Los mundos de Radina
Radina era muy pequeña, pero con solo cuatro años se daba cuenta
de todo. Durante unos días había notado mucho jaleo a su alrededor; en casa no
paraban de preparar bultos y maletas.
Lo que más le extraño fue que tuvo que dejar su guardería. Oyó
decir a su madre que iba a ir a otra distinta, en una ciudad diferente. Su
seño, cuando se despidió de ella, lloró:
—¡No nos olvides, Radina! La pequeña era una niña tan cariñosa, que todo
el mundo la quería.
Por fin, llegó el día tan
temido por sus padres. Cogieron las maletas y el tren en la estación de su
pueblo y se bajaron en la de sus abuelos. Solo se apearon ella, su mamá y su
perra, porque su padre siguió viaje hacia
otro país, a Italia. Quería probar suerte. Necesitaba encontrar un trabajo para
poder vivir. La niña vio con desolación como se marchaba asomado a la
ventanilla. ¿Cómo iba a vivir sin su papá? Le
mandó un beso desde el andén y levantó su manita hacia él:
—Papá ¡No quiero que te vayas lejos!
María y Radina se quedaron desoladas mientras el tren se
alejaba. ¿Cuándo volverían a estar juntos? Sus abuelos echaron a correr hacia
ellas al verlas. Se dieron un gran abrazo, le secaron las lágrimas a la niña
con mucho cuidado y su abuela cariñosamente le dijo:
—No llores Radina, ya verás como papá vuelve pronto.
Poco a poco, se le fue pasando el disgusto. Cogieron el equipaje
y se encaminaron a su nuevo hogar. En casa de sus abuelos le habían preparado una habitación muy acogedora.
Cuando llegaron pusieron toda su ropa en un armario. Además, tenía una colcha
rosa de Pocahontas que le habían comprado. ¡Querían que se encontrase a gusto!
Una mañana, Radina se sintió muy extraña. No fue su madre la que
se acercó a despertarla y a darle los buenos días sino que fue su abuela la que
la levantó, le dio el desayuno y la llevó al colegio. Recordaba vagamente que
su mamá había venido a darle un beso de despedida muy temprano y ella le suplicó
entre sueños:
—¡Mamá, por favor, llévame contigo, no me dejes!
A María se le saltaron las lágrimas al oírla. Tuvo que hacer un
gran esfuerzo por no sollozar. No quería despertar a los abuelos. Se marchó en
silencio con el corazón roto:
—¿Cuándo podré volver a verla otra vez?
María dejaba Bulgaria para
buscar trabajo en otro lugar. Iba a España, a Murcia, una ciudad que no conocía,
pero en la que confiaba encontrar un medio de vida para ella y su familia.
Después se reuniría con su marido y más tarde volverían a por Radina. A partir
de ese día fue su abuela la cuidó de ella.
Al principio, se acordaba mucho de sus padres. Por la noche se despertaba llorando preguntando que cuándo
volverían. Sus abuelos siempre le contestaban lo mismo:
—Pronto, cariño, pronto.
En su nueva casa había muchos animales: perros,
gallinas y patos. A Radina le gustaba mucho jugar con ellos porque le servían
de compañía, pero a quien más quería de todos era a su perra Tara. En la
guardería, Radina era la más pequeñita de todas, por eso la profesora siempre
la coloca delante.
Un día, su padre regresó a Bulgaria para
renovarse unos papeles y ella le dijo:
—¡Por favor papá, ven a por mí al colegio! Quiero que te vean
mis amigas. Ellas dicen que no tengo padres y que por eso siempre viene a
recogerme la abuela.
Su padre fue a buscarla y ella estaba muy contenta de poder
enseñárselo a todo el mundo .Se lo presentó a sus amigas para que vieran que Radina decía la verdad.
El tiempo pasaba y, sin querer, se fue olvidando de las caras de
sus papás. Cuando su mamá llamaba por teléfono para hablar con ella, no quería
ponerse; le daba vergüenza. La abuela, al darse cuenta de lo que estaba
ocurriendo, empezó a hablarle todos los días de ellos y a contarle muchas
anécdotas que habían vivido juntos. Entonces, volvió a recordarlos.
