Mensaje de bienvenida

¡Y sin embargo algunas personas dicen que se aburren!¡ Démosles libros!¡Démosles fábulas que los estimulen!¡Démosles cuentos de hadas! Jostein Gaarder

miércoles, 1 de febrero de 2012

Pablo, el niño que no tenía besos. Educación infantil, 1er. y 2º ciclo de primaria.

A Guille y Pablo, los nietos más cariñosos que una abuela puede tener.


Pablo era el pequeño de la casa. Era simpático, inquieto y muy ingenioso. Todo el mundo se reía mucho  con sus ocurrencias. Solo tenía una pequeña manía: a Pablo no le gustaba dar besos.
-¡Eso es cosa de bebés! -decía a su hermano Guille. 
Él, que todavía no había cumplido los cuatro años, se sentía todo un hombre. Sus juguetes preferidos los gormitis,  los bacugan y otros de ese estilo; esos no besaban, solo peleaban. Todos los días, sus abuelos iban a visitarlos pero, cuando se despedían, él  ponía cara de circunstancias y con mucha desfachatez les decía:
-¡Abuelos, se me han acabado los besos! Solo me quedan pedorretas.
Ellos no comprendían esa cabezonería  de su nieto.  Guille que se daba cuenta de que su abuela se ponía triste, se acercaba inmediatamente a  Pablo, le ponía la mano en la cara y hacía como si estuviera dando cuerda a un reloj.
-Ya  te he cargado la batería, Pablo.
Entonces, Pablito se dirigía a sus abuelos  muy serio:
-¡Ya se me han cargado las pilas! Tengo tres besos abuela.
 Se acercaba a ellos y les daba uno a cada uno, pero solo uno.
Una noche, como era su costumbre, Pablo no  quiso darle un beso a su abuela. Ella se fue muy triste a su casa y a la mañana siguiente, se levantó muy malita. Avisaron al doctor para que viniera a verla y este le preguntó:
-¿Qué síntomas tiene doña Concha? 
-Pues mire doctor, me duele mucho el corazón, no tengo ganas de levantarme de la cama, no quiero escuchar música, ni leer cuentos, ni tampoco contarlos. He perdido la ilusión por las cosas bonitas. ¡Estoy muy triste!
Don José, la auscultó y se dio cuenta de que casi no se escuchaba su corazón. Estaba desorientado, no sabía lo que tenía.
-Es una enfermedad muy rara -dijo rascándose la cabeza. 
  A la mañana siguiente, toda la familia fue a visitar a la enferma y al comprobar que estaba bastante mal, empezaron a preocuparse. Preguntaron a los vecinos  y a los amigos si ellos conocían a alguien que pudiese remediar su mal.
- Yo creo que sé quién puede hacerlo: doña Blanca, una doctora  que vive en las afueras de la ciudad, en la calle de las Magnolias; seguro que tiene el remedio para su mal -dijo alguien que vivía por allí cerca.
Le dieron las gracias y cogieron el coche para llegar cuanto antes. Allí se encontraron con una casita pequeña, muy blanca rodeada de árboles llenos magnolios y  naranjos en flor.  Llamaron al timbre y salió a abrirles una señora con un aspecto muy agradable. Tenía el pelo y la piel muy claros y vestía una bata muy limpia y luminosa. Les dijo que entrasen.
 –Pase, pasen y tomen asiento. A ver, ¿qué les ocurre?
Le contaron porque habían ido a visitarla y le explicaron todos los síntomas de la enfermedad de la abuela.  La doctora se quedó muy pensativa. Al final les dijo:
-Yo creo, que su madre tiene Tristitis.
-¿Tristitis? -preguntaron extrañados. ¡Esa enfermedad no la habían oído nunca!
–Sí, a veces pasan cosas en la vida que te van poniendo triste, hasta que llega un día en que caes enferma. Puede ser que esta señora se haya llevado algún disgusto.
 Pablo se quedó pensativo y en seguida le vinieron a la cabeza todas las noches en las que su abuela se iba cabizbaja a su casa. ¡Se dio cuenta de que él podría ser la causa de sus males!
-Solo se puede curar dándole un  jarabe llamado “Elixir del cariño” -dijo doña Blanca.
-¡Elixir  del cariño! -exclamaron–, y ese jarabe ¿dónde se compra?
-No se preocupen; yo tengo la fórmula y sé cómo se hace. Ya verán como cuando se lo tome, la enferma mejorará.
