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¡Y sin embargo algunas personas dicen que se aburren!¡ Démosles libros!¡Démosles fábulas que los estimulen!¡Démosles cuentos de hadas! Jostein Gaarder

martes, 15 de febrero de 2011

La ranita Rafaelita 1er. ciclo

La ranita Rafaelita

 

En lo más profundo de un frondoso bosque había una gran charca de aguas cristalinas. Los árboles eran tan altos que desde el agua apenas se podía ver el cielo y el color del paisaje que rodeaba la charca era siempre el mismo,  verde.  Parecía que el mundo estaba hecho  de un solo color  aunque con diferentes matices.

Allí vivían una pareja de ranas también verdes, color muy natural entre los batracios. Las ranitas estaban muy contentas porque acababan de tener una gran descendencia formada por renacuajos de cabeza gorda y cola pequeña, que se movían por la charca con una velocidad y  alegría extraordinarias. Las ranas papá y mamá les pusieron nombre a  todos sus renacuajos, a la más pequeña  la llamaron Rafaelita.

Rafaelita era una renacuaja muy simpática. Estaba muy orgullosa de su cuerpo serrano y no quería crecer. Sabía que cuando lo hiciera, tendría que cambiar la cola por dos pares de patas y, aunque  le servirían para saltar y ver el mundo que rodeaba  la charca, esto de cambiar el agua por la  tierra firme no le hacía ninguna gracia. A ella le encantaba su cola, pensaba que  era la princesa de los renacuajos y que en cuanto la perdiera dejaría de ser princesa.

Todos sus hermanos y hermanas ya se habían hecho mayores, se habían transformado en unas ranas muy verdes y lucían unas patas flexibles y elásticas. Con ellas podían dar saltos y salir del agua durante grandes periodos de tiempo.

A Rafaelita no le daba ninguna envidia ver a sus hermanas saltando alrededor de la charca.

—¡Parece que están locas! —repetía una y otra vez—. No sé que le encuentran a eso de saltar, con lo bien que se está  flotando suavemente sobre la superficie del agua rodeada de preciosos nenúfares.

Un día en el bosque cayó una gran tormenta. El ruido de los truenos era ensordecedor y los relámpagos iluminaban el cielo con una luz tan brillante que en la charca estaban atemorizados. Era la primera vez que las ranitas veían una cosa así.

—Mamá, ¿qué es aquello que brilla en el cielo? —preguntó Rafaelita—,  ese no es del color de nuestro bosque. Ella no estaba acostumbrada a nada que fuera de otro color que el verde.

—Son relámpagos  —dijo su madre—, y son de otros colores. No son verdes, son  de  un color azul y amarillo muy intenso. En el mundo que hay dentro y fuera del bosque hay muchos colores diferentes. Sin embargo, mientras  no crezcas no podrás salir de la charca y no verás todas las cosas bonitas que nos rodean.

Rafaelita, que pensaba que todos los colores eran tan escandalosos como los relámpagos, le dijo:

—No mamá, no quiero ver más colores. Me dan miedo. Prefiero el color verde de nuestra charca, de nuestros árboles y de nuestra piel; el verde me tranquiliza.

La mama de la ranita la dejó por imposible:

 —Esta niña no va a madurar nunca.

Al poco rato, la lluvia empezó a caer más despacio hasta que paró de llover y, en ese momento, apareció en el cielo el Arco Iris.

Rafaelita se quedo pasmada mirándolo. Allí arriba había algo redondo, parecido a medía charca, formado por diferentes colores, tan suaves que no la asustaron como le había ocurrido con los relámpagos.

—Mamá, ¡qué colores  tan bonitos!  Nunca los había visto.

—Eso que estás viendo es un Arco Iris. Siempre sale después de llover y tiene siete colores preciosos.

—¿Cómo se llaman mamá? —preguntó Rafaelita muy excitada ante tanta belleza.

La madre le enumeró los siete colores por el orden en que aparecían en el cielo:

—El rojo está en la parte exterior del arco, luego viene el naranja,  el  amarillo, el verde, el azul, el añil y por último el violeta que está en la parte interior.

—Mamá, esos colores no me asustan; quiero ver más cosas de colores. ¡Quiero hacerme mayor!

—¡Menos mal! —exclamó su madre—. Creía que nunca ibas a dejar de ser un renacuajo. Si quieres crecer, tienes que comer todas las moscas y mosquitos que puedas atrapar.

Pronto dejó su cola, que cambió por dos pares de patas como lo habían hecho anteriormente sus hermanas. Todos los días salían de excursión por los alrededores para investigar el colorido que les ofrecía la naturaleza.

La primera  excursión fue la del color azul. Esa fue muy fácil de hacer, no tuvieron más que atravesar la barrera de altos árboles que rodeaba la charca y apareció… ¡el cielo! Se tumbaron todas boca arriba, aunque era una postura algo incomoda para ellas y se pusieron a admirar el color azul. La mamá les explicó:

—El cielo es de color azul, pero cuando amanece o se pone el sol se llena de tonos rojizos, amarillos y violetas. De noche cuando estáis dormidas se  oscurece y el tono pasa a azul oscuro, pero de todas formas siempre es precioso.

 Todas las ranitas estaban encantadas con las clases  que les daba su mamá.  Rafaelita llegaba  muy cansada y  llena de emociones. Ya no se acordaba de su cola ni de si era  o no princesa, solo recordaba la belleza de los paisajes que ese día acababa de visitar y se dormía pensando en el próximo viaje que le descubriría una nueva variedad de colores. La ranita se había dado cuenta de que el mundo era un gran cuadro que estaba ahí para ser admirado por todos, incluidos los diminutos habitantes de la charca.

 

 


Ilustrador:

Mi nieto Guille Martínez Ortiz hizo este dibujo cuando solo tenía siete. ¿A que es muy chulo? Es un dibujo original

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Querida Conchita, ha sido una sorpresa muy agradable encontrarme con la creación de tu Blog. Acabo de leer LA RANITA RAFAELITA, y me ha encantado.
Me parece un bonito cuento y además está muy bien contado y muy bien escrito.
FELICIDADES, aquí ya tienes una lectora incondicional.
Seguiré leyendo todos los demás y comentándolos.
Un abrazo Manuela

Biblioteca Virgen de la Fuensanta (La Alberca) dijo...

A los alumnos del primer ciclo del CEIP Virgen de la Fuensanta les ha encantado el cuento.

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