Radina se acostumbró al pequeño mundo que rodeaba la
ciudad en donde ahora vivía. A veces, acompañaba a su abuelo al campo en el
tractor y en invierno, cuando nevaba mucho, se divertía montando en un trineo
tirado por su perra. Aunque se acordaba mucho de sus padres, ya no estaba tan
triste porque se lo pasaba muy bien junto a sus abuelos.
Mientras, María en España, estaba decidida a traerse a su hija
con ella. A veces en el trabajo recordaba a la pequeña y lloraba en silencio su
ausencia. Habló con su jefa y las dos buscaron plaza para la niña en un colegio
que había enfrente de la casa donde trabajaba. Era un sitio muy alegre. Tenía
muchos jardines en los alrededores y un huerto con limoneros y palmeras muy
altas. Estaba muy ilusionada y segura de que a Radina le gustaría. Por fin iban
vivir otra vez juntos los tres.
Ya habían pasado dos veranos desde que llegó a España sin Radina
y pensaron que era el momento de volver a Bulgaria a por ella. Su marido había
llegado a España desde Italia y solo faltaba la niña para que la familia
estuviese reunida. Regresaban de
vacaciones a su país. Lo tenían todo preparado para que ella pudiese vivir con
ellos. María estaba contentísima. Soñaba con verla, ¡había sufrido tanto
pensando en ella! Ya no se separaría más de su hija.
El viaje hacia Bulgaria fue muy pesado,
pero casi no lo notaron. Mientras, la abuela de Radina, la estaba preparando
para que los recibiera como debía hacerlo una buena hija: ¡con mucha alegría!
—¿Cómo es mi madre
abuela? ¿Es rubia o morena? ¿Es alta o baja? Le preguntaba insistentemente; la
niña estaba muy nerviosa ante esa visita tan deseada. En el momento en que llamaron
a la puerta Radina se escondió. Le daba vergüenza… No quería salir a verlos. Desde
el escondite en donde estaba, detrás de unas cortinas, le iban viniendo a la
memoria sus caras, sus voces, sus besos. De repente, sin saber por qué, salió
de su refugio y decidió acercarse. Sus padres al verla, la abrazaron ¡no se lo
podían creer!, estaba muy cambiada, parecía otra niña.
Aquellas vacaciones fueron muy felices para todos. Salían todas
las mañanas a la bañarse a la playa y,
por las tardes, a pasear por su ciudad.
A primeros de septiembre, antes de volver a España, celebraron el
cumpleaños de Radina. Fue una fiesta rara, porque estaban alegres y tristes a
la vez. Al día siguiente se marcharían y no se verían en mucho tiempo. Cuando
llegó el momento de su partida, ella estaba muy nerviosa ante la perspectiva de
un viaje tan largo y de una vida nueva. Otra vez empezaron las lágrimas. Esta
vez, los que más lloraron fueron los abuelos, se habían acostumbrado a ella e
iba a ser muy duro tenerla lejos.
—Mamá, seguro que hay niños que no tienen que separarse de sus
abuelos o de sus padres de vez en cuando. Mis amigas viven siempre con ellos.
¿Por qué no puedo yo hacer lo mismo?
Al oírla, la abuela se acercó a ella, se secó los ojos con su
pañuelo y abrazándola le dijo:
—No te preocupes por nosotros, cariño, dentro de poco nos
acostumbraremos a estar otra vez solos. Tú eres la que tiene que aprovechar
esta oportunidad que te ofrece la vida y sacar todo lo bueno que puedas de
ella.
La niña no pareció entender muy bien lo que le había dicho, pero
sabía que era algo bueno porque su abuela siempre le decía cosas agradables.
Por eso, sonrió y la abrazó muy fuerte. Después, besó a su abuelo y se
marcharon.
Comenzó el viaje en su destartalado coche rojo. Después de
muchos kilómetros llegaron a la
frontera de Eslovenia:
—¿Por qué paramos mamá? —preguntó Radina sorprendida ante una
mano abierta alzada que les impedía el paso.
—¡Calla, por favor! —le suplicó su
madre con una voz temblorosa, en la que la niña reconoció el miedo.
Una señora policía les dijo de malas maneras que no podían pasar. Necesitaban
llevar quinientos euros por persona y solo tenían trescientos. En la cara de
sus padres pudo ver desesperación y tristeza. No sabía por qué los trataban
así. Ellos eran buenos, no tenía por qué gritarles.