La doctora buscó la fórmula en lo alto de una estantería muy antigua. La repasó para no olvidarse de nada y les explicó lo que había que hacer:
-Lo primero que necesitamos son muchas flores, así que hay que salir al jardín y llenar esta cesta con las más bonitas que encontréis.
Buscaron alrededor de la casa y recogieron un montón de amapolas, rosas, margaritas y pensamientos, todas ellas preciosas; las colocaron en el cesto que les había dejado la doctora y, cuando hubieron terminado, se las llevaron al laboratorio. 
-Y ahora, ¿qué hacemos? -preguntaron.
-Ahora hay que poner un beso en cada flor- -dijo doña Blanca-. Luego las trituraremos y les añadiremos agua de azahar, que calma las irritaciones. Los besos, mezclados con los pétalos y el agua de azahar son la mejor medicina para la Tristitis.
Pablo  rápidamente empezó a coger flores del cesto y a depositar besos en cada una de ellas. Al principio le costó trabajo, para que vamos a negarlo, pero poco a poco se fue acostumbrando a la suavidad de los pétalos y, al final, terminó por gustarle. Cuando terminaron, lo trituraron todo, cocieron la mezcla con el agua de azahar y llenaron un frasco muy bonito que había preparado la doctora
 –Es muy importante que el recipiente sea alegre y de vistosos colores, así se le alegrará el corazón. Tiene que tomarse tres cucharadas al día. Espero que con esto, mejore -les deseó.
Le dieron las gracias y se despidieron muy contentos. Volvieron rápidamente a casa y subieron las escaleras hasta el primer piso;  allí encontraron a la abuela con muy mala cara. La mamá de Pablo cogió una cuchara y le dio a probar el jarabe:
-¿Está bueno? -le preguntó el niño-. Lo hemos hecho nosotros con besos y flores.
-¿Tú también has ayudado?, no puedo creerlo. ¡Si a tí no te gusta dar besos!
Pablo sintió como se ponía colorado de vergüenza. Su abuela tenía razón pero lo que ella no sabía es que ya no le importaba darlos. Se acercó y  le dio dos  en la cara. Le pareció que tenía la piel igual de suave que los pétalos de las flores. ¿Cómo no se había dado cuenta antes?
-Abuela, yo lo que quiero es que te cures y que no estés triste.
Ahora sabía  lo importante que era querer  a la gente y demostrárselo. A partir de aquella cucharada, doña. Concha empezó a mejorar y ya no necesitó tomar más porque sus nietos le dieron todos los besos que   ella quiso. El jarabe que sobró, se lo dieron al panadero, que vivía muy solo y a veces le entraba mucha tristeza; con el jarabe del cariño, se le pasaba. Por eso a veces cuando iban a comprar el pan, Guille y Pablo además del dinero le daban un beso y le decían:
-Esto es para que se le pase la tristitis don Ramón.
Don  Ramón se ponía muy contento y ese día era muy, muy feliz.
-Y Colorín colorado este cuento se ha acabado -dijo la abuela de Guille y Pablo cuando terminó de contarles el cuento-. ¿No te acuerdas cuando eras pequeño? No había forma de que nos dieses un beso a ninguno.
Pablo se  puso colorado y la miró sorprendido; no, él no recordaba nada de eso.
-Abuela ¿de verdad que no quería dar besos a nadie?
-Pues sí, es verdad, no te gustaba besar a nadie ni que te besaran. Me alegro de haber escrito un cuento con esta historia, así  cuando seas mayor te gustará contársela a tus hijos. Y, ahora sí:
 COLORÍN COLORADO ESTE CUENTO SE HA ACABADO.







5 comentarios:

Elizabeth Segoviano dijo...

que cuento más hermoso y tierno! me encanta la forma en la que los narras :) tan natural y honesta :) EXCELENTE

Carola dijo...

PRECIOSO!! Me ha encantado.

Conchita dijo...

Gracias Carola,me alegra que te gusten mis cuentos.

gemi dijo...

Ayyyy Conchita...que se me ha escapado alguna lagrimilla...precioso, y me lo imprimo para contarlo a mis pequeñajos. Gracias!!!!

Conchita dijo...

Gemi:
que bien que te gusten mis cuentos y que se los leas a tus peques. Dales un beso muy fuerte de mi parte y diles que escribo para los niños como ellos.

Publicar un comentario