo del gallinero”.
Esa noche nuestro joven
no pudo dormir. Cuando llegó su padre a por él, ya estaba listo.
Escarlati II ya no era
el gallito tímido y raro de antes, durante el resto del invierno se había
convertido en un digno sucesor de su padre. Le siguió lo más rápido que pudo,
pero su progenitor iba tan ligero, que estuvo a punto de caerse varias veces.
¡Estaba muy nervioso!
Por fin, después de
unos cuantos tropezones, llegaron a lo más alto del tejado. Cuando hubieron descansado un poco, el padre
se volvió hacia él y le dijo solemnemente:
—Escucha hijo, dentro
de unos segundos vas a ser testigo de un
gran milagro que todos los días sucede en la naturaleza, el paso de la
oscuridad a la luz, de la noche al día. Observa bien.
Transcurrieron unos
minutos que a Escarlati II le parecieron horas. Miró a lo lejos. El cielo
estaba maravilloso cuajado de estrellas. De vez en cuando se oía el ladrido lejano de un perro
vagabundo. De repente, un magnífico espectáculo apareció delante de sus ojos, un
punto brillante con un halo rojo surgió en el horizonte, el cielo empezó a
aclararse muy despacio y comenzó a ver mejor. Las estrellas fueron apagándose
poco a poco y las nubes que había en el cielo se vistieron con colores grises,
rosas y rojos. La belleza del momento le
emocionó de tal manera que, sin saber por qué motivo, hinchó su pequeño pecho y cantó su
primer “KIKIRIKÍ.”
Le gustó la sensación y lo volvió a repetir:
KIKIRIKÍ…, KIKIRIKÍ...
La alegría que sentía
le hizo cantar una y otra vez hasta el
agotamiento. Lo que vino un poco después le gustó aún más: observó desde el
tejado como el pueblo se despertó al oír
su canto y empezó a cobrar vida. Desde
donde estaba subido pudo ver lo que sucedía: las luces comenzaron a apagarse y vio al panadero abrir la panadería; los dueños
del corral se despertaron y se levantaron de la cama; los niños subieron las
persianas y se asomaron a las ventanas para comprobar el tiempo que hacía; el señor cura tocó las campanas para
anunciar la misa de siete; Paco, dueño
del Kiosco, recogió como todas las mañanas los paquetes de periódicos que el
repartidor había dejado en la puerta y los colocó en los expositores de hierro junto con las
revistas.
—¡El Ideal, compren el
periódico con las noticias más frescas! —empezó a vocear.
Todos los animales del
corral salieron fuera y miraron hacia el tejado asombrados. Habían reconocido
que el canto que les había despertado ese día no era el de siempre. Era el de
un gallo más joven e ilusionado:
—¿Habéis escuchado?
Creo que es Escarlati hijo —decían los patos a las gallinas.
—Tiene un canto aún más
bonito y potente que el de su padre —añadía un gatito desperezándose.
—Ahora sí que ya no se
va a poder dormir más en este corral
—protestó un viejo perro que destacaba por su pereza—. ¡Si esto se
vuelve a repetir me voy de esta casa!
Todos los que le escucharon se echaron a reír,
sabían que no lo iba a hacer. Siempre
protestaba por todo, pero ¿dónde iba a ir a sus años?
Agustina muy orgullosa,
se dirigió al grupo que estaba allí
reunido y les dijo:
—Por fin se ha dado
cuenta de la importancia de su misión. Desde hoy será muy feliz.
Mientras desde el
tejado….
—KIKIRIKÍ; KIKIRIKÍ —Escarlati
seguía cantando.
Poco a poco todo volvió
a la normalidad. Se hizo completamente de día, las luces del pueblo se apagaron
por completo y Escarlati I se volvió a su hijo y mirándole orgulloso le dijo:
—Verdaderamente ¿crees
ahora que es aburrido ser Gallo?
Escarlati hijo miró a su padre emocionado y, ambos, con sus bonitas plumas se dieron un gran abrazo.
Gracias, Laura.
3 comentarios:
Lo prometido es deuda. Es primero de mes y ahí van dos cuentos más.
Me encanto el cuento, nos hace ver que todos tenemos un rol en la vida, sobre todo a los niños y jóvenes les hará ver que no hay que precipitarse y querer vivir mas rápido de lo que se debe, me gusto el cuento del pollito.
Querida Milly, has captado muy bien la enseñanza del cuento. Muchas gracias por tus comentarios.
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