—Mamá, es una guardia mala —dijo Radina
—Schssssssss —le replicó su madre asustada.
Radina empezó a preocuparse. Se daba cuenta de que estaban
viviendo un momento delicado. Imaginaba que tenían que volver otra vez a
Bulgaria, porque no les dejaban pasar y su coche era tan viejo que no aguantaría
el viaje. Necesitaban más dinero. Sin más remedio, tuvieron que detenerse,
llamaron a su familia para que les mandasen la cantidad necesaria y, durante
tres días, durmieron a la intemperie al lado de un río. La niña, libre de preocupaciones, se
lo pasó estupendamente jugando y bañándose en él. Al cuarto día de espera pudieron
continuar el viaje sin más percances. Después de muchos kilómetros llegaron a
España.
Radina se encontró un
mundo distinto al que ella conocía y al que tuvo que acostumbrarse poco a poco. Todo era
diferente: su casa, su habitación, el idioma, las gentes, las tiendas. Abría mucho
los ojos y veía con curiosidad como era la vida en una ciudad española.
Llegó el día en que
empezaban las clases, tan esperado y tan temido a la vez. Radina estaba muy
nerviosa porque iba a ir a un colegio con profesoras y compañeros que nunca había
visto y a las que no entendería, sin embargo, estaba contenta pues la llevaría
su mamá hasta la puerta y luego la recogería también. El colegio era muy bonito
y alegre; delante había un jardín con mucho césped, palmeras y limoneros. Como
era costumbre en su país, el primer día de clase, Radina llevó un ramo de
flores a su profesora y ella sorprendida agradeció mucho ese detalle. Al
principio, iba muy ilusionada al cole sin darle mucha importancia a las
dificultades con las que se encontraba, pero los problemas diarios empezaron a hacer mella en su ánimo y llegó a
desesperarse. No podía entenderse con sus compañeros, no comprendía las
explicaciones de la profesora, las letras tenían dibujos diferentes, la comida
del comedor era distinta a la que le ponían en Bulgaria y, a todo
esto, se le unía el que se acordaba mucho de sus abuelos y de sus amigas búlgaras.
Un día al salir del colegio, con lágrimas en
los ojos, le dijo a su mamá:
—¡Este mundo no me gusta! me quiero volver a mi país.
Para María aquello fue lo peor que podía haberle dicho. Estaba
desesperada. Por un momento pensó que habían hecho mal en traerse a la niña y que
debían llevarla otra vez con sus abuelos, pero sus amigos le aconsejaron que tuviera
paciencia y que esperase un poco:
—Los niños deben estar con sus padres.
Este consejo la tranquilizó y pensó que lo mejor sería esperar
un poco, antes de tomar una decisión definitiva. Transcurrieron dos o tres
meses y Radina se fue integrando en su nueva vida. Era como una esponja. Todo
lo que oía lo absorbía y ya no lo olvidaba. Estaba aprendiendo muy rápido a
hablar español: casi parecía una murcianica más ¡Hasta tenía acento! Cada día
estaba más contenta de estar en España. No le importaba levantarse temprano,
porque quería empezar bien el día y porque su madre la llevaba en moto al colegio. Se ponía su casco, la abrazaba
fuertemente de la cintura y las dos, como dos mujeres valientes, circulaban por
la carretera comiéndose el mundo hasta llegar a su colegio. Pero lo que más le
gustaba era recibir tarjetas, con su nombre escrito, en las que la invitaban a
los cumpleaños de sus compañeras y también a las celebraciones de las primeras
comuniones. ¡Esto sí que era diferente! Entonces era muy feliz. Lejos quedaban
los días tan tristes en los que sus compañeras de la guardería se metían con
ella porque decían que no tenía papás.
Sin embargo, muchas noches,
en sueños veía otra tierra más lejana que siempre llevaba dentro y que salía a
flote cuando estaba dormida: sus abuelos, su perra Tara, sus primos, sus amigos
y su casa de Bulgaria. No lo olvidaba nunca porque todos los veranos a partir
de ese año, ese mundo se convertía en
realidad.
En viajes sucesivos,
cuando iban a su país de vacaciones, siempre al pasar por la frontera con Eslovenia
se le encogía el estómago y recordaba con desagrado aquella mujer que les hizo
pasar tan mal rato y que la asustó tanto.
Ahora Radina tiene dos mundos y es dichosa en cada uno de ellos:
en España con sus padres se siente en su tierra: habla perfectamente el
español, tiene amigas españolas y piensa y siente como ellas. También le ocurre
lo mismo cuando vuelve a Bulgaria y recuerda su otra ciudad, el lugar donde
nació y donde pasó sus primeros años de vida. Ahora no se siente extranjera en
ningún sitio; en realidad esos dos mundos ya no están lejos el uno del otro; se
han ido acercando y se han convertido en uno solo, como dos gotas de lluvia que resbalan por un
cristal y se unen en una sola. Radina, ahora, se siente ciudadana del mundo.
Cuando ve en la
televisión todo lo que sufren algunos niños en los campos de refugiados porque
no los dejan salir de allí en busca de una vida mejor, pregunta a su madre:
—Mamá, si el mundo es de todos, ¿por qué los hombres ponen
tantas fronteras y dificultades para pasar de un país a otro?
Como Radina, muchos emigrantes han sufrido estas experiencias en
su infancia. Esperemos que estas vivencias les enseñen a tener en el futuro
amplitud de miras y más generosidad con
otros niños como ellos, para que no se encuentren con tantas puertas cerradas. Deberán
ser la llave de un mundo nuevo.
10 comentarios:
Los mundos de Radina no es un cuento, es la verdadera historia de una niña emigrante que lo pasó muy mal cuando tuvo que dejar su tierra. Yo os lo cuento, para que veais lo afortunados que somos aquí en España.Debe servirnos de lección para valorar lo que tenemos.Un abrazo para mis lectores.
Conchita, me ha parecido una historia tierna y hermosa.
Estoy totalmente de acuerdo con el mensaje que nos transmites en este cuento. Es verdad, "El mundo es de todos" y parece que algunos nos llevamos la mejor parte. Es bueno reflexionar sobre lo injusto que es quejarse o entristecerse a veces por tonterías, cuando tenemos a tantas Radinas a nuestro alrededor.
Tengo alumnas que se sentirán protagonistas de esta historia. Lo leeremos en clase en su honor.
Querida Conchita:
Nos ha gustado mucho este cuento porque aquí en nuestra clase tenemos algunas niñas de otros paises aue se parecen ha Radina. Sigue publicando cuentos para que podamos seguir leyéndolos.
Un saludo.
Irene, la mejor forma de animarme a seguir escribiendo cuentos es, como tu has hecho, poner comentarios y hacer que los lectores se hagan seguidores porque así me doy cuenta de que me leen muchas persoans y me estimulo para crear más. Un beso y gracias.
Hola a todos: ¡Soy Radina!
Ahora tengo 10 años y recuerdo aquellos días, unos alegres y otros muy tristes.
Quiero dar las gracias al niño Alvaro Vivancos por su dibujo, me gusta muchísimo y a Conchita por su historia.
Hola Conchita,nos ha gustado mucho tu cuento.Sobre todo cuando Radina se va de Bulgaria,y cuando despide a sus padres.
Un beso muy grande de Sergio y Jose, del colegio Virgen de la Fuensanta 5ºB.
Hola Conchita, nos ha gustado mucho el cuento de los mundos de Radina. Es muy bonito e interesante y nos ha gustado mucho cuando se van el padre y la madre y le dejan sola con sus abuelos porque se lo pasa muy bien con la abuela. Un beso de Lola, Rosana y Alicia.
Colegio Virgen de la Fuensanta
5B.
tu no digas eso Conchita es la mejor escritora de el mundo
radina es una niña de verdad y lo pasó muy mal cuando tuvo que venirse a vivir a España.
Me alegra que os haya gustado.
conchita si tu eres la mejor escritora del mundo que yo conozco y me ha gustado mucho el cuento de los mundos de radina
besos de LOLA SAEZ SAEZ DEL COLEGIO VIRGEN DE LA FUENSANTA 5B
¡ERES LA MEJOR DEL MUNDO¡ MUCHOS BESOS XD
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