Los dibujos me los hizo con mucha ilusión mi amiga Laura Bueno.
¡Las cigüeñas han llegado! —gritó Josemi.
Todos los años
esperaba ilusionado el regreso de sus amigas.
Al escucharle, la gente que se
encontraba sentada en la plaza del pueblo observó como unas sombras grandes
oscurecieron momentáneamente el cielo. Las manchas oscuras se fueron
aproximando con lentitud hasta el campanario de la iglesia y, majestuosamente,
se posaron encima de él. Como siempre, ellas volvían en primavera, y esta se
acercaba. En el campo volvían a brillar los
colores con más fuerza, los árboles iban vistiéndose de pequeños brotes verdes
y los días se alargaban. El tiempo estaba soleado aunque fresquito.
Frente a la iglesia, en una casa con un
pequeño huerto, vivían Josemi y Fátima. En el tejado había un palomar y las
palomas tenían sus crías sin preocupación; se sentían seguras sin el peligro de
las lechuzas, sus grandes enemigas.
La paloma Sacarina,
a la que llamaban así sus amigas debido al color blanco de sus plumas, había
puesto cinco huevos. Cuando pasó el tiempo necesario nacieron cinco pichoncitos de los que estaba muy orgullosa.
Ella también se
puso muy contenta con la llegada de las cigüeñas. Por fin volvería a ver a su
amiga Risueña. Sacarina la respetaba mucho y admiraba la elegancia y la fuerza que
trasmitía al volar. Lo que más le gustaba de su regreso es que al atardecer
volvería a escuchar sus historias sobre los peregrinos que se encontraba cuando sobrevolaba el Camino de Santiago.
A las seis de la
mañana el reloj de la torre
despertaba a todo el mundo con
sus campanadas. Todos los días, por las mañanas, las palomas y las cigüeñas estiraban sus alas
y peinaban sus plumas.
—Buenos días, Risueña.
—Buenos días Sacarina.
Después de los saludos cada una se iba a cumplir con sus
obligaciones y cuando caía la noche se reunían para contar lo que les había
ocurrido durante esa jornada. En el palomar esperaban con ansiedad la llegada
de Risueña, querían escuchar sus aventuras:
—Venga Risueña,
cuenta cómo te ha ido hoy —insistían sus amigas.
—¿Cuántos
peregrinos has visto? ¿Iban andando o en bicicleta? ¿Llevaban colgada al cuello
la concha de Santiago?
Siempre le preguntaban sin parar.
Los pichoncitos de
Sacarina iban creciendo y pronto se incorporaron al grupo de admiradores que la
escuchaban por las noches. Risueña contaba sus experiencias sobre el Camino de
Santiago:
—Algo tiene ese
camino. Cuando los humanos lo recorren se transforman, se hacen amigos y se hablan como si se
conocieran de toda la vida. Es fantástico ver lo bien que se portan unos con
otros. ¡Con razón dicen que es un camino mágico!
La curiosidad de
los pichones iba en aumento, en especial la de uno de ellos que preguntaba sin
parar.
—“Cuando sepa volar bien, me iré con Risueña” — pensaba.
Pasaban los días y
los hijos de Sacarina crecían mucho; ya casi estaban listos para salir del
nido.
De vez en cuando
Josemi y Fátima subían al palomar. A los niños les gustaba mucho, aún a sabiendas de que cuando lo hacían se
solían llevar una reprimenda:
—No debéis
molestar a las palomas cuando están criando.
Sacarina estaba
muy contenta con sus retoños, pero le preocupaba mucho uno de ellos. Era muy espabilado, pero
creía que lo sabía todo, su madre le llamaba Listillo.
—Mamá, ¿puedo acompañar a Risueña?
—No hijo, no. Ya irás cuando seas mayor y
vueles con más seguridad. Ahora tienes que tener paciencia y esperar.
Listillo lo tenía
todo planeado, el primer día que oyera que iba a hacer buen tiempo, saldría
volando en busca de los señores peregrinos. ¡En su casa se aburría tanto!
Una mañana,
todavía medio dormido, oyó entre sueños a su madre hablar con Risueña:
—Risueña, ¿cómo
está hoy el tiempo? Desde el campanario verás el horizonte sin problemas.
Listillo levantó la pluma que tapaba sus oídos y escuchó con
atención la respuesta:
—Creo que vamos a tener un día estupendo, no hay
ninguna nube en el cielo.
¡Eso es lo él estaba
deseando! ¡Por fin llegó la hora!
—¡Bravo! Hoy empezaré mi viaje —dijo para sus
adentros.
Esperó a que su
mamá saliera a buscar comida y, sin pensárselo dos veces, se pasó el pico por
las plumas, las ahuecó y se preparó para empezar su aventura. Se colocó con
cuidado al borde del nido y miró hacia abajo. Le dio un vuelco el corazón, ¡qué
alto estaba aquello! Se acordó de que su
madre siempre se ponía en el alero del tejado, se dejaba caer y, cuando estaba
en el aire, abría las alas y cogía altura. ¡Solo tenía que hacer eso! Parecía
fácil. Se preparó en un saliente del palomar y realizó todos los preparativos
necesarios para echar a volar.
Algún detalle se
le debió de pasar por alto pues, al intentar elevar el vuelo, ocurrió todo lo
contrario de lo que él esperaba, empezó a caer y a caer, dándose golpes con
todos los obstáculos que encontró en la pared hasta que acabó en el suelo. Se
quedó tan aturdido que estuvo algunos segundos sin saber qué había pasado ni dónde
estaba. Poco a poco fue reconociendo el lugar, recordó que cuando se asomaba
desde el palomar, lo veía todos los días. Era el huerto de la casa; había muchos árboles frutales y dos
niños jugando. Con mucho miedo y dolor, Listillo se escondió como pudo dando pequeños
saltos detrás de una maceta y estuvo
largo rato hasta que se acercaron Josemi
y Fátima.
—Josemi, mira lo
que hay aquí, un pichón del palomar; se ha debido caer, parece que todavía no
puede volar, le faltan algunas plumas.
—Vamos a avisar a
mamá, ¡tendremos que curarle!
Rápidamente salieron corriendo hacia la casa:
—¡Mamá mamá!, mira
lo que hemos encontrado, una paloma herida, ¿Podrás curarla?
—Fátima, ya sabes
que cuando se cae un pájaro del nido antes de tiempo es muy difícil que sobreviva, pero vamos a
intentarlo. Pobrecito, tiene el ala rota; vamos a vendársela, a lo mejor
logramos que pueda volar algún día.
Los tres se lo llevaron dentro de casa, empezaba a caer
la noche y hacía un poco de frío.
Mientras, en el
palomar, Sacarina que había vuelto con el buche lleno de comida se encontró con
que faltaba Listillo. Nadie lo había visto y sus hermanos tampoco sabían nada.
La paloma no paraba de preguntar a sus vecinas, ¡estaba desesperada! Fue en busca de Risueña.
—Risueña, ¿has
visto a Listillo? Se ha escapado del palomar. ¡Qué va a ser de él! Se
acerca la noche y se va a morir de frío.
—Sacarina,
tranquilízate, a ver si lo veo. Enseguida
vuelvo.
Risueña solo tuvo
que planear un poco desde la torre para
darse cuenta de que en la cocina
de la casa que había debajo del palomar estaban curando al hijo de Sacarina. Remontó
el vuelo y volvió rápida con la buena nueva.
—No te preocupes
Sacarina, está en buenas manos. La madre de Josemi y Fátima le está poniendo
una venda en el ala; se ha debido de
golpear al iniciar al vuelo.
Al oírla, Sacarina
no pudo contener las lágrimas; pensar que no podía tenerlo cerca le produjo una
tristeza inmensa.
Listillo estuvo
toda la noche arrepentido de no haber hecho caso de los consejos de su mamá.
Tendría que esperar mucho tiempo para curarse la herida y, quizá, no podría
nunca volar como su amiga la cigüeña.
Lloró y lloró hasta que empezó a amanecer. Al mirar por la ventana pudo ver a
su madre posada en el alfeizar de la misma, esto le consoló. Poco
a poco se quedó dormido.
Le despertó un
gran alboroto en la casa. Los padres de Josemi y Fátima leían en voz alta una
lista de objetos que estaban preparando y colocando en sus mochilas:
cantimplora, saco de dormir, linterna, botiquín, crema para las rozaduras... Los
chicos también preparaban su equipaje: dos bastones para caminar, sombreros,
tres mudas y unas botas de montaña.
—Bueno niños
¿estáis listos? Nos vamos en seguida.
—Sí, papá, pero…
¿Qué vamos a hacer con el pichoncito? Si lo dejamos solo, se va a morir ¡Por
favor, vamos a llevárnoslo! Nos ocuparemos
de cuidarle por el camino; hemos preparado una jaula y la llevaremos
enganchada de la mochila.
—¡Pero estáis
locos! Se morirá durante el viaje.
La madre intervino en favor de Listillo:
—Deja que se lo
lleven. Si se queda aquí, van a estar todo el tiempo sufriendo por él.
—Bueno —dijo el
padre—, vosotros veréis, pero cuando se anda mucho, cualquier peso extra se
hace insoportable.
—¿”El Camino”? —pensó
Listillo—. ¿”Será ese del que todos hablan”? Si fuera aquel al que se refiere Risueña,
se cumplirían todos mis deseos. Aunque no pueda volar lo veré desde la tierra
como un peregrino de verdad.
La paloma
Sacarina, desde arriba, vio como se alejaban todos con su hijo en una jaula
colgada a la espalda de uno de los
niños. Empezó a llorar con desconsuelo pero el pichón desde abajo le gritó:
—¡Mamá no te
preocupes por mí! ¡Me voy a Santiago, soy un peregrino!
Desde ese día, la
paloma Sacarina esperó pacientemente el regreso de su hijo asomada al alero del
tejado. Pasaron dos semanas y Listillo volvió de ese viaje, cansado, pero con
todas sus heridas curadas. Santiago le
ayudó para que sanaran. Su madre y sus hermanos se pusieron muy contentos
cuando les vieron llegar por el sendero. A los pocos días
sus amiguitos le abrieron la
jaula.
—Vamos palomita,
tus heridas se han curado, ¡ya puedes volar!
Listillo levantó
el vuelo un poco temeroso al principio, pero luego, siguió elevándose como si lo hubiera hecho durante toda su
vida. La sensación de libertad era maravillosa. Se posó en el palomar y todos
allí, le recibieron con mucha alegría.
—Mamá, voy a
volver a hacer el Camino, pero esta vez, con Risueña.
—Este hijo mío no tiene arreglo —dijo a todas
las palomas que estaban allí celebrando
su vuelta.
Pasaron unos meses
y, un día, una extraña pareja formada
por una cigüeña y una paloma sorprendió a los peregrinos que hacían el Camino
sobrevolando sus cabezas.
A partir de
entonces, todos los años al llegar la primavera, Risueña y Listillo emprenden un nuevo viaje; los dos se dejan
llevar por la magia y el encanto del Camino de Santiago.
2 comentarios:
¿Qué bonito cuento Conchita!
El que realiza el camino de Santiago siempre repite, por algo será.
Un abrazo
Gracias por expresar lo que te parece mi cuento. Hacer el camino es uno de mis sueños. No sé si algún día lo podré realizar.
Un abrazo.